SECRETARIO DULCE

—¿Qué te pareció? —Pregunta él.

Conduce con cuidado, ver sus manos al volante se ha vuelto otra de mis muchas adiciones.

—Estuvo bien, me gustó. ¡Gracias por invitarme!

—¡Excelente! Me gusta escuchar que fue de tu agrado.

—¿Cómo te sientes tú?

—Bien. Me gusta tu compañía.

—Yo también te prefiero a ti.

El semáforo se ilumina con la luz roja. Nos detenemos.

—Quiero llevarte a un lugar antes de pasar a dejarte a tu casa. ¿Te parece bien?

—¿A donde quieres llevarme?

—¡Ya lo verás!

La noche es fresca. Las farolas tienen luz tenue y el parque está un poco solitario. Caminamos hasta llegar al descenso de una escalinata. Estamos en la punta de este sitio. ¡La Paz!

—Quise traerte aquí porque es muy tranquilo. Además, desde este punto se puede ver toda la ciudad.

—Es cierto. Ese es el edificio que tiene el corazón, ¿verdad? —Señalo con mi índice.

El corazón de ese edificio está iluminado en color rojo y aunque estamos lejos, se ve con claridad.

—Sí, yo no me había percatado, pero sí.

Sonrió ampliamente, la brisa del sereno nocturno comienza a caer. Decido sentarme en el primer escalón, me siento en paz conmigo mismo.

—¿Quieres sentarte? —Le invito.

Acepta y termina a mi lado.

—¿Pudiste hablar con Miranda?

—Sí. Me agrada.

—Es mi prima.

—¿Tu prima?

—Sí. No sabría decirte la historia completa, pero sí. Somos familia. Ella me lo acaba de informar.

Los recordé bailando. Ambos se veían tan confiados y guapos.

—¿O sea que te enteraste mientras bailaban?

—Así es.

—Bueno, eso suena bien.

—Claro. Me pidió ayuda con algo. Luego te contaré.

—Está bien.

Nos quedamos en silencio, contemplando la infinidad de la ciudad.

—¿Qué harás mañana?

—Quiero dormir y pasarla en mi casa.

—¿No tienes otros planes?

—No. Raul tendrá una cita, me invito pero no iré. No quiero ser un mal tercio.

Escucho que ríe ligeramente.

—¿Y si viajamos en moto?

—¿A donde?

—A algun pueblo mágico del estado.

—Suena bien.

—¿Chignahuapan?

—Nunca he ido.

—Yo te llevo. Mañana vamos.

Sonrio.

—La idea me gusta, pero, de verdad, no creo poder.

Mi respuesta hace que descienda y se mueva hasta quedar de frente a mí.

—¡Ándale! Vamos. Yo te llevo.

—Otro día. ¡Por favor!

—¿Qué debo hacer para convencerte?

...🍬🍬🍬...

Son las nueve de la mañana y el sonido del timbre me despierta. ¿Quien podrá ser? Me levanto de la cama, me acomodo un poco el cabello y salgo de mi habitación con los pies descalzos.

Abro.

—¡No puede ser! ¿Estabas durmiendo? —Raul se ve bastante despierto.

—Obvio. Es domingo —y bostezo sin miedo.

Entra a mi casa.

—Cambiate. Saldremos a dar la vuelta.

—Te dije que no quiero ser el mal tercio en tu cita con…

—Cambió de planes. La cita solo será entre nosotros.

—¿Nostros? —Me quedo estático—. ¿Qué pasó con Julieta?

—Luego te cuento. ¡Alístate!

—Está bien.

—Te haré un licuado para que medio desayunes.

Raul me empuja para que yo entre al baño y cierra la puerta. Hago mi rutina matutina, tomo un baño de diez minutos y salgo con la toalla en la cadera.

Me dirijo a mi habitación. Me visto. Elijo un pantalón de mezclilla holgado. Una camiseta blanca con un estampado de un venado y me pongo un poco de perfume. Salgo de mi cuarto.

—Bebe esto. ¡Me quedó muy bueno! Lo hice de fresa.

En la barra está un vaso con licuado. No dudo en beberlo y confirmo que realmente está muy bueno. ¡Me encanta!

—¿A donde iremos?

—Nos iremos de aventura. ¿Y que crees?

—¿Qué?

—Rente una camioneta.

—¡¿Cómo que rentaste una camioneta?!

—¡Neta! Termina tu licuado para que ya nos vayamos.

Él enjuagaba el vaso de la licuadora y se veía bastante confiado con lo que hacía y decía. ¡Siempre había sido así! Mi amigo era un canijo.

Al salir de mi casa, veo la camioneta que rento. ¿En cuánto dinero le habrá salido este chistecito?

—¿Y por qué una camioneta y no mejor un auto? Solo iremos…

—Nosotros dos, Dario y tus demás amigos de la oficina. ¡Claro! Sin olvidarme de mi querida Julieta —en sus labios se dibujó una sonrisa amplia.

—Así que iremos a divertirnos.

—Sí. ¡Ya sube! Es hora de irnos.

Encendió el motor, el aire acondicionado empezó a amenizar la sensación térmica.

—Olvide mi celular en tu casa. Espérame tantito.

Bajo de la camioneta. Me quede viendo mi celular para elegir la playlist de viaje. Segundos después, escuché que volvía a abordar. Empezamos a avanzar.

—¿Quieres que ponga a Ed Maverick? —Le pregunto. Alzo la vista y veo que no es Raul quien conduce.

—Por mí no hay problema —responde Gilberto.

—¿Y Raul? —Le pregunto con mucha sorpresa.

—Tenía que ir a su cita. Me pidió que yo te llevara.

Todo eso me sorprendió bastante.

—¿Y a donde me vas a llevar?

Mi celular empieza a timbrar, es Raul.

—¡¿Qué significa esto Raul?!

—¡Tranquilo! No te pongas como nena. Te divertirás.

—¿Divertirme? ¿Qué es todo esto?

Escucho su risa cínica a través de la llamada.

—Solo quiero ayudarte a ser feliz.

—¿Ayudarme? No tienes idea de…

—¡Él me lo pidió!

—¿Él?

—Tu querido jefe. Tu hombre. Tu persona enamorada. ¡Tu Christian me pidió ayuda!

¿Mi Christian? Eso me causó felicidad y preferi calmarme.

—¿Christian te pidió que me convencieras?

—Sí. Él quiere pasar este día contigo. ¡Disfrútalo mucho!

—Yo… Claro.

—Avísame cuando llegues. Ya verás que me vas a agradecer por esto que te hice. ¡Intenta disfrutar el paseo! Y no te contengas.

—¿Qué no me contenga? Pero…

—O sea, que te dejes llevar cuando estés con él. ¡Disfruta!