En una mezcla de desesperación y determinación, Abigail, una Santa casada con el Duque Archibald, se enfrenta a un oscuro giro del destino. Luego de una confesión devastadora por parte de su esposo sobre su infidelidad con una plebeya, Abigail toma una decisión drástica: pedir el divorcio y romper con el matrimonio que la ha oprimido por años. Sin embargo, esta vez no es una simple víctima. Tras una misteriosa reencarnación, ha regresado al pasado con el conocimiento de su fatídico futuro.
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Capítulo 22
[Abigail avanzó hacia el Duque Archibald, quien comenzaba a retroceder lentamente, tropezando con sus propios pies. Abigail se acercaba poco a poco, y su mirada, cargada de furia y desprecio, atravesaba el alma del Duque como una lanza.]
-Archibald!, empezó Abigail con una voz firme. No hay castigo en esta tierra ni en el cielo que sea suficiente para el monstruo que eres.
[Archibald intentó mantener su compostura, pero el temblor en sus manos lo delataba.]
-E-es... escucha, Abigail. No tenía forma de saber que esa sirvienta era la hija de Javier. Fue... fue solo un error.
-¿En ese caso dices que estaría bien hacer eso siempre y cuando no sea a la hija de Javier?
[Abigail se detuvo frente a él y, sin previo aviso, levantó la mano y le propinó una bofetada que resonó por todo el salón, Archibald tambaleó hacia un lado, llevándose una mano al rostro, incapaz de mirar a la mujer que ahora lo dominaba por completo.]
-¡¿Un error?! -exclamó Abigail, su voz temblando de indignación-. ¿Así llamas al abuso, a la tortura y a la humillación? ¡No eres un hombre, Archibald, eres una peste! Un parásito que se alimenta de la miseria ajena para satisfacer su ego.
[El Duque cayó de rodillas, incapaz de soportar la intensidad de las palabras de Abigail. Su frente estaba cubierta de sudor, y sus ojos mostraban un miedo que nunca antes había sentido.]
-P-por favor... Abigail, yo... yo no
sabía... -tartamudeó, sus palabras
quebrándose mientras la desesperación lo invadía.
-¡No sabías! -Abigail se incliné hacia él, su rostro apenas a centímetros del suyo-. No sabías que Nina era hija de Javier, pero
aun así la torturaste. No sabías que su vida tenía valor porque nunca has considerado que la vida de nadie más que la tuya lo tiene. ¡Eres patético! Un hombre que se esconde detrás de un título porque sabe que sin él no es nada.
[Archibald comenzó a llorar
silenciosamente, sus lágrimas
cayendo al suelo mientras
murmuraba disculpas que no podían
borrar el daño que había hecho.]
-Te lo juro... no sé qué me pasó, no sé por qué hice todo eso. No era mi intención, algo me incitó a hacerlo. Por favor... disculpame.
-¿Disculpas? -Abigail cruzó los brazos, mirándolo con desdén-, Ni mil disculpas salvarán el alma que has destruido, Archibald, Eres una vergüenza para tu título, para tu linaje y para tus difuntos padres.
[De repente, las puertas del salón se abrieron de golpe, y una mujer alta y elegante, vestida con un fino vestido rojo, apareció, Era Luisa, con un rostro adornado por una mezcla de furia y determinación.]
-¡Ya basta! -grité Luisa,
colocándose entre Abigail y Archibald, ¡No tienes derecho a tratarlo así!
[Abigail se enderez6, su mirada fija
en Luisa, quien parecía decidida a enfrentarse a ella,]
-¿No tengo derecho? -repitió
Abigail con una sonrisa amarga-. ¿Y qué derecho tenía él de torturar a Nina?
-¡Era una simple sirvienta! -
exclamó Luisa, levantando la barbilla con arrogancia-. Archibald es un Duque, Tiene el poder y la autoridad para hacer lo que crea necesario. No puedes lastimarlo por una mujer insignificante.
[Abigail sintió que la sangre le hervía, pero mantuvo la calma.]
-¿Insignificante? ¿Eso es lo que piensas de la vida de una persona?
-Abigail dio un paso hacia Luisa, quien instintivamente retrocedió-. Tú eres tan despreciable como él. Esa "sirvienta" tenía un nombre, una familia y una vida, y nada de eso te importa porque vives en una burbuja de privilegios y corrupción.
Luisa abrió la boca para responder, pero Abigail no le dio tiempo.
-Te diré algo, Luisa; tus palabras no cambiarán nada, Archibald no es un Duque, es un cobarde, y tú... tú eres solo una sombra que lo defiende porque temes que su caída sea también la tuya.
[Archibald, todavía en el suelo, comenzó a hiperventilar, su mente cayendo en un pozo de desesperación.]
-¡Por favor, Luisa, basta! -rog6,
extendiendo una mano hacia ella-. No puedes detener esto... ella tiene razón... he fallado...
Luisa lo miró con una leve sonrisa.
