Isabela está decidida a hacer realidad su sueño americano. Pero estos quedan hechos pedazos cuando, al salir del aeropuerto, es atropellada por el empresario Christopher King.
Al despertar en el hospital y ver a su lado al protagonista de todas sus novelas, piensa que tal vez el accidente hubiera sido una bendición. Pero muy pronto se da cuenta de que, en realidad, aquel que tiene apariencia de héroe posee la personalidad de un villano.
—Casémonos... —es la única palabra que pronuncia el imponente hombre después de que Isabela decidió dejar su orgullo y dignidad a un lado para ir a buscarlo y pedirle el favor de que la salvara de la desgracia que había caído sobre su familia.
—¿Qué carajos crees que soy? ¡¿Qué te hice para que me trates así?! —grita ella, sintiéndose profundamente humillada y la persona más patética del mundo.
NovelToon tiene autorización de Mia Soler para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Muñeca de trapo
Por unos segundos, Isabela se olvida de cómo respirar.
“¿De verdad dijo lo que creo que escuché?”
Mira a Christopher y espera que este se ría y le diga que es una broma, pero él continúa en su postura de príncipe de las Nieves y la observa desde su trono esperando su respuesta.
La palabra retumba en su cerebro, pero el corazón la recibe como si fuera una bala destinada a terminarla de matar.
Ella estaba preparada para cualquier respuesta de parte de Chris. Se imaginó que le respondería con un NO rotundo y ordenaría a seguridad que la echaran del edificio. También pensó que se burlaría, que la miraría con esos preciosos ojos azules y la congelaría para luego romperla con sus palabras mientras se jactaba de que él tenía razón sobre ella, que era una oportunista con cara de santa y que lo sucedido la noche anterior solo había sido un acto para sacar más provecho de su situación.
Repasó cada segundo, cada palabra y cada gesto que había sido parte de la discusión que tuvieron hace menos de 24 horas. Isabela entendía que no iba a ser fácil que Christopher cambiara la opinión que tenía sobre su persona, y mucho menos después de atreverse a ir a su oficina a pedirle el dinero que le aventó a la cara mientras gritaba y lloraba para proteger lo que quedaba de su dignidad.
Estaba preparada para eso, para que su fugaz ilusión con aquel hombre terminara definitivamente y ser avergonzada de esa forma. Estaba dispuesta a soportarlo, a tragarse todo su orgullo con tal de salvar a sus seres queridos.
Pero esto iba más allá de los límites de su imaginación, y su cerebro no sabe cómo reaccionar.
“¡Qué hombre tan cruel! ¿Por qué me hace esto? ¿De cuántas maneras más me quiere destruir?”, piensa desolada mientras intenta ponerse de pie y salir lo más pronto posible de ese lugar porque siente que no puede respirar.
Sus brazos comienzan a temblar, y una de las muletas que la ayudan a caminar cae al suelo, provocando un gran estruendo. Se estremece al notar cómo su cuerpo cambia del frío al calor a una velocidad sobrehumana, y en consecuencia, todo a su alrededor se vuelve gris, y la pierna que aún tiene sana tiembla como si sus huesos fueran de gelatina.
—¡Ten más cuidado! —grita Christopher mientras corre a evitar que caiga y la sostiene por la cintura, haciendo que ella se estremezca al tenerlo tan cerca. — Vas a terminar de romper las pocas partes de tu cuerpo que aún siguen enteras.
“Cualquiera que lo escuche creería que de verdad está preocupado por mí”, piensa ella con frustración, pero de su boca salen otras palabras:
—¡Prefiero eso a seguir siendo humillada de esta forma! —su grito la sorprende porque de verdad no pretendía continuar con la incómoda discusión que se formó entre ambos la noche anterior, pero nunca ha sido muy buena para fingir sus emociones y mucho menos aquellas que la desbordan.
Toma la mano de Christopher con fuerza y lo obliga a soltarla.
—No me importa si quedo hecha un rompecabezas de mil piezas. No lo voy a soportar más… —dice sin disimular lo agotada que se siente— Solo tengo una duda… ¿Qué carajos crees que soy? ¡¿Qué te hice para que me trates así?!
Christopher suspira. Su semblante es cansado, se masajea la cabeza y aprieta los ojos. Después de unos segundos, la vuelve a mirar, hace uso de todo su autocontrol y le habla con el mismo tono amable que implementaba días atrás en el hospital.
—Isabela… Mi intención nunca ha sido humillarte.
—Pues tus palabras demuestran lo contrario. Además, no has respondido a mi pregunta. ¿Qué le hace pensar que soy la clase de persona que va a aceptar semejante locura?
—Dijiste que ibas a firmar lo que yo quisiera. Pues quiero que firmes un acta de matrimonio.
—¡Christopher, por Dios!
—¿Qué? —Isabela lo mira y piensa que él de verdad parece que no entiende la magnitud de lo que le está proponiendo— Tú necesitas dinero y yo necesito una esposa. Tómalo como si te estuviera ofreciendo un empleo.
Su pobre explicación solo sirve para que ella se enoje al punto de perder la cabeza y comienza a golpearlo en el brazo mientras llora y grita enfurecida.
—¡Yo no soy una puta o una dama de compañía, Christopher King!
—¡Pero, ¿quién ha dicho eso?!… —Chris se queda quieto como un muro.
Los golpes la lastiman más a ella de lo que lo lastiman a él. Isabela pierde cada vez más el control de su llanto y se siente aún peor cuando ve que en el rostro del que creyó ser el hombre de sus sueños, se dibuja una sonrisa que podría ser un emblema al cinismo.
“¿En serio se está burlando de mí?” Piensa ella al borde de la locura. Olvida por completo que al frente tiene a una de las personas más importantes del mundo. Decide usar una de sus muletas como arma y la levanta con toda intención de partírsela en la cabeza.
Al ver sus intenciones, la sonrisa de Christopher se borra y esquiva sin problema el ataque. Pero su paciencia se agota y grita exasperado.
—¡Isabela, ya fue suficiente!
—¡Claro que no! Tú…
Chris no le da oportunidad de continuar con su rabieta. Él es más grande y fuerte que ella, así que se vale de esto para tomarla en sus manos, dejarla inmovilizada y llevarla hasta el sofá como si de una muñeca de trapo se tratara. No sin antes tirar las muletas hasta el otro lado de la oficina para que le resulte imposible alcanzarlas.
—¡SUÉLTAME!
—¡YA NO MÁS! —Su grito la paraliza, y por sentido de supervivencia decide que por el momento lo mejor es hacerle caso. —Quédate quieta, siéntate y deja que te explique bien las cosas. Si cuando termine no estás de acuerdo, entonces aceptaré tu trato.