Soy Bárbara Pantoja, cirujana ortopédica y amante de la tranquilidad. Todo iba bien hasta que Dominic Sanz, el cirujano cardiovascular más egocéntrico y ruidoso, llegó a mi vida. No solo tengo que soportarlo en el hospital, donde chocamos constantemente, sino también en mi edificio, porque decidió mudarse al apartamento de al lado.
Entre sus fiestas ruidosas, su adicción al café y su descarado coqueteo, me vuelve loca... y no de la forma que quisiera admitir. Pero cuando el destino nos obliga a colaborar en casos médicos, la línea entre el odio y el deseo comienza a desdibujarse.
¿Puedo seguir odiándolo cuando Dominic empieza a reparar las grietas que ni siquiera sabía que tenía? ¿O será él quien termine destrozando mi corazón?
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Cervezas, risas y caprichos.
El ambiente en la sala de estar parecía más relajado, aunque aún se percibía una tensión sutil.
Victoria y Elena llegaron con cajas de cerveza cuando Bárbara les dijo que se sentía triste, Cloe y Max, los traviesos gatos de Bárbara, se correteaban por la sala, saltando de un sofá al otro, mientras las risas de las amigas de Bárbara resonaban suavemente en el aire.
Cloe, la gata más juguetona, se subió al respaldo del sofá y miró con curiosidad las latas de cerveza esparcidas por la mesa. Max, por otro lado, estaba demasiado ocupado persiguiendo una pelota de hilo en el suelo.
Una hora después apareció Dominic, sentía que la conversación de antes había quedado en el aire por una emergencia que tuvieron que resolver quedando de hablar después.
Victoria inocente le abrió la puerta sin saber que la tristeza de su amiga se debía a él.
—¡Oh, bienvenido a buena hora, aún no se termina la cerveza!
—Hola victoria ¿Está bárbara?
—Claro, pasa.
Bárbara no dice nada cuando lo ve, en cambio, Elena su amiga, le pasa una cerveza mientras pone otra música.
Dominic llamó para más cerveza cuando vio que se estaban terminando las que tenían luego de un buen rato. El ambiente no era malo y Bárbara actuaba normalmente frente a sus amigas.
Bárbara había aceptado la cerveza que le había ofrecido y, aunque al principio parecía renuente, ahora la sostenía en sus manos con más comodidad. No le gustaba sentirse vulnerable, pero las cervezas estaban comenzando a aliviar un poco la tensión. El sabor frío y refrescante le ayudaba a desconectar de la angustia que había estado sintiendo en los últimos días.
—¡Eso es! —exclamó Elena, mientras ponía una cerveza frente a cada uno de ellos. —¿Quién dijo que esta noche no necesitábamos un poco de diversión?
Dominic, aunque con una ligera sonrisa, sabía que no era la mejor idea seguir bebiendo, pero, por cortesía, aceptó la cerveza. Aunque las risas de las amigas de Bárbara intentaban aligerar el ambiente, él no podía evitar sentirse incómodo. Había algo en el aire que no se podía ignorar, algo que lo mantenía tenso.
—¡Salud! —brindó Victoria, levantando su lata de cerveza mientras miraba a Bárbara con una sonrisa juguetona.
—¡Salud! —respondió Elena, que estaba ahora a un lado de la mesa, mirando la cerveza de Dominic con curiosidad.
Bárbara hizo un gesto para unirse al brindis, pero antes de tomar el primer trago, miró a Dominic, como si buscara algo en sus ojos, algo que le diera alguna pista sobre cómo se sentía realmente él. El brillo en sus ojos no era el mismo de antes, y aunque estaba rodeada de amigos, algo parecía estar quebrado entre los dos.
—¿Y qué tal, Dominic? —preguntó Bárbara con voz más fuerte de lo que había hablado en todo el día. —¿Cómo va ese corazón de todos esos pacientes? Seguro que es más fácil curar un corazón roto que... lo que sea que estamos viviendo nosotros.
La pregunta, aparentemente casual, cargó el aire con una tensión que no pasó desapercibida. Dominic sintió cómo la amargura se filtraba en las palabras de Bárbara, y se preguntó si había algo más en su interior que no había dicho. Sin embargo, antes de poder contestar, Bárbara bebió un trago largo de cerveza, y él se quedó observando cómo la situación comenzaba a tornarse más complicada.
Victoria y Elena se miraron sin saber porqué del comentario de su amiga, pero como eran inteligentes ya estaban armando cabos. Solo se miraron entre ellas
—No sé si es tan fácil... —respondió, buscando encontrar una forma de tranquilizarla. —No todo corazón roto se puede sanar de la misma manera.