-¡Archibald, levántate! ¡Eres un Duque, por el amor de Dios!
[Pero Archibald ya no escuchaba, Sus hombros temblaban, su rostro estaba pálido, y sus ojos mostraban un vacío que reflejaba el peso de sus acciones. Por primera vez, entendía las consecuencias de su crueldad, y el peso de esa realización lo estaba aplastando.]
Abigail lo observó un momento más antes de girarse hacia Lewis.
-Vámonos. No pienso gastar más tiempo en este ser despreciable.
[Lewis asintió, ella comenzó a
caminar hacia la salida, pero antes
de cruzar la puerta, se detuvo y lanzó una última mirada a Archibald, que seguía arrodillado en el suelo.]
-Archibald, recuerda esto: cada acto cruel que has cometido regresará a ti multiplicado. No por mi mano, sino por la justicia de Alkennor. Has perdido algo más importante que tu orgullo hoy. Has perdido cualquier rastro de humanidad que te quedaba, y tu cordura se ha caído por los suelos.
Archibald gimió, incapaz de responder, mientras Luisa lo sostenía del brazo, tratando de levantarlo sin éxito.
-Abigail, no puedes dejarlo así -
insistió Luisa, con una mezcla de
rabia y súplica en su voz-. ¡Es un noble! ¡Merece respeto!
Abigail soltó una carcajada amarga. -¿Respeto? -dijo, girándose completamente hacia ella-, El
respeto se gana, Luisa, y él lo
perdió en el momento en que levantó una mano contra una inocente. Si decides seguir junto a este hombre, te condenas a compartir su destino.
[Luisa apretó los dientes, pero no tuvo respuesta. Abigail se giró nuevamente y salió del salón con Lewis a su lado.]
-Abigail... -comenzó Lewis, rompiendo el silencio mientras caminaban por los pasillos-. Eso fue... impresionante. Pero, ¿estás segura de que fue suficiente? Si me lo hubieras pedido, podría haberle cortado un brazo.
Abigail suspiró.
-Lewis, este no es el final, Archibald ha cometido demasiados crímenes, y no pienso dejar que quede impune. Pero hay un tiempo para todo, y ahora no me siento bien.
[Abigail comenzó a caminar hacia la
salida con Lewis a su lado, pero sus pasos eran más lentos de lo habitual, Su rostro, antes lleno de determinación, ahora mostraba un cansancio inusual, Lewis, atento, notó su cambio.]
-Abigail, ¿estás bien? -preguntó,
preocupado.
[Abigail se detuvo un momento, apoyándose en la pared, mientras trataba de controlar su respiración, Sentía su pecho apretado, como si una carga invisible la oprimiera.]
-Lewis... -dijo con voz débil-. Quería hacer que Archibald pagara por todos sus crímenes, aquí y ahora, Pero... no puedo. Mi cuerpo... se siente pesado, y...
Antes de que pudiera terminar la
frase, Abigail tambaleó y perdió el equilibrio, Lewis reaccionó rápidamente, sujetándola antes de que cayera al suelo.
-¡Abigail! ¡Abigail, responde! - exclamó, alarmado.
[El cuerpo de Abigail estaba ardiendo, su piel caliente como el fuego. Lewis la sostuvo en sus brazos mientras ella perdía el conocimiento, su respiración irregular y débil.]
-Esto no está bien... -murmur6
Lewis, mirando a su alrededor, Sin perder más tiempo, la cargó cuidadosamente y comenzó a caminar hacia la salida.
-Resiste, Abigail. No puedes caer
ahora... -dijo en voz baja, apretando los dientes con determinación mientras salía de la mansión.
[En el salón, las voces apagadas de
Archibald y Luisa continuaban resonando, pero Lewis ya no tenía tiempo para ellos. Todo lo que importaba ahora era salvar a Abigail.]
[Archibald y Luisa, mientras tanto, quedaron solos en el salón. El Duque, derrotado, seguía en el suelo, murmurando incoherencias. Luisa intentó una vez más levantarlo, pero él apartó su mano.]
-Todo se acabó, Luisa... —susurró Archibald, con los ojos llenos de lágrimas-. Ella tiene razón. Soy un monstruo.
—¡No digas eso! —exclamó Luisa, sacudiéndolo—. Eres el Duque Archibald. Nadie tiene derecho a juzgarte.
Pero Archibald solo negó con la cabeza, incapaz de encontrar consuelo en sus palabras.
[En ese momento, una sombra comenzó a formarse en el rincón del salón, una presencia oscura y opresiva que hizo que la temperatura descendiera drásticamente. Archibald levantó la cabeza, su rostro pálido de terror.]
—¿Qué… qué es eso? —susurró.
La sombra preguntó:
—¿Ya es la hora, mi señora?
Luisa le respondió, con una calma tensa:
—Sí, hiciste un gran trabajo, eres de gran ayuda, Hasmoday ya es hora de comenzar.
Continuará...
pero asi va ser