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Días después. Maite se empieza a acostumbrar al ritmo de David. Además de cada dos días recibir flores de Hugo. Ella no sabe que sentir al respecto, le gusta el gesto, y Hugo le parece guapo, sin embargo no está segura de que el sea un buen hombre. Y ella prometió a su hermana encontrar uno bueno.

Un viernes llega y Hugo va personalmente a la empresa para invitarla.

— Buenas.

— Señor Hugo.

— Llámame Hugo.

— Yo no creó que...

— Por favor.

— Bueno. ¿Y que se le ofrece?

— Vine para invitarte a cenar.

— Todavía no terminó.

— Te esperaré.

— ¿Seguro?

— Si. — Un rato pasa y David sale de su oficina. El ve a Hugo, y le pregunta que hace ahí. Hugo le responde que espera a Maite.

— ¿Y por qué estás esperando a mi secretaria?

— La invité a cenar. Por eso la espero, Maite parece que ya terminaste ¿podemos irnos?

— Ella no puede. — Contesta David.

— ¿Por qué no? — Preguntan Hugo y Maite.

— Te lo dije en la mañana. Me tienes que acompañar a una reunión.

— No recuerdo que...

— Ya te lo recordé. Vámonos.

— Señor Hugo lo siento. Será en otra ocasión.

— Si por supuesto.

...

En otra parte del mundo, Carolina ve en una revista una foto de David, al lado de una mujer muy hermosa, ella observa de nuevo la foto y le parece ver a su hermana.

— Aristeo ven por favor. — Le habla ella a su amigo.

— ¿Qué pasa?

— Mira.

— Caro ya te he dicho que no veas las noticias que tienen que ver con ese infeliz.

— No. Eso no. Mira a la chica. Se parece mucho a mi hermana. — Aristeo ve la foto y entra en pánico. Aunque se calma rápido.

— Caro, tú sabes que Maite está muerta. No es ella.

— Pero se parece. ¿Y si mi hermana no se murió? ¿Y si está viva? — Carolina empieza a tener esperanza.

— Caro. Maite está muerta. Tu viste su tumba. Esa mujer de la foto no es tu hermana. ¿Además que haría tu hermana al lado de ese hombre?

— Tienes razón. — Carolina pone una expresión de tristeza. — Es que la extraño. No sabes cómo me gustaría que ella estuviera viva. Qué mi hijo también lo estuviera. — Una lágrima baja por su mejilla. — No se por qué me ilusiono a lo tonto.

— No llores. Mira, Maite está en un mejor lugar. Tu hijo también. Por favor ya no veas nada que tenga que ver con el infeliz de David. Te hace daño.

— Siempre las veo con la esperanza de que le hayan roto el corazón, así cómo el me lo rompió a mi. Pero tiene mucha suerte.

— La suerte se acaba. No te hagas daño, mejor piensa en rehacer tu vida. Eres joven, hermosa, puedes tener más hijos.

— No quiero. No volveré a salir herida. El amor no está en mi diccionario. Enloquecí por culpa de el.

— Caro yo te amo. Si me aceptas me casaré contigo. Y podemos tener una familia hermosa.

— Eres un gran amigo, pero no puedo. No merezco ser feliz, mi hermana nunca pudo conocer el amor, por mi culpa. Por correrla ese día.

— No fue tu culpa. No sabías lo que iba a pasar. No te atormentes. Ella si querría que tú fueras feliz.

— Quiero verla. Por favor llévame a visitarla. Hace mucho que no le llevo flores. — Aristeo piensa en una excusa para evitar ese viaje.

— Déjame pedir permiso en mi trabajo. Te llevaré en un mes. También debes pedir permiso.

— Tienes razón. Lo pediré. En un mes iremos.

— Si.

...

Maite y David llegan al restaurante, y ella mira a todos lados.

— ¿Buscas a alguien?

— A las personas que van a venir.

— Nadie va venir.

— ¿Qué?

— Tenía apetito, y no quería cenar solo. ¿Estás molesta?

— Creó que si.

— Lo siento. Quería pasar tiempo contigo.

— ¿Por qué?

— Me gustas.

— ¿He? — Maite lo mira incrédula. — Perdón, creo que no escuché bien.

— Si escuchaste bien. Me gustas.

— Creo que me voy. — Ella se levanta de su asiento, sin embargo David le sostiene la mano.

— Siéntate. — Ella le obedece. — No se te ha declarado un monstruo.

— Lo sé.

— ¿Puedes darme una oportunidad?

— No.

— ¿Qué? — David se sorprende. No esperaba esa respuesta. — ¿Por qué?

— Es mi jefe.

— ¿Y eso que?

— No quiero tener una relación con mi jefe. Sería incómodo.

— No es así. Yo cómo novio soy muy generoso.

— No estoy interesada. Gracias. Y si me disculpa. Se me fue el apetito. — Ella se levanta y se va.

...

Al día siguiente Patricia y David van a casa de sus padres, ella no lleva a Leandro para ahorrarle un mal rato. Mientras ellos comen Magdalena su madre empieza a cuestionar.

— Hija. ¿Por qué no vino Leandro?

— Está ocupado. — Responde ella rápidamente.

— ¿Tan ocupado que no puede venir a comer con nosotros?

— Si madre. Así de ocupado.

— ¿Y cuándo se van a divorciar?

— Nunca.

— Hija. Entra en razón. Al lado de ese hombre nunca nos darás un nieto.

— En lugar de estar pensando en mi divorcio, piensa en casar a tu hijo.

— A mi no me metan. — Dice David.

— Patricia tiene razón, hijo es hora de que te cases. — Interviene de Alejandro, su padre.

— Cuando quería casarme arruinaron mi relación. ¿O se les olvidó?

— Esa mujer no te convenía. No tenía tu posición social. — Dice su padre.

— Tienes razón. Pero yo la quería. Y eso debió bastar.

— ¿De te olvida que te engañaba? — Le recuerda su madre.

— No madre. No se me olvida. ¿Qué quieres? ¿Qué te de las gracias por quitarla de mi camino? Bueno, gracias.

— David no le hables así a tú madre.

— No se por qué hacemos estás comidas familiares. Claro, si se por qué. Para que mamá le recuerde a Patricia que tiene un hombre infértil, y para que papá me eche en cara mi error. Si ya terminamos, ¿me puedo ir?

— No. No puedes. — Le dice Alejandro. — Ya hice mi testamento. Y si no te casas en menos de un año, te voy a desheredar.

— Has lo que te plazca. Con permiso. — David se levanta de la mesa y sale de su casa.

— Y tú Patricia. Espero que lo pienses mejor.— Dice su madre.

— No tengo nada que pensar. El mejor hombre del mundo está a mi lado. Y soy muy feliz con el.

— Haste una inseminación artificial. — Sugiere su madre. — Leandro es quién tiene el problema. No tu.

— Ya lo hemos hablado y el no está de acuerdo. ¿Quieres que lo pierda acaso?

— Si te ama tanto cómo dices aceptará la inseminación.

— Ustedes no parecen mis padres. Parecen mis enemigos. Con permiso.