En una pequeña ciudad dominada por las tradiciones, Helena se enfrenta a un futuro incierto cuando su padre es acusado injustamente de un crimen que no cometió. Desesperada por limpiar su nombre, acude a Iván del Castillo, un juez implacable y frío, conocido por su estricta adherencia a la ley. Sin embargo, lo que comienza como una simple búsqueda de justicia, rápidamente se convierte en un intenso enfrentamiento emocional cuando Iván, marcado por un oscuro pasado, se siente atraído por la apasionada Helena.
A medida que ambos luchan con sus propios demonios y los misterios que rodean el caso, Helena e Iván descubren que la verdad no solo pondrá a prueba sus convicciones, sino también sus corazones. En un mundo donde la justicia y el amor parecen estar en conflicto, ¿podrán encontrar el equilibrio antes de que sea demasiado tarde?
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Capitulo 22
Iván estaba de pie frente a la ventana de su despacho, observando la ciudad bajo la lluvia. Las gotas golpeaban el cristal con furia, reflejando su tormento interior. El caso estaba llegando a su fin, pero el precio que había pagado parecía demasiado alto. Cada decisión, cada duda, lo había llevado a este punto crítico. Y ahora, con Helena tan lejos de su alcance, el peso de su culpa lo aplastaba.
No había sido capaz de protegerla, ni de mantenerse fiel a sus propios principios. Lo peor de todo, había dejado que su propio corazón influyera en su juicio, algo imperdonable para un hombre de su posición.
El ruido de la puerta abriéndose lo sacó de sus pensamientos. Helena estaba allí, su expresión llena de agotamiento y algo más: una fría indiferencia. Iván sintió una punzada en el pecho.
—Helena... —su voz era suave, casi suplicante—. No puedo dejar que te vayas pensando que he fallado a propósito.
Ella lo miró con una mezcla de dolor y decepción.
—No se trata de eso, Iván. Se trata de todo lo que hemos perdido en el camino. Mi padre... nuestra... conexión.
Las palabras se quedaban colgando en el aire, inacabadas pero pesadas. Iván sabía que no podía darle una respuesta fácil. No podía prometer que todo saldría bien, porque había cruzado demasiadas líneas. Pero lo que sí podía hacer era luchar, por ella, por lo que quedaba entre ellos.
—Voy a arreglar esto. Haré lo que sea necesario, aunque me cueste todo —dijo con una firmeza renovada, sus ojos clavándose en los de Helena.
Pero incluso mientras lo decía, una parte de él sabía que tal vez ya era demasiado tarde.
Helena respiraba hondo, tratando de contener la avalancha de emociones que la embargaba al estar frente a Iván. Sabía que no debía estar allí, pero algo la había llevado de vuelta a él, como un imán que la empujaba a su propio tormento. Iván se veía desgastado, vulnerable de una manera que nunca antes había presenciado.
—Lo siento —dijo él, rompiendo el incómodo silencio que los envolvía—. Por todo lo que ha pasado, por lo que te hice pasar.
Helena bajó la mirada, sin saber cómo responder. Sentía que algo en su interior también estaba roto, pero, al mismo tiempo, una parte de ella quería creer en esas palabras. En el hombre que había visto más allá del juez implacable.
—No es tan simple, Iván —respondió finalmente—. No puedes arreglarlo todo con disculpas.
Iván dio un paso hacia ella, inseguro, como si temiera que un movimiento en falso pudiera hacerla desaparecer para siempre.
—Lo sé —admitió con la voz quebrada—. Pero haré lo que sea necesario. No puedo perderte, Helena. No de esta manera.
El peso de esas palabras cayó sobre ellos como una sentencia. Ambos sabían que estaban al borde del abismo, y que cualquier paso en falso podría hacerlos caer irremediablemente.
Helena sintió cómo el aire entre ellos se hacía pesado, cargado de promesas no cumplidas y de heridas que apenas comenzaban a cicatrizar. Aunque lo había escuchado pedir perdón, el dolor no desaparecía tan fácilmente. La traición, la duda, el miedo... todo seguía allí, latente, como una sombra.
—¿Cómo puedo confiar en ti después de todo lo que ha pasado? —preguntó ella, con la voz apenas un susurro, temiendo la respuesta.
Iván la miró, sus ojos reflejaban el cansancio de un hombre que había luchado demasiado tiempo consigo mismo.
—No sé si puedes —respondió con una honestidad que la sorprendió—. Pero lo que sí sé es que no puedo seguir adelante sin intentarlo, sin demostrarte que soy capaz de cambiar.
Helena sintió una punzada en el corazón. Quería creerle, quería aferrarse a la posibilidad de que todo aquello tuviera un sentido, de que el hombre al que amaba fuera digno de esa redención.
—No es solo tu redención, Iván —susurró—. También es la mía.
Iván se acercó un poco más, sin romper esa distancia prudente, esperando a que ella le diera una señal.
—¿Podrías darme esa oportunidad? —preguntó, con una vulnerabilidad que jamás había mostrado antes.
Helena cerró los ojos por un segundo, sintiendo el peso de la decisión que estaba a punto de tomar.