Una sola noche, cambio mi vida para siempre.
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23
Recorrí varios metros a toda prisa calle abajo, sin girar la cabeza hacia atrás para ver si me seguían, mientras escuchaba a mi hermano gritar mi nombre. Cuando iba a girar la esquina hacia otra de las calles, pude ver a mi hermano en mitad de la carretera, cubierto solamente con sus boxers y a Jared en la entrada de la puerta, semidesnudo también, llevándose las manos a la cabeza.
Chris le dijo algo a Jared mientras gesticulaba alterado con las manos y se metieron de nuevo en la casa ante la atenta mirada de algunos vecinos que se asomaban a curiosear.
Volví a centrarme y comencé a trotar por las calles en dirección a los caminos. Jared tenía su coche en la puerta de mi casa, por lo que no dudé que irían a por él para buscarme.
Era bien entrada la noche, pero la luna llena iluminaba con su luz los oscuros callejones desalumbrados por los que comencé a transcurrir, ya agotado.
Mi móvil no paraba de sonar y de vibrar, de las entradas entrantes y mensajes que me enviaban mi hermano y Jared, por lo que me paré y apagué el teléfono. Me encontraba algo mareado y sediento. Me senté en un bordillo, detrás de unos contenedores y me miré las manos.
La vista de mis manos ensangrentadas, llenas de heridas por pequeñas piedras clavadas en las palmas me mareó un poco. Parece que con la vista de estas piedras, el dolor llegó a mí abrumadoramente, sintiendo el escozor de cada pequeña grieta. Poco a poco, con las manos temblorosas, conseguí quitarme la gravilla de las manos.
Sentía un calor intenso en la ceja izquierda y llevé mi mano asustado hasta esta. Había una buena brecha, que me partía la ceja en dos, justo en medio de la inflamada zona. La sangre me recorría la mejilla y me caía por el cuello.
Me acordé de que cerca había un desavío 24h, y, aunque era algo más caro, necesitaría algo de comida y agua para aguantar la noche y parte del día siguiente, además de algo de hielo para la ceja.
El único problema era que tendría que desviarme bastante del recorrido que tenía previsto, pero estaba sediento y pronto tendría hambre. Fui por las aceras sigilosamente, con paso rápido y escondiéndome detrás de los coches parados ante la señal de cualquier luz de los faros de algún vehículo. Poco a poco conseguí acercarme a la zona, cuando vi las luces de un coche llegando atropelladamente justo en frente del desavío.
Me escondí detrás de un coche negro y atendí atentamente. Mi hermano salió de la parte del copiloto del coche blanco apresuradamente, dirigiéndose la tienda. No estuvo ni un minuto dentro, cuando salió negando de la cabeza del local. Se montó de nuevo del coche y salieron a toda prisa de allí.
Habían ido a preguntar por mí, por lo que los dueños sabrían que me estaban buscando. En esa zona, todos nos conocemos y mi madre es muy querida por los vecinos, ya que no es de causar problemas, ni nosotros tampoco. El dueño del lugar era muy amable y siempre me regalaba alguna chuchería o cualquier cosilla cuando era una niña.
Saqué de dentro de mi mochila una camiseta oscura y me limpié como pude la sangre del ojo, la mejilla y el cuello mientras gemía de dolor y me mordía la mano. La guardé dentro de la mochila de nuevo y vi la gorra. La saqué, cogí aire y me la encasqueté en la cabeza, bajando bastante la visera.
Caminé lentamente y entré dentro del local. No había nadie en el mostrador, por lo que continué adentrándome. Cogí una botella de agua de dos litros, una bolsa de hielo y algunos dulces. Cuando volví al mostrador, el dueño estaba justo detrás de este, mirando su teléfono. Hice un ruido con la garganta y este se sobresaltó bastante.
- ¡Dios! – dijo, llevándose la mano al pecho. – Hola, pequeña Lya. – me dijo al reconocerme. – Tu hermano acaba de pasarse por aquí buscándote. – Me miró cariñosamente mientras levantaba sus cejas - ¿Va todo bien?
- Sí, sí. – le dije, mirando hacia abajo. - ¿Cuánto es, Eugenio?
- Cinco con treinta, señorita. – me dijo mientras me sonreía.
Busqué en mi mochila la cartera y saqué el dinero justo: un billete de cinco dólares, una moneda de veinte céntimos y dos monedas de cinco céntimos. Los puse en el mostrador y recogí los objetos que acababa de comprar.
- ¿Estás bien, Lya? ¿Quieres que llame a tu madre, o que te lleve a algún lado? – me preguntó, mientras metía la bolsa de hielos dentro de una bolsa de plástico.
- No, no hace falta, de verdad. Va todo bien, en serio. – le dije atropelladamente mientras metía todo en la mochila.
- ¿A ver? Mírame un momento… - me dijo.
En cuanto volví a levantar la cara, supe que la había cagado. Noté cómo una gota de sangre se precipitaba desde mi ceja hasta mi párpado y cómo comenzaba a bajar por el exterior de mi mejilla.
Eugenio transformó su cara agradable en una cara de preocupación. Intentó agarrarme del brazo, pero yo agarré mis cosas y me fui antes de que este hubiese dado la vuelta al mostrador siquiera.
me gustaría ver el final