Bárbara ríe amargamente, sin mirarlo, y siguió bebiendo.
—Jajaja, ay que cosas dicen ustedes, si pasó algo, resuélvanlo de la mejor manera, amiga. Ahora bebamos.
—Si amiga, la amargura al zafacón. Hoy fue un día muy pesado en el hospital.
Las risas de sus amigas se mezclaban con el ruido suave de los gatos saltando de un lado al otro de la sala. Max se acercó a la mesa y comenzó a jugar con una bola de papel que Cloe había dejado caer, mientras Cloe, la gata más traviesa, saltó sobre el sillón, atrapando la atención de todos en la habitación.
Las palabras de Bárbara eran cada vez más desinhibidas a medida que tomaba más cerveza, y la tensión entre ellos se incrementaba. Cloe, que siempre había sido una fuente de distracción y alegría en la casa, ahora se estaba comportando de manera más juguetona que nunca, saltando por encima de las piernas de Dominic, como si quisiera que él se relajara y dejara de preocuparse.
—¿Estás bien, Bárbara? —pregunta Elena, observando cómo la ortopeda comenzaba a sentirse más vulnerable. —Creo que has bebido bastante por hoy...
Pero Bárbara no escuchó. De alguna manera, el alcohol le permitió hablar de cosas que normalmente guardaba para sí misma.
—¿Sabes? Tal vez no hay solución, Dominic. A veces no importa cuánto tratemos de arreglar las cosas. —Bárbara soltó un suspiro pesado, dejándose caer hacia atrás en el sillón. —Yo... no sé si lo que siento se pueda arreglar. ¿Tú qué crees?
Dominic, mirando a Bárbara, sintió el peso de sus palabras. La veía triste, más de lo que le gustaría. Él no estaba seguro de qué hacer para hacer que se sintiera mejor, pero sabía que no podía seguir en silencio. Además él no quería hablar delante de sus amigas.
—Bárbara... —dijo, pero ella levantó la mano, pidiendo un momento de calma.
—No, Dominic, no quiero que me digas nada ahora. No sé si quiero escuchar lo que tienes que decir. —Con una sonrisa triste, se giró hacia Victoria, que ahora estaba sentada cerca de ella, con Max sobre su regazo. —Creo que tengo que ir a descansar.
Dominic observa en silencio mientras Bárbara se levantaba del sillón, con la cerveza en la mano. Max, el gato más tranquilo, se subió a sus piernas y comenzó a acariciar su rostro con la cabeza. Bárbara dejó escapar una risa suave, como si los gatos tuvieran una forma única de calmarla, mientras Elena y Víctoria miraban a Dominic con una expresión que decía más de lo que las palabras podían transmitir.
—Déjala descansar un poco —dijo Elena con suavidad sin saber que había pasado entre su amiga y el cardiólogo, sabiendo que tanto ella como Victoria se encargarían de darle el consuelo que necesitaba más tarde.
Dominic asintió, sintiendo que no podía hacer mucho más por el momento. Mientras observaba a Bárbara alejarse por el pasillo hacia su habitación, se quedó quieto, perdido en sus propios pensamientos. Había cometido errores, lo sabía. Pero ahora, más que nunca, se dio cuenta de lo importante que era para él que Bárbara estuviera bien.
Al día siguiente, sabía que tendrían que hablar. Pero ahora, con la noche tomando su curso y la pesada calma en el aire, solo esperaba que el tiempo, y tal vez un poco de sinceridad, ayudaran a que las cosas volvieran a su cauce.
La mañana siguiente llegó con la luz del sol filtrándose a través de las cortinas, pero el ambiente en el departamento de Bárbara estaba todo menos luminoso. Cloe y Max, los gatos de Bárbara, se habían acomodado en su lugar habitual, durmiendo en el sillón, ajenos a la tensión que aún flotaba en el aire de la casa. Bárbara despertó más tarde de lo habitual, sintiendo una pesadez tanto en la cabeza como en el corazón.
Se levantó lentamente, su mente aún nublada por el alcohol de la noche anterior, pero había algo más que la incomodaba: las palabras que había dicho, y la forma en que Dominic las había escuchado. Sabía que el ambiente entre ellos había cambiado, pero no sabía cómo arreglarlo. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Cómo se había dejado llevar por las emociones y la bebida?
Decidió ir a la cocina y preparar algo de desayuno. Mientras lo hacía, los recuerdos de la noche anterior comenzaron a invadirla: las cervezas, las bromas, y sobre todo, el silencio que había seguido a sus palabras. Sabía que tenía que hablar con Dominic, pero no estaba segura de cómo hacerlo sin que todo explotara aún más.
Justo cuando estaba a punto de tomar una taza de café, sonó el timbre de la puerta. Bárbara dejó la taza de lado y, con una sensación de aprensión, se dirigió a abrir. Al otro lado estaba Dominic, que la miraba con una mezcla de seriedad y algo más, tal vez preocupación.
—Buenos días... —dijo Dominic, pero la forma en que pronunció las palabras estaba vacía, como si estuviera buscando el momento adecuado para hablar, pero sin saber cómo, con una bolsa de medicamentos para la resaca y electrolitos entró al apartamento sin ser invitado.
Bárbara se apartó ligeramente de la puerta, dándole paso para que entrara. No sabía qué esperar. El encuentro de la noche anterior había sido doloroso, pero lo peor aún estaba por venir.
—Necesitamos hablar —dijo Dominic, sin rodeos. Su mirada era directa, y aunque su voz sonaba suave, había una firmeza que Bárbara no podía ignorar.
—Sí, yo sé... —respondió ella, mirando al suelo, nerviosa. ¿Por dónde empezar? Sus pensamientos estaban enredados, como si las palabras no pudieran salir con claridad. Dominica abrió la nevera y guardo algunos energizantes. Le da la pastilla para la resaca y un electrolito. Ella lo toma.
Luego los dos se sentaron en el sofá, Cloe y Max seguían dormidos en su rincón, ajenos a la conversación importante que estaba por ocurrir.
Dominic respiró hondo, sabiendo que este era el momento para aclararlo todo.
—Lo que ocurrió anoche... no fue justo. No me refiero a lo que dijiste, porque entiendo que estabas molesta, pero creo que te mereces algo más que esto, Bárbara. Yo también tengo mis responsabilidades en esto, y lo sabes.
Bárbara, sintiendo la presión de sus palabras, levantó la mirada lentamente.
—Yo también cometí un error, Dominic. El alcohol no debería haberme dejado decir lo que dije, pero... las cosas no están bien entre nosotros, y yo también soy responsable de eso. Tal vez no sabía cómo manejar todo lo que siento, y eso me ha hecho decir cosas que no quiero, ni siento.
Dominic la mira en silencio por un momento, asimilando lo que acababa de decir. La culpa y el amor se mezclaban en sus ojos. Sabía que Bárbara estaba pasando por un proceso complicado, pero él también lo estaba. Habían comenzado esta relación con tanta pasión, pero las dificultades de la vida parecían haberlos separado más de lo que pensaban.
—Lo que quiero decirte, Bárbara —comenzó Dominic, tomando su mano con delicadeza—, es que no quiero que esto se rompa. No quiero perderte. Sé que no soy perfecto, y he cometido errores, pero te amo, y lo único que quiero es estar a tu lado y resolver todo lo que está entre nosotros. No voy a defraudarte de nuevo, hablaré con Salma para que no venga a mi apartamento, se que ella siente algo por mi y le e dado largas, pero nunca le e dado esperanzas.
Bárbara sintió cómo una mezcla de emociones la invadía. Su corazón latía con fuerza, y una parte de ella quería abrazarlo, perdonarlo, y dejar que todo volviera a ser como antes. Pero había algo en su interior que no podía ignorar, un miedo profundo de que tal vez las cosas ya no pudieran volver a ser las mismas.
—Pero, Dominic... —dijo, su voz temblando—, anoche yo también sentí que todo estaba... roto. Y me dolió tanto. No sé si soy capaz de seguir adelante con todo lo que está pasando entre nosotros. A veces siento que nos estamos perdiendo, que estamos cambiando y no sé si es algo que puedo arreglar.
Dominic la miró con una expresión de profunda tristeza, y en ese momento, todo lo que había sucedido entre ellos parecía colapsar en un solo instante. A pesar de la distancia emocional que sentían, había algo claro en su mirada: el amor seguía allí, aunque estuviera manchado por las inseguridades y los malentendidos.
—Entiendo que tengas miedo, pero yo no quiero rendirme. —Dominic apretó suavemente su mano, buscando que Bárbara lo mirara a los ojos. —Lo que más quiero es que confíes en mí. Sé que he fallado, pero estoy dispuesto a luchar por nosotros, por lo que tenemos.