Sarah siempre había tenido a Liam en su vida, pero jamás imaginó que sus sentimientos por él podrían cambiar. Es el mejor amigo de su hermano, un chico que siempre estuvo en su órbita, pero nunca en su corazón. Sin embargo, una noche mágica, bajo el brillo de las estrellas, todo cambia. La atracción es inmediata, poderosa, y aunque duda, no puede evitar sucumbir al deseo. El amor se convierte en una lucha interna entre lo que siente y lo que debe hacer. ¿Podrá vivir con el riesgo de perderlo todo por un amor que parece destinado a romper las reglas?
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Entre La Piel Y El Alma 2
Sara :
Lo besé nuevamente. Aunque sentía miedo y vergüenza, sabía que con él era diferente. Quería hacerlo. Quería sentirlo. Lo necesitaba. Ese beso se volvió más intenso, más profundo, hasta que el deseo comenzó a arder entre nosotros sin freno.Esa noche, por fin, nos estábamos diciendo todo. Sin palabras. Sin miedo. La abracé con fuerza, sintiendo su piel contra la mía, el calor compartido que subía como una marea. Sarah respiraba agitada, con las manos enredadas en mi nuca, sus labios rozando los míos entre suspiros.
Liam:
Mi boca descendió por su cuello, lenta, descubriendo cada rincón con devoción. Ella se arqueó ligeramente, dejándome espacio, entregándose a la sensación. Mis dedos recorrieron su espalda hasta el broche del brasier, y cuando me miró de nuevo, asintió sin decir nada.
Lo desabroché con cuidado, sin apuro. El brasier cayó entre nosotros como una barrera más que desaparecía, y ahí estaba ella, tan hermosa, tan real, que me costó respirar. No dije nada. No hacía falta. Mis labios regresaron a su cuello, a sus hombros, bajando con una ternura que rozaba lo sagrado.
Sarah se aferró a mí, como si el contacto fuera lo único seguro. Sus manos bajaron por mi espalda, por mi pecho, descubriendo tanto como ofrecían. Éramos un nudo de deseo y emociones contenidas, desenredándose en la oscuridad de esa habitación que ya no era solo mía. Era nuestra.
Nos dejamos llevar, sin frenar. Cada prenda que caía al suelo lo hacía con un peso distinto: el del miedo, la duda, la culpa. Y cuando al fin no quedó nada entre nosotros, solo piel contra piel, entendí que ese momento no era solo físico. Era un salto. Un pacto.
Sarah:
Liam se acomodó encima de mí, su peso envolviéndome como una promesa. Me besaba el cuello lentamente, dejando pequeñas marcas que me hacían ver estrellas. Cada roce de sus labios me encendía, cada caricia despertaba algo dormido en mí.
Fue bajando despacio, como si cada centímetro de mi piel mereciera toda su atención. Cuando llegó a mis pechos, solté un gemido que ni siquiera intenté contener. Noté cómo sonrió contra mi piel, como si esa reacción le confirmara que estábamos en el lugar exacto.
Jugaba con mis senos con una mezcla de ternura y deseo, como un niño curioso descubriendo un tesoro, pero con la delicadeza de alguien que entiende lo que está sosteniendo. Mis manos se enredaron en su cabello, guiándolo, sosteniéndome. Mis caderas se movían casi sin que yo lo decidiera, buscando más. Más de él. Más de esto. Cada parte de mí lo llamaba.
—Liam… —susurré, entrecortada—. No te detengas.
Él alzó la mirada. Sus ojos estaban llenos de fuego, pero también de ternura. Asintió, besándome de nuevo, esta vez más despacio, como si me estuviera agradeciendo por dejarlo entrar así, sin armaduras. Nuestros cuerpos volvieron a unirse, con más urgencia pero la misma conexión profunda. Esta vez, no había dudas. Solo entrega.
Y en medio del deseo, del temblor, del calor compartido, me di cuenta , no estaba solo acostándome con él. Estaba eligiéndolo. De verdad. Y él… él me elegía también. Volvió a besar mis labios, lento, como si quisiera asegurarse de que todavía estaba allí, con él. Luego me miró a los ojos, con esa mezcla de deseo y respeto que me desarmaba por completo.
—¿Estás segura? —preguntó en voz baja.
Lo besé de nuevo, más firme esta vez. Mi respuesta fue clara, entre susurros y respiración agitada.
—Solo hazlo… te necesito ahora.
Lo miré directo, sin miedo. Y él sonrió, esa sonrisa suya que siempre lograba calmarme, incluso cuando el corazón me latía tan fuerte que parecía querer salirse del pecho. Se inclinó hacia la mesita de noche y tomó un preservativo, con movimientos tranquilos, seguros.
—Voy a cuidarte —dijo mientras lo abría, sin dejar de mirarme—. Siempre.
Me acarició el rostro con los nudillos, como si mi piel fuera demasiado delicada para sus manos. Luego, volvió a inclinarse sobre mí, recorriéndome con los labios como si me estuviera redescubriendo. Cuando entró en mí, no pude evitar gemir. Fue un sonido suave, instintivo, nacido de lo profundo. Sus ojos se clavaron en los míos, intensos, como si lo que veía le gustara, como si no quisiera olvidar ni un solo detalle.
Liam se movía dentro de mí con una suavidad que me volvía loca, como si estuviera explorando cada rincón de mi cuerpo con paciencia, con deseo contenido. Y yo... yo solo quería más. Más de sus caricias, más de su cuerpo, más de él.
Mi nombre escapaba de sus labios en susurros entrecortados, y el suyo se me escapaba en gemidos, suaves pero llenos de todo lo que sentía. Cada vez que lo decía, parecía encenderse más. Sus embestidas se volvieron más profundas, más intensas, haciéndome ver el cielo una y otra vez.
Sabía que debía contenerme, que no podíamos hacer ruido, que alguien podía escucharnos. Pero a Liam parecía no importarle. En ese momento solo existíamos nosotros, sin reglas, sin miedos.
Me besó con más fuerza, como si quisiera fundirse conmigo, y entonces, sin decir nada, decidimos cambiar de posición. Me ayudó con cuidado, guiándome con sus manos, y me colocó encima de él, dándome el control. Sus manos recorrieron mis muslos, mi cintura, mi espalda. Yo comencé a moverme, insegura al principio, pero guiada por el ritmo de sus manos, por el calor de sus ojos.
—Así… —murmuró—. Justo así, amor.
Y esas palabras me hicieron temblar por dentro. Me incliné para besarlo, para perderme otra vez en su boca mientras nuestros cuerpos se encontraban una y otra vez, más allá del deseo, más allá de todo. Éramos fuego. Y al mismo tiempo, hogar.