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El Rezo Del Cuervo

El Rezo Del Cuervo

Status: En proceso
Genre:Traiciones y engaños / Síndrome de Estocolmo / Amor-odio / Atracción entre enemigos / Pareja destinada / Familias enemistadas
Popularitas:5.3k
Nilai: 5
nombre de autor: Laara

La cárcel más peligrosa no se mide en rejas ni barrotes, sino en sombras que susurran secretos. En un mundo donde nada es lo que parece, Bella Jackson está atrapada en una telaraña tejida por un hombre que todos conocen solo como “El Cuervo”.

Una figura oscura, implacable y marcada por un tormento que ni ella imagina.

Entre la verdad y la mentira, la sumisión y la venganza. Bella tendrá que caminar junto a su verdugo, desentrañando un misterio tan profundo como las alas negras que lo persiguen.

NovelToon tiene autorización de Laara para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

XXI. Boda.

El tío condujo a Bella hasta el altar. La soltura de sus pasos contrastaba con la rigidez temblorosa de ella, como si cada metro la empujara más cerca de una prisión invisible. Al llegar, se detuvo frente a William y, con una leve inclinación de cabeza, colocó la mano de Bella sobre la de su sobrino.

—Espero que encuentren la felicidad que merecen —pronunció con voz grave, oscura pese a la cortesía de sus palabras.

William le sostuvo la mirada unos segundos, asintiendo con la seriedad que lo caracterizaba. Sin necesidad de más, el tío se apartó, dejando tras de sí una estela de respeto forzado y cierta inquietud.

Entonces William volvió a fijar sus ojos en ella. Esa mirada, intensa y dominante, la envolvía como fuego helado. Bella, incapaz de sostenerla, giró apenas el rostro hacia un costado. Pero el gesto la delató: su temblor era incontrolable, y él lo sintió en aquella mano que sostenía.

William no apartó la vista. Su voz, baja pero firme.

—Mírame.

Bella cerró los ojos un instante, intentando reunir fuerzas. La orden había sido pronunciada sin dureza, pero con tal seguridad que resultaba imposible ignorarla.

Lenta, resignada, levantó la mirada hasta encontrarse con esos ojos oscuros que parecían diseccionarla, devorarla en silencio. El corazón le latía con violencia; quería huir, pero sus pies se habían clavado en el suelo.

William se inclinó hacia ella, acercando su rostro a su oído. Su aliento cálido la hizo estremecerse, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo.

—Estás hermosa —dijo, con un tono tan firme y posesivo que a Bella le costó discernir si era un cumplido o una sentencia.

Un estremecimiento recorrió su cuerpo. No supo si temblaba de miedo o de algo más, y eso la desconcertó aún más que sus palabras.

William enderezó su postura y apretó suavemente su mano, guiándola frente al juez, mientras su mirada la devoraba un instante más, oscura y absoluta.

Los aplausos cesaron poco a poco, dejando al jardín sumido en un silencio expectante. El juez, con sus papeles en mano y una voz grave, comenzó con solemnidad:

—Estamos aquí reunidos para celebrar la unión de William y Bella. El matrimonio no es un mero contrato, sino una promesa solemne. Es el compromiso de dos personas que deciden unir sus vidas, compartir su destino y sostenerse mutuamente en el camino.

Bella apenas respiraba. Sus manos temblaban entrelazadas con las de William, quien no parecía inmutarse. Sus ojos permanecían fijos en ella, intensos, oscuros, como si el mundo alrededor no existiera. Ella, incapaz de sostener esa mirada por más de un segundo, bajó los ojos hacia el suelo, tratando de encontrar refugio. Pero él, con un leve movimiento de la mano, apretó la suya, obligándola a volver a levantar la vista.

El juez continuó, sin percatarse de la tensión invisible que crecía en el altar:

—El matrimonio significa respeto, cuidado y apoyo mutuo. Significa estar dispuesto a dar lo mejor de uno mismo, incluso en los momentos más difíciles. Requiere voluntad, fidelidad y fortaleza, porque no siempre será un camino sencillo.

Bella sentía que cada palabra era una sentencia que la amarraba más y más a ese hombre que tenía a su lado. En cambio, William escuchaba en un silencio solemne, con una serenidad que imponía. Su mirada nunca abandonaba el rostro de Bella, como si quisiera grabar cada temblor, cada pestañeo, cada suspiro nervioso que escapaba de sus labios.

—Hoy —prosiguió el juez—, no solo unen sus nombres, sino también sus destinos. A partir de este momento, cada uno será el refugio del otro, la fuerza del otro, la presencia constante que les dará sentido en los días luminosos y en los oscuros.

El juez hizo una pausa breve, miró a los novios y asintió antes de proseguir.

—Dicho esto, y siendo conscientes de lo que implica este acto solemne, pregunto primero a usted, señor William Stone… ¿acepta usted tomar como esposa a Bella, prometiendo amarla, respetarla y cuidarla, en la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y en la adversidad, hasta que la muerte los separe?

El aire se tensó. Bella no se atrevía a levantar la cabeza, pero sintió cómo la mirada de William ardía sobre ella. No vaciló ni un instante. Con voz grave y firme, sin apartar los ojos de Bella, respondió.

—Sí, acepto.

Un murmullo de aprobación recorrió el jardín. Los invitados sonrieron, algunos incluso aplaudieron suavemente, conmovidos por la seguridad de aquel hombre. Bella, en cambio, sintió un escalofrío recorrerle la espalda; aquel “sí” había sonado más como un decreto que como una promesa.

El juez asintió con satisfacción y giró hacia ella.

—Y usted, señorita Bella Jackson… ¿acepta tomar como esposo a William, prometiendo amarlo, respetarlo y cuidarlo, en la salud y en la enfermedad, en la prosperidad y en la adversidad, hasta que la muerte los separe?

El silencio cayó de golpe sobre el jardín. Bella abrió la boca para responder, pero nada salió. Su garganta estaba seca, su corazón golpeaba con violencia, y por un segundo creyó que las piernas le fallarían.

William apretó su mano con más fuerza, obligándola a alzar la mirada. Sus ojos oscuros se clavaron en los suyos, intensos, dominantes, con esa mezcla de hambre y posesión que la paralizaba. Bella respiró entrecortadamente, pero no pronunció palabra.

El juez, incómodo con la pausa, repitió con un tono más solemne.

—¿Acepta usted, Bella?

Las miradas de todos los invitados se volcaron sobre ella. Un murmullo comenzó a levantarse entre los presentes. Bella, atrapada en aquella presión insoportable, no pudo moverse. Sus labios temblaron, pero no salió ningún sonido.

Un murmullo general recorrió los invitados, pero de repente la voz de la madre de William rompió la solemnidad.

—¡La novia está nerviosa! —exclamó con un tono entre divertido y maternal, como queriendo aligerar el ambiente.

Una oleada de risas se propagó entre los invitados, y se escucharon comentarios susurrados: “¡Está tan nerviosa!”, “¡Mírala, qué tierna!” Pero para Bella, todo parecía lejano, amortiguado por un velo de incredulidad y temor. Era como si escuchara ecos de un mundo que no le pertenecía, y cada risa parecía intensificar su sensación de aislamiento. Sentía que flotaba, incapaz de conectar con ninguna de esas voces, atrapada en una burbuja.

En ese instante, William aprovechó el momento. Sin pronunciar palabra, apretó con fuerza su mano, un gesto que la obligó a volver la mirada hacia él. Sus ojos, oscuros y profundos, la devoraban con una intensidad que iba más allá de lo físico; era un mensaje de autoridad, posesión y absoluto control. No había palabras, solo una orden silenciosa que ella comprendió sin esfuerzo. Temblando, con los ojos húmedos, Bella supo que no tenía salida. El mundo a su alrededor se desvaneció, y cada segundo frente a su mirada se volvió un desafío y un juicio a la vez.

El juez, percibiendo la tensión, adoptó un tono más amable, tratando de suavizar la escena y de ofrecer a Bella un respiro.

—Es normal que la novia se sienta nerviosa en este momento. Bella, entiendo que toda esta atención y emoción puedan ser abrumadoras —dijo, sonriendo con simpatía—. Respira hondo. Recuerda que hoy es un paso que eliges dar con tu voluntad, y no hay prisa. ¿Aceptas a William como tu esposo, para cuidarlo, respetarlo y acompañarlo en todos los días de vuestra vida juntos?

Bella tragó saliva, sintiendo la presión de todos los presentes y el peso de la mirada de William. Cada palabra del juez parecía expandirse en su pecho, recordándole que no había escapatoria. Su corazón latía con fuerza desbordada, y una lágrima solitaria comenzó a deslizarse por su mejilla. William, sin perder la compostura, apretó suavemente su mano una vez más, casi un recordatorio de que él estaba allí y que no permitiría que desviara la mirada.

Finalmente, con un hilo de voz y un temblor contenido, Bella pudo hablar.

—Sí, acepto.

Las palabras sonaron casi a un suspiro, un gesto de rendición, confusión y la cruel certeza de que no podía escapar de lo que le esperaba. William no reaccionó con júbilo, no sonrió; su expresión permaneció oscura, fría y absolutamente dominante, pero sus ojos brillaron con una intensidad que hizo que Bella se estremeciera.

El juez continuó, indicando ahora el siguiente paso formal, la firma de los documentos legales que oficializarían la unión.

—Ahora, los contrayentes, junto con los testigos, deben firmar los documentos que certifican esta unión —explicó, con voz clara y firme—. Esto garantiza que la ceremonia no es solo un acto simbólico, sino un compromiso reconocido por la ley. Los testigos, Arianna y James, se acercarán para acompañarlos en la firma y asegurar que todo se realice correctamente.

Arianna se situó a un lado de Bella, acariciando su mano, la cual sostenía el ramo. Intentando transmitirle fuerza y tranquilidad sin palabras. Su gesto era firme, protector, y a la vez lleno de cariño, como si le dijera que no estaba sola, que alguien la comprendía en medio de ese torbellino de emociones. Bella, temblando, se aferró a esa mano como a un salvavidas invisible, sintiendo una mezcla de gratitud y miedo.

James se situó al otro lado, serio y atento, revisando los documentos que el juez les entregaba. Su presencia era más neutral que la de William o Arianna, pero había en su mirada un cierto brillo de curiosidad y cautela, observando cada movimiento, cada reacción.

El juez entregó el primer bolígrafo a William, quien firmó con una seguridad implacable, trazando cada línea con precisión y firmeza. Cada trazo parecía reafirmar su control y la profundidad de su carácter, mientras Bella lo observaba, incapaz de apartar los ojos de la mano que la había poseído desde que él la había tomado en el altar.

Cuando le llegó el turno a Bella, sus manos temblorosas apenas pudieron sostener el bolígrafo. Su respiración era rápida, entrecortada, y por un instante sintió que sus dedos se congelaban sobre el papel. La presión de todos los invitados, la mirada de William… todo conspiraba para que su pulso se desbordara. Inspiró profundo, intentando recomponerse, mientras Arianna apretaba suavemente su mano, un gesto silencioso que le decía que podía hacerlo, que debía seguir adelante.

Finalmente, con un último temblor, Bella trazó su firma. La pluma tembló en sus dedos, dejando líneas irregulares, pero legales, que sellaban su destino. Al separarse del papel, miró a William. Sus ojos, intensos y oscuros, no expresaban júbilo ni satisfacción, solo la calma absoluta de quien sabe que posee el control completo de la situación.

El juez recogió los documentos, verificando cada firma con cuidado.

—Y ahora —anunció el juez con solemnidad, rompiendo el silencio—, corresponde el intercambio de anillos.

Arianna se adelantó con un estuche de terciopelo oscuro entre las manos. Con delicadeza, lo abrió frente a William, revelando dos piezas de joyería que parecían más símbolos de poder que de amor. El anillo de Bella destacaba de inmediato: una sortija de diamantes imposible de ignorar, como si gritara a los presentes que nadie más volvería a poseerla nunca.

William tomó el anillo con una seguridad que helaba, sin apartar los ojos de Bella ni un segundo. Ella temblaba como un flan, con las manos frías y húmedas, incapaz de decidir si aquel peso en su dedo sería una cadena o una tumba. Él, en cambio, lo deslizó con calma sobre su anular, y aunque sus dedos rozaron apenas la piel de Bella, el estremecimiento que la recorrió fue absoluto.

El juez asintió con serenidad, guiando el intercambio de anillos con paciencia y respeto, dejando que cada gesto de los recién casados se desarrollara con calma —El anillo es símbolo de unión y compromiso eterno…

William arqueó apenas una ceja, con esa media sonrisa oscura que tan bien lo definía. Para él no era un símbolo: era una marca de pertenencia. Y Bella lo entendió en cuanto sintió el frío del diamante cerrando su libertad para siempre.

Entonces el juez giró hacia Bella, indicando con un gesto que era su turno. Arianna sostuvo el segundo anillo: sobrio, de oro macizo, pesado, sólido, un reflejo perfecto del hombre al que pertenecía.

Bella extendió la mano con un temblor tan violento que casi dejó caer la sortija. Un murmullo recorrió a los invitados, y ella tragó saliva, pero incapaz de controlar el pánico que la recorría. William, imperturbable, alzó ligeramente su mano, ofreciéndole los dedos con la misma calma altiva con la que firmaría una sentencia.

Con un esfuerzo casi doloroso, Bella colocó el anillo en su dedo. Le costó hacerlo entrar, sus manos parecían de hielo, y la desesperación la hacía torpe. William no apartó su mirada de ella ni un instante; no la ayudó, no la consoló. Solo la observaba con esa paciencia cruel, como si cada segundo de su lucha lo complaciera.

Cuando al fin el anillo se deslizó hasta su lugar, William cerró su puño lentamente, probando el peso, como si aceptara un juramento que ya sabía suyo.

El juez asintió satisfecho, sin sospechar que en ese acto no había amor ni ternura, sino la confirmación de una prisión disfrazada de matrimonio.

Los gritos de los invitados se hicieron unánimes, una sola voz que retumbaba como un mandato.

—¡Beso! ¡Beso! ¡Beso!

Bella sintió que el aire le abandonaba los pulmones. El corazón le latía tan fuerte que temió que todos pudieran oírlo. No quería girarse, no quería verlo… pero William no le dio opción. Con una firmeza brutal, colocó sus manos sobre los hombros de ella y la obligó a enfrentarlo. Su mirada ardía como fuego negro, y aunque en su gesto no había una sonrisa, había algo mucho más devastador: hambre.

Hambre de poseerla.

Los aplausos se mezclaron con el clamor, y por un instante Bella sintió que todo desaparecía, que solo quedaban esos ojos devorándola. William inclinó apenas el rostro hacia el suyo, acortando la distancia entre sus labios. Bella, paralizada, supo que en segundos perdería hasta el último resquicio de voluntad.

Pero entonces, un estruendo rompió la ceremonia como un rayo en un cielo despejado.

—¡Alto, todos! ¡Soy el comisario Jackson, de la Policía, y esta ceremonia queda suspendida inmediatamente!

El grito, potente y cargado de autoridad, resonó desde la entrada del jardín. Cientos de cabezas giraron al mismo tiempo, los murmullos se convirtieron en un rugido de sorpresa y miedo. Los músicos