Martina, una joven de 18 años, cree haber encontrado el amor en Sebastián, un hombre cinco años mayor que la deslumbra con su encanto en un concierto de rock. Sin embargo, lo que comienza como un romance apasionado pronto se convierte en una pesadilla. Sebastián resulta ser un manipulador y maltratador que, además de humillarla, la traiciona con su mejor amiga, Nora.
Devastada pero con el apoyo incondicional de su familia, Martina emprende un camino de autodescubrimiento y empoderamiento. Mientras Sebastián y Nora se sumergen en una relación tóxica llena de engaños, Martina renace, aprende a amarse y se reconstruye desde las cenizas. Su mayor venganza no será la ira ni el rencor, sino su felicidad y éxito personal.
Cuando la verdad finalmente sale a la luz y Nora queda embarazada de otro hombre, Sebastián recibe su merecido, quedándose solo y derrotado. Martina, en cambio, encuentra un amor verdadero y aprende que la única validación que necesita es la suya.
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CAPÍTULO XXIII
Mientras Martina construía una vida sólida y plena, en otro rincón de la ciudad, Nora vivía una realidad muy distinta. Su mundo, que alguna vez estuvo lleno de fiestas, apariencias y seducciones, se había desmoronado poco a poco hasta quedar reducido a un pequeño departamento alquilado en la periferia. Allí vivía con su hijo de apenas unos meses, fruto de una relación fugaz con uno de sus tantos amantes, un hombre que desapareció apenas supo del embarazo.
Desde el primer momento, Nora había tenido la esperanza de que Sebastián asumiera la paternidad. No porque creyera realmente que él era el padre, sino porque necesitaba aferrarse a alguien, a algún tipo de seguridad. Pero cuando Sebastián descubrió su infidelidad y la verdad sobre el hijo que esperaba, la echó de su vida con furia y desprecio. Esa fue la primera ficha que cayó en la larga cadena de consecuencias que la alcanzaría.
Los días pasaban lentos y pesados. Cuidar de un bebé sola, sin apoyo económico ni emocional, no era lo que Nora había imaginado para sí misma. Intentó contactar a otros hombres con los que había estado durante el tiempo en que engañaba a Sebastián, pero todos se desentendieron. Algunos la bloquearon. Otros la insultaron. Y algunos simplemente se rieron en su cara, diciéndole que era una "mujer fácil" que solo buscaba quién le resolviera los problemas.
La joven que antes caminaba segura por la vida, convencida de su poder sobre los demás, ahora se encontraba vulnerable, sin amigos verdaderos, sin familia cercana y con un hijo en brazos que lloraba por las noches y necesitaba más de lo que ella podía darle. La envidia que había sentido hacia Martina se transformó en remordimiento. No tanto por haber traicionado a su amiga —porque Nora no era de las que se permitía sentir culpa—, sino porque ahora entendía lo que era estar sola.
Las redes sociales le mostraban una realidad que ya no le pertenecía. Vio una publicación de Martina, sonriente junto a Tomás en una escapada de fin de semana. Vio los comentarios llenos de amor, los likes, la admiración. Y por primera vez en mucho tiempo, aceptó para sí misma que lo había perdido todo por una elección egoísta.
Algunas noches, Nora soñaba con una vida distinta. Una donde no hubiera traicionado, donde hubiera buscado el amor desde la verdad, no desde el juego o la manipulación. Pero cada mañana, al despertar en ese pequeño departamento, con las paredes agrietadas y los pañales por lavar, la realidad le recordaba que ya no había marcha atrás.
Buscó ayuda en servicios sociales. Asistía a una organización de madres solteras que le brindaban apoyo psicológico y pañales donados. Allí conoció a otras mujeres en su situación, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que no estaba sola. Sin embargo, no era fácil adaptarse a la vida sin lujos, sin validación externa, sin halagos ni seducciones. Ahora, los días giraban en torno a mamaderas, vacunas y noches sin dormir.
León, su hijo, era su única fuente de afecto sincero. A pesar de todo, lo amaba. Pero muchas veces se preguntaba si él no merecía algo mejor. Lloraba en silencio cuando se quedaba dormido, se abrazaba a la frazada sintiendo el peso del karma. Porque aunque no creía en justicia divina, lo que estaba viviendo parecía una respuesta del universo.
Recordaba con frecuencia la noche en que comenzó todo. Aquella vez que coqueteó con Sebastián por puro capricho, sabiendo que era el novio de su mejor amiga. Lo que en su momento le pareció una travesura excitante se había convertido en el principio de su desgracia. Sebastián la había usado, sí, pero ella también se prestó al juego. Y ese juego la destruyó.
Intentó buscar trabajo, pero sin experiencia ni estudios, las opciones eran pocas. Una amiga de la infancia le ofreció un puesto como moza en un bar de barrio. Aceptó sin pensarlo, aunque le resultaba humillante. Antes, ella estaba en el centro de todas las miradas; ahora, nadie reparaba en ella, salvo para darle órdenes o dejar propina.
Nora empezó a usar el transporte público, cargar con el cochecito de León, hacer malabares para llegar a fin de mes. A veces, se cruzaba con personas del pasado que fingían no reconocerla. Y otras veces, escuchaba susurros detrás de ella, comentarios crueles, miradas burlonas. Aceptó ese desprecio como parte de su penitencia.
En una de esas tardes grises, mientras caminaba de regreso a casa bajo la llovizna, recordó a Martina. Pensó en escribirle, en pedirle perdón, aunque sabía que era inútil. Había cruzado una línea que no se podía borrar. Aún así, deseó en silencio que Martina estuviera bien. Que hubiera encontrado la paz que ella misma había perdido.
Esa noche, mientras acunaba a León hasta que se durmió, Nora sintió algo nuevo. No era tristeza ni arrepentimiento, era algo parecido a la aceptación. Entendió que no podía cambiar el pasado, pero sí podía intentar construir un futuro distinto para su hijo. Tal vez no para ella. Tal vez ya era tarde para redimirse, pero no lo era para darle a León una vida digna, con amor, con límites, con verdad.
El karma la había alcanzado con fuerza, con crudeza. Le mostró lo que era perderlo todo. Pero también le mostró el valor de las cosas reales: la maternidad, la empatía, el esfuerzo. Por primera vez en mucho tiempo, Nora dejó de pensar en lo que perdió y comenzó a pensar en lo que podía ganar, si se comprometía con ese cambio.
Le llevó meses, pero finalmente logró mudarse a un lugar un poco más digno gracias a su esfuerzo. Empezó a estudiar online, a cuidar a León con más paciencia, a sonreír cuando él le devolvía una mirada limpia, sin juicio.
No era una historia de redención completa. Aún quedaba mucho camino. Pero Nora, por primera vez en años, estaba dispuesta a recorrerlo sin mentiras.
Y mientras en otro rincón de la ciudad Martina dormía en paz junto a Tomás, Nora se sentaba junto a la cuna de León, le acariciaba la frente y susurraba con voz quebrada: "No te fallaré, hijo. No como lo hice antes. Vos merecés algo mejor. Y yo voy a dártelo, cueste lo que cueste".
Gracias autora por escribir, compartir esta historia