Marina Holler era terrible como ama de llaves de la hacienda Belluci. Tanto que se enfrentaba a ser despedida tras solo dos semanas. Desesperada por mantener su empleo, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para convencer a su guapo jefe de que le diera otra oportunidad. Alessandro Belluci no podía creer que su nueva ama de llaves fuera tan inepta. Tenía que irse, y rápido. Pero despedir a la bella Marina, que tenía a su cargo a dos niños, arruinaría su reputación. Así que Alessandro decidió instalarla al alcance de sus ojos, y tal vez de sus manos…
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Capitulo 22
Sorprendentemente serena ante la magnitud del desastre, Marina se daba ánimos cuando el kayak chocó contra una roca sumergida. El golpe inclinó la canoa a un lado. Marina se tiró hacia el otro para equilibrarla. Funcionó un instante, pero un golpe de viento bastó para hacerla volcar.
La inmersión en el agua gris y helada la dejó sin aire. Tuvo un momento de pánico, agitando los brazos para salir de debajo de la canoa, luchando contra su ropa, que tiraba de ella hacia abajo. Cuando lo consiguió, salió a la superficie y tomó aire. Tras ella, la canoa se alejaba arrastrada por el agua cubierta de espuma, hasta caer por una pequeña cascada.
«Podría haber sido yo», pensó.
Pero saldría de allí. Si no, los mellizos se quedarían solos, la necesitaban. Centrándose en ese pensamiento y no en el frío que la calaba hasta los huesos, empezó a nadar hacia la orilla opuesta. Marina era buena nadadora y no tenía miedo al agua, pero aun esforzándose al máximo avanzaba muy despacio.
Mientras nadaba le pareció oír un sonido por encima del rugir del agua y el de su propio corazón, pero no permitió que la distrajera. No podía parar. Tenía que seguir. Cada segundo que perdiera, los mellizos... Se negó a pensar en eso.
–Concéntrate, Marina –se dijo, pero en ese momento le entró agua en la boca y, tosiendo, sumergió la cabeza.
Alguien tiró de ella y la sacó del agua sin ninguna ceremonia. Desorientada, se encontró tirada en el fondo de lo que parecía una motora.
El barco giró de repente, lanzándola contra el asiento de madera. Entonces recordó que los niños estaban ahí fuera, en algún sitio.
Empezó a llorar en silencio, sollozos que hacían que su cuerpo entero se estremeciera.
Una vez el barco estuvo en aguas abiertas, lejos del peligro de las rocas, Alessandro paró el motor y se volvió hacia el bulto empapado y miserable que ocupaba el fondo del barco.
Sintió una terrible opresión en el pecho, parecida a la que había sentido al ver desaparecer su cabeza bajo el agua, pero menos devastadora.
–¿Que diablos creías que hacías? –rugió.
Ella reconoció la voz pero pensó que estaba soñando. Se apartó el pelo de la cara. ¡Era él! Alessandro , furioso, empapado y en absoluto vestido para salir a navegar.
–Alessandro , ¿cómo...? –eso daba igual–. No –gimió, agarrando su pierna–. Tengo que volver.
–¿Quieres que te tire al agua? No me tientes –gruñó él, volviendo a verla desaparecer bajo el agua y sintiendo ese mismo puñetazo de miedo visceral en el estómago.
–No, Alessandro . Creo que los mellizos...
Puso las manos en sus hombros y tiró de ella para sentarla en el banco de madera, junto a él. Parecía menos enfadado. Tiritando con tanta fuerza que le castañeteaban los dientes, Marina aferró las solapas de su chaqueta. Estaba frenética por comunicarle la urgencia de la situación.
–Los mellizos...
–No, Marina.
–Escucha, ¿quieres?
–Los mellizos están con Adonis que, admito, no es la persona más adecuada –agarró sus manos–. De hecho, podría estar enseñándolos a jugar al póker en este momento. Pero están a salvo.
Marina parpadeó y movió la cabeza, intentando despejar la neblina de su cerebro.
–¿Los mellizos están bien? –sin esperar respuesta, hundió el rostro en su pecho y empezó a llorar a lágrima viva.
Él abrió los brazos y miró el pelo revuelto. Su ira se había esfumado y se negaba a reconocer que el sentimiento que la había sustituido era ternura. Lo desgarraba su llanto. Finalmente, sus gemidos lo rindieron; la rodeó con sus brazos y atrajo su cuerpo a la calidez de la del suyo…