En "Prisionera del Sultán", seguimos la vida de Aziza Rai'f, obligada a casarse con Akram Hassan como su segunda esposa. De esta unión nace nuestra protagonista, quien junto a su madre escapa hacia Occidente, donde es criada lejos de las tradiciones de Jaddara. Sin embargo, su destino cambia cuando Akram reclama a su hija de regreso, desatando una lucha de poderes entre el heredero de Burhan Sharif Bakhur y Akram por el control de la desafiante princesa.
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Pasiones
Akram preparaba una gran fiesta de cumpleaños para su hija.
El tiempo de que Isra se quedara en Jaddara se acercaba cada día más, pronto ya no la vería partir, además de familiares y amigos también había invitado a dignatarios extranjeros.
En Brasil Isra se miraba frente al espejo, mientras bailaba frente a el aprovechaba que su madre había salido.
Adoraba bailar Isra se paro frente al espejo, su reflejo era una imagen de confianza. Con movimientos suaves y fluidos, sus caderas se mueven al compás de la música, mientras sus manos dibujan elegantes figuras en el aire. Su rostro refleja concentración y pasión, cada movimiento es un tributo a la sensualidad y la fuerza de la danza árabe. El brillo en sus ojos muestra la satisfacción de dominar cada paso, mientras su reflejo en el espejo la inspira a seguir perfeccionando su arte. Cada giro y cada ondulación del cuerpo resuenan con una energía magnética, envolviendo el espacio con una atmósfera de misterio y seducción. El sonido de la música se mezcla con el susurro de sus movimientos, creando una melodía hipnótica que transporta a Isra a un estado de trance. Con cada paso, se siente más conectada con su propio ser y con el poder ancestral de la danza árabe.
El tiempo parece detenerse mientras Isra se entrega por completo al ritmo y al movimiento. En ese instante, no hay preocupaciones ni distracciones, solo la pura expresión de su ser a través de la danza.
Finalmente, cuando la música llega a su fin, Isra se detiene frente al espejo, con el pecho agitado y una sonrisa radiante en el rostro. Se siente viva, y libre...
— Lo digo en serio Isra, ya no eres una niña. No discutas con tu padre y quítate esa costumbre de replicar todo lo que uno te dice.
— Ya entendí exclamó Isra.
Isra se sintió frustrada. Jamás sería lo que quería su padre. Solo podía ser ella misma.
Según su madre, su padre nunca escuchaba a nadie. Al menos a ninguna mujer. Su padre nunca había aceptado que tomara clases de baile, no importaba si era samba, arabe o Ballet. Su oposición era total y había ido en aumento a medida que se había acercando a la adolescencia.
A medida que había ido creciendo, Isra había ido temiendo más su viaje a Jaddara. Cada año significaba menos libertades, menos oportunidad de poder entablar relaciones sociales, y de ser ella misma. Su padre estaba decidido a transformarla en una mujer de Jaddara bella, hábil, sumisa. No era que Jaddara no fuese hermosa, con aquella mezcla de culturas, y sus magníficos paisajes. Pero en Jaddara las mujeres aún estaban protegidas, marginadas y ella no se imaginaba vivir así.
Su madre no comprendía, era una buena madre y con el paso de los años ella comenzó a ser consciente de que su madre tenía miedo de su padre, miedo de que se la llevara.
Su madre era una reina sin reino y estaba muy sola a no ser por su tía y Bahiya. Su madre no tenía vida, cuando le había preguntado a su madre porque se había separado de su papá, ella había contestado que ella no lo hacía feliz.
Lo extraño del caso y aunque no lo conocía mucho su padre, no parecía un hombre feliz.
A veces se la quedaba observando en silencio, también solía observarla desde su despacho.
Cuando ella estaba en el jardín que según le había dicho Bahiya lo había construido para su madre.
Sus padres eran muy extraños, y ella era el resultado de esa relación.
Isra sabía que en Jaddara las mujeres no gozaban de ninguna libertad, los hombres mandaban en sus casas y a las mujeres, pero ella no era una mujer de Jaddara. Nunca lo había sido. Pero tampoco era brasileña, aunque hubiera nacido ahí. En definitiva para ser oriental era demasiado occidental y para ser occidental tenía demasiadas limitaciones orientales.
Tal vez debería irse al polo sur e intentar ser un pinguino.
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Aziza y Nazira acompañaron a Isra y Zahra al aeropuerto, el avión oficial de Jaddara aguardaba por ellas.
— Por favor Isra no te metas en líos y obedece a tu padre, usa tu velo y nada de bailes suplicó a Aziza.
— Y tampoco mirar a un hombre a los ojos, lo tengo bien presente, tranquila mamá te llamaré y nos veremos en unas semanas dijo Isra abrazándola.
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El príncipe Rashad de Burhan no podía creer que su hermano lo venciera en un combate aéreo. Sencillamente, era imposible.
Sin embargo, allí estaba, sentado en la cabina de su F15, volando a más de ochocientos kilómetros por hora y mirando hacia el horizonte al punto donde había visto por última vez el F 35 raptor de su hermano.
—Más vale que te muevas. La voz Sharif que le llegó a través de los auriculares le hizo apretar los dientes. ¿Dónde estaba? El príncipe giró la cabeza buscando el reflejo de los rayos del sol contra el metal, un destello o algo que le diera una pista sobre su situación, pero no vio nada.
Sharif pilotaba aviones desde la adolescencia, siempre con total dominio y absoluta seguridad en sí mismo.
Rashad por su parte llevaba dos años entrenando, siempre era el mejor de la clase y por primera vez en ese tiempo, sentía un reguero de sudor frío en la espalda. Segundos después, un agudo y estridente tono de advertencia resonó en la cabina como una maldición.
Sharif lo tenía en su mira. De hallarse en una situación de combate real, estaría muerto.
—Pum, pum —dijo Sharif, y soltó una risotada—. Ha durado dos minutos enteros. No está mal para un novato. Está bien. Descendemos. De repente, el f 35 se materializó a su izquierda y se colocó con movimientos elegantes y precisos delante de él. A pesar de la velocidad.
— ¿Piensas ir a llorar a la falda de mamá?, exclamó Sharif.
¡Se estaba burlando de él!, Rashad sintió deseos de golpear a su hermano.
—Sé lo que piensa —dijo Sharif por los auriculares—. Está molesto y humillado. No me sorprende, es como reaccionan todos los tontos. Si te sirve de consuelo te diré que en los últimos años nadie, me ha vencido en un combate aéreo. Esto es la guerra, no es nada personal. Mi trabajo es enseñarte a ser el mejor piloto. Tu trabajo es aprender.
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