El Aliento De Los Suspiros

La desesperación y la cólera eran los principales dueños de la oficina del monarca, con su cabello rebuelto por la desperacion que sus manos inflingian fue entonces que se coloco la corona de un oro puro y diamantes relucientes demostrando su puesto como el rey que era, eso, sin incluir que, con su dedo índice golpeaba la base dura de su escritorio, con la mirada al frente y perdida en la nada, el Rey Rafael VI Roosevelt Zimmermann buscaba la alternativa, la solución para resolver el presente revuelo en la capital.

La noticia de que el enemigo había encontrado la manera de cruzar la frontera sin ser detectado había causado un gran alboroto a los aldeanos quienes alegaban que no podían ser protegidos.

Aunque los rumores no tardaron en extenderse por todo el reino, por más que su mente buscará soluciones a dichos comentarios déspotas de su gente y que su ejercito pudiera calmar la revueltas alarmantes de su pueblo, su mente no daba para más, estaba nada más que perdida en la causante de todo aquel problema. Habían pasado tan solo dos días y ella aún no despertaba, la visita de Leticia lo dejo más con la duda.

Se sentía frustrado al darse cuenta en el simple hecho de que su mente se encontraba puesta en una mujer, cuando antes, no era así, no veía la necesidad de pasar una noche entera en vela, era un desperdicio, una obligación que no era suya, pero aun así su mente se allá en aquel débil y delgado cuerpo.

El ver sus piel morada, la tierra en ella, la sangre escurriendo de su nariz.

Jamás había visto algo tan inusual, algo como aquello no le era acostumbrado de ver, pero lo más extraño, es ¿Quién sería tan capaz de hacerlo algo así, aúna princesa? Aunque se negara admitirlo, la princesa del reino, aliado del reino al que atacaba, estaba pidiendo lo más absurdo que había escuchado de alguien que lo tenía todo, la protección de un reino enemigo y sus razones le eran desconocidas.

Entrando por las puertas principales de su oficina un hombre de cabellos grises apareció delante de él con su traje negro típico y con un brazo doblado por su espalda, dio una suave reverencia en respeto a la corona.

—Majestad, el médico ha informado el despertar de la princesa Evangeline

Aquello de alguna manera lo había emocionado, eso pudo notarlo Albert, pues sus ojos de un azul oscuro habían brillado al escucharlo. Como si algo lo hubiera pinchado, rápidamente el rey Rafael VI Roosevelt se había colocado de pie para salir inmediatamente en busca por las respuestas que solo cierta rubia podía darle.

—Majestad, aguarde un poco, la princesa muestra un extraño comportamiento hacia los barones

—¿Qué?

La conmoción de aquel comentario lo hizo parar en seco, ¿Extraño comportamiento hacia los hombres? Como si algo hubiera encajado en su cabeza, recordó las veces en que la rubia se había negado a ser tocadas por el médico eh incluso la vez en la que tuvieron una conversación en el puente donde por pequeños minutos la rubia lo había tomado de su capa con la intención de retenerlo y la vio apartarse inmediatamente.

—Si, al despertar el médico trató de revisar sus vendajes, pero no se lo permitió, algunos guardias trataron de retener su hostilidad, pero no se permitió tocar

Por supuesto, ese comportamiento de desconfianza lo conocía, él no se dejaba ver por el médico cuando fue torturado antes por uno, eso le hizo darse cuenta de que la princesa ya había pasado por algo así mucho tiempo atrás.

Volviendo a su camino su andar fue más rápido, si dejaba que aquello continuará así, sus respuestas se esfumarían si la princesa sería a sus emociones y caía de nuevo en los brazos de la oscuridad, trotando, apresurado por llegar a sus aposentos invadidos, al llegar su ceño se frunció al ver al pelirrojo, al mismo soldado de aquella noche que fue retenido por un colega.

—Majestad

El pelirrojo con los brazos alrededor de la rubia que se removía como un gusano en busca de liberarse era retenida por el pelirrojo quien trataba de que está se calmara y dejara que el médico hiciera su trabajo.

—Apártate de ella, ¡Ahora!

Dije con la molestia acumulada en su mentón a lo que esté obedeció al escuchar aquello último en un severo grito pesado, al soltar a la rubia esta se apartó rápidamente buscando esconderse de todos.

—Salgan

Demando a lo que los guardias reales y el médico optaron por obedecer a los mandatos del rey, al salir todos y dejarlos en el silencio sepulcral de los dos únicos seres que se encontraban en los aposentos. La veía, veía el largo de su cabello cubrir parte de su pecho hasta las caderas, veía como una de sus manos se aferraba al mueble, veía como si cuerpo entero temblaba.

—Trataré de ser lo más sereno que pueda, debo preguntar, ¿Quiénes eran los de aquella noche?

—Un grupo de élite de Valyrian

—Eso lo sé, pero quizás no comprendas que mi guardia se vio burlada y que los mismos hombres de tu padre atacarán a una princesa

La seriedad de parte de la rubia lo estaba alterando, jamás había estado así con alguien, jamás alguien se había atrevido a contestar a sus interrogantes sin verlo a los ojos, era más que claro que la princesa escondía algo. Acercándose a ella vio como esta se apretaba más contra el mueble y le resultó molesto pues este hizo una mueca de dolor.

—¿Quién sería tan estúpido para tratar a una princesa de esa manera?

—No represento nada para el reino Valyrian, solo soy un eslabón

—Eslabón, hasta donde sé, una princesa jamás es tratada como un prisionero, más vale que me menciones, quien era su líder, quien permitió que una princesa sufriera tales tratos que hasta ningún caballero vive

Su voz, no pude evitar alzar la voz al verse desesperado por la acojonada princesa.

—Mírame

Pidió buscando la mirada de la rubia, pero esta no le obedecía

—Que me ¡mires!

Dando un brinco del susto por el alzamiento de su voz varonil, con temor fue levantando su rostro permitiendo que su cuello se posicionará lo suficientemente rígido debido a la gran diferencia de altura.

Al ver esos ojos de un azul cielo frunció el ceño, esa mirada perdida y sin brillo, esa mirada oscura no demostraba más que el miedo, miedo de él, de todos.

—Dime, ¿Quién era?

—No puedo, su alteza, no puedo

—¡Suficiente! Te di lo que querías, te di protección...

—Exacto, nadie puede protegerme de esto, esta es mi vida, usted cree que eh vivió una vida llena de lujos, pero no es así, me juzga, todo el mundo lo hace y solo se aprovechan de mí, no puede protegerme, no puede hacer nada, ¿Quiere saber quién era el que permitió que todo eso ocurriera? ¡Fue mi hermano!

Al escucharse se cubrió la boca ante la gran estupidez que había cometido, estaba cansada, cansada de que la vieran como un objeto sin valor, era una mujer, una que buscaba libertad y estabilidad, pero por obvias razones jamás podría y ahora, ahora había cometido el más grave de todos sus errores. Sus ojos veían el impacto que tuvo su último comentario en el rey delante de él.

—M‐Majestad...