Mariza, una mujer con una extraña profesión, y que no cree en el amor, se convierte en la falsa prometida de William, un empresario dispuesto a engañar a su familia con tal de no casarse.
Por cosas del destino, sus vidas logran cruzarse y William al saber que ella es una estafadora profesional, la contrata para así poder evitar el matrimonio.
Lo que ninguno de los dos se espero es que esa decisión los llevaría a unir sus vidas para siempre.
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capítulo 22
La habitación quedó en penumbras cuando William apagó la lámpara de la mesita de noche, pero no importaba. Sus cuerpos ya se conocían, ya se buscaban con instinto más que con ojos. Mariza arqueó la espalda al sentir cómo las manos de él recorrían su cintura, sus caderas, sus muslos, cada caricia dejando una estela ardiente.
William se movía con precisión, pero también con una contención casi reverente, como si temiera romperla. Pero ella no era frágil. No con él.
—No me mires así —susurró ella cuando notó su mirada fija, intensa.
—¿Cómo te estoy mirando?
—Como si esto… importara más de lo que debería.
William no respondió. Solo se inclinó sobre ella y la besó con una dulzura que contrastaba con el fuego que ambos ardían por dentro. Mariza cerró los ojos, intentando grabar cada segundo, cada roce, como si esos diez días que mencionó antes fueran una sentencia inevitable.
Las sábanas se arrugaron bajo sus cuerpos, el aire se llenó de jadeos ahogados, de gemidos bajos que solo ellos entendían. Se movían como si se pertenecieran, como si no existiera contrato ni fecha límite. Como si el resto del mundo se hubiera disuelto en la sombra.
Cuando llegó el clímax, fue como una ola arrolladora. Mariza apretó las sábanas con fuerza mientras sentía cómo su cuerpo se deshacía en mil pedazos contra el de William. Él gimió su nombre, con la voz ronca, aferrándola con brazos temblorosos. Ninguno habló. Solo respiraban, intentando encontrar el centro otra vez.
Pasaron largos minutos en silencio, acostados uno al lado del otro, aún unidos por el calor y el desorden. Mariza giró sobre su costado y apoyó la cabeza en el pecho de él, escuchando su corazón acelerado. Su dedo trazó un camino invisible por su clavícula.
—No pienses —murmuró ella, casi en un ruego—. Esta noche no.
William pasó una mano por su espalda, sin apretar, solo acariciando.
—No pienso —respondió—. Solo… siento.
Eso la hizo cerrar los ojos, más vulnerable de lo que le gustaría admitir. Porque sentir era el verdadero problema. Sentir lo que no debía, justo cuando se había prometido no hacerlo. No con él. No con ese hombre que, por contrato, debía dejar de ver en unos días.
Después de un rato, William la cubrió con una manta ligera y la abrazó desde atrás. Su cuerpo se acopló al de ella como si encajaran perfectamente. Mariza no protestó. No podía.
Y mientras el sueño comenzaba a arrastrarla, se preguntó si de verdad podría fingir que esto no le afectaba. Si en diez días, sería capaz de mirar atrás sin romperse.
Pero esa noche no había espacio para futuros ni despedidas.
Esa noche, solo existían ellos.
***
La luz suave de la mañana se colaba por las rendijas de las cortinas, bañando la habitación en tonos dorados. Mariza se desperezó lentamente, sintiendo aún el calor del cuerpo de William pegado al suyo. Él abrió los ojos casi al mismo tiempo, como si su reloj interno estuviera sincronizado con el de ella. Ninguno dijo nada, pero la sonrisa que compartieron hablaba por ambos.
Sin prisas, se levantaron y caminaron juntos al baño. Entre risas, besos y bromas ahogadas bajo el chorro de la ducha, dejaron que el vapor y el agua se llevaran cualquier sombra de duda que pudiera haberse instalado entre ellos. Era un nuevo día, y habían tomado una decisión silenciosa: vivirlo sin pensar en el final.
Después de vestirse, bajaron al comedor. Maia y Sarah ya estaban allí, conversando animadamente mientras la mesa rebosaba de frutas, panecillos recién horneados y café humeante. Al verlos entrar juntos, con las mejillas encendidas y esa mirada de quien ha dormido muy poco pero muy bien, madre e hija intercambiaron una mirada cómplice.
—Buenos días —saludó Sarah con una sonrisa apenas contenida—. Qué puntualidad tan encantadora la de ustedes esta mañana.
William alzó una ceja, divertido, mientras servía café para ambos.
—Digamos que dormimos bien. ¿Verdad, Mariza?
Ella le dio un leve codazo disimulado y fingió una inocente sonrisa. Maia no pudo aguantar la risa.
—Iluminados —dijo con sorna, bebiendo un sorbo de jugo—. Parecen dos faros.
Sarah disimuló su propia risa con una servilleta, pero no comentó más. Se limitó a observarlos con una satisfacción que iba más allá de cualquier broma.
En un momento, mientras untaba mermelada en una tostada, Mariza recordó el mensaje de su hermano y se volvió hacia Sarah con tono serio.
—Quería comentarte algo. Mi hermano ha llegado a la ciudad y me pidió organizar una reunión con ustedes… quiere conocerlos formalmente.
Sarah dejó su taza en el platillo con cuidado y sus ojos se iluminaron.
—¡Maravilloso! —dijo con entusiasmo—. Es lo más adecuado. Esta unión merece que nuestras familias se conozcan. Voy a organizar una cena especial esta misma noche.
—Sarah, no hace falta tanto. Mi hermano no espera una recepción… —intentó protestar Mariza, sorprendida por la reacción.
Pero Sarah ya estaba de pie, llamando con una campanilla a la ama de llaves, quien apareció al instante.
—Dolores, quiero que esta noche la casa esté impecable. Que el comedor esté listo para una cena formal. Avisa a cocina que necesito un menú especial para al menos doce personas. Ah, y asegúrate de que la cristalería y la vajilla de gala estén preparadas.
—Sí, señora —respondió la mujer antes de desaparecer velozmente.
Sarah se giró hacia William.
—Hijo, comunícale a tu padre y a tu abuelo que tendremos una cena esta noche. Es hora de reunir a la familia completa.
William asintió con serenidad, como si ya lo hubiera previsto.
Mariza, sin embargo, seguía algo abrumada.
—Sarah, de verdad, no era necesario tanto… no quiero que esto se convierta en un espectáculo.
—Querida —dijo la mujer, volviendo a sentarse con una elegancia natural—. Estamos por unir nuestras familias. Esto no es cualquier acontecimiento. No todos los días mi hijo se compromete con una mujer que realmente me agrada. Lo mínimo que puedo hacer es recibir a tu hermano como se merece.
Mariza parpadeó, sin saber cómo responder. Pero en el fondo, algo cálido crecía en su pecho. A pesar del acuerdo que la había traído hasta allí, las cosas comenzaban a sentirse reales… demasiado reales.
William le tomó la mano bajo la mesa, en un gesto discreto pero significativo. No necesitaba palabras. Ella lo entendió: esa noche, el juego que habían iniciado comenzaba a mezclarse con la realidad.
Y no había vuelta atrás.
, no podías ser tan wey, como vas y besas a esa cucaracha mal habida