Millonario Ceo Prometido Bajo Contrato

CAPÍTULO VEINTIDOS: DEMOSTRÉ QUE FUI CAPAZ.

Antonella Salvatore.

Voy a mi armario a buscar un atuendo. De acuerdo con la ocasión, encuentro un vestido de color rosa vieja, de mangas largas, cuello cerrado, que llega un poquito más arriba de las rodillas. Me queda holgado, muy poco lo he usado, es perfecto para la ocasión. Elijo unas zapatillas negras combinando con mi cartera. El tono oscuro con el tono claro de mi vestido, creo que es perfecto.

Voy al baño dándome una ducha rápida, quiero estar lista cuanto antes. Mi cabello lo dejo seco. Salgo envuelta con la toalla, busco ropa íntima, encuentro una braga de encaje blanco y un sujetador del mismo color. Me estoy vistiendo y veo mi abdomen plano, llevando mi mano a mi vientre. "¿Se estará formando un bebé aquí?" digo apenas en un susurro. No tengo síntomas de nada, no he encontrado cambios en mi cuerpo, es muy pronto.

Regreso a lo de antes, termino de colocarme el vestido. Estoy frente al espejo, me veo linda. Observo mi cabello y me decido por una coleta alta sacando los flequillos. Busco unas argollas, las cuelgo en cada lado de mis orejas. Elijo un maquillaje como siempre sencillo, más al natural: un poco de labial color claro, lápiz negro que resalte mis ojos y un poco de compacto y listo. "¡Bella!", digo.

Busco el calzado, paso mis cosas de una cartera a otra y, por último, Rocío, un perfume que siento que representa mi personalidad y justo para la ocasión formal. Su fragancia envuelve mi fosa nasal.

FILIPPO SALVATORE

Han pasado muchos años desde que abandoné todo. No me importó nada con tal de estar con el amor de mi vida, decidí alejarme de mi familia. Nunca aceptaron que me casara con Georgina y no con la que él quería para mí.

Mi padre quiso casarme con una mujer que no amaba, ni siquiera me interesaba. Él había elegido por mí una esposa, ya él tenía planeado con el padre de mi supuesta futura esposa en ese entonces. No podía negar su belleza, pero no me interesaba nada de ella. Mi padre me amenazó con desheredarme si no me casaba con ella. Solo era un matrimonio por contrato y con beneficio entre dos familias; debía tener un hijo con ella y ellos tenían la esperanza de que en la convivencia naciera el amor entre nosotros, pero eso nunca pasó. Ya estaba enamorado y la amenaza de mi padre no me importó, ya tenía ahorros y con eso pude iniciar mi nueva vida con mi esposa.

Conocí a Georgina en la misma empresa de mi padre, en la cual yo trabajaba también como empleado. Ella era costurera en la parte del taller de costura. Fue un accidente, estando presente, el que me llevó hasta ella: se lastimó su mano con la tijera y yo fui a prestarle ayuda. Tomé su mano para cubrir la herida mientras la conduje a la enfermería, quedé cautivado de inmediato cuando esa voz me habló diciendo que no era nada de qué preocuparse, y esos ojos azules que me dejaron cautivado desde el mismo instante. A partir de ahí, nos fuimos conociendo y luego le declaré que me gustaba, que me sentía atraído por ella y lo intentamos, y desde entonces hemos sido felices con nuestra hija.

Mi padre es dueño de la sastrería más grande de Roma y fuera de ella. Por obvias razones fui desheredado, pero eso no me impidió seguir adelante. Trabajé como empleado en otra empresa por un tiempo y con la liquidación, formé mi pequeño negocio de sastres. No es como la de mi padre, pero es la que nos ha dado de comer y ha mantenido a mi familia a flote.

Quizás mi padre pensó que regresaría con el rabo entre las piernas, por no tener dinero suficiente y las comodidades que tuve desde el momento de nacer, pero le demostré y me demostré que fui capaz de salir adelante sin su ayuda ni utilizar su apellido.

Mi hija no sabe nada de mi familia, nunca le he contado nada, no es que se lo oculte, simplemente no veo el motivo de hablar de ellos. En algún momento le hablaré de ellos. Por tal motivo, siempre voy a estar con ella brindándole mi apoyo, no seré como mi padre fue conmigo.

Me encuentro en mi pequeño espacio donde años he trabajado. Veo los documentos, necesito un préstamo. La situación se ha complicado y no he querido informarle a mi hija. Georgina lo sabe, ella ha sido mi compañera fiel, mi columna de sostén para que esto funcione; si ella no estuviera, no estaríamos aquí. Solo estoy a la espera de que aprueben en el banco el préstamo para ayudar a reformar algunas máquinas.

Guardo los documentos, me levanto y salgo de mi oficina. Cierro con seguro, doy un recorrido por el taller, todo en orden y salgo a casa.

El trayecto fue rápido, son las seis de la tarde. Llego y voy camino a la puerta de mi hogar. Me adentro, Georgina está en la cocina terminando la cena.

—Huele delicioso, ya me dio apetito —llego a ella y le doy un beso—. Hola, cariño.

Son tantos años juntos que el amor no ha acabado entre nosotros, cada día nos amamos más y jamás me voy a arrepentir de la decisión que tomé eligiéndola a ella.

—Hola, cielo, ya vamos a cenar. Preparé tu platillo favorito, hoy solo cenaremos tú y yo. Nuestra hija va a salir con su novio a casa de sus suegros.

Escucho atento a lo que me dice, me parece increíble que mi pequeña ya creció, pero siempre será mi pequeña.

—Mmm, qué delicia, muero por comerla —digo—. Y después podemos aprovechar que Anto no va a estar y nos damos cariños como cuando éramos solo tú y yo. Sería el mejor postre.

Ella me observa, se sonroja, eso siempre me ha gustado de ella.

—Cielo, qué cosas dices, además, calla, puede venir Antonella y te puede escuchar.

Dejo a un lado lo de antes, porque si bien es cierto, siempre fuimos cuidadosos, a pesar de que Antonella ya es una adulta y sabe qué pasa entre una pareja, pero somos respetuosos.

—Solo espero que en esa casa la traten bien, jamás voy a permitir que la humillen y le hagan el feo.

—Tranquilo, cielo, esperemos que no, además ese muchacho no lo permitiría. Se ve que está muy enamorada de nuestra hija, confío en que si algo así llega a suceder, él la puede defender y Anto no se quedará callada.

Veo a mi hija, entra a la cocina, se ve hermosa, me recuerda a su madre cuando era joven, es su mismo retrato, por ellas doy la vida.

—Hola, papá, ¿cómo te fue hoy? Llegaste tarde a casa. Cuando llegué estaba mi madre, ¿todo bien en el negocio?

Mientras me habla, me envuelve con sus abrazos, esto no lo cambiaría por nada del mundo.

—Sí, hija, todo bien, solo estoy resolviendo algunos asuntos pendientes —le digo—. Te ves preciosa, hija.

—Gracias, papá, esa es la idea, la ocasión lo amerita, confieso que estoy ansiosa y nerviosa. No sé qué esperar de los padres de Emiliano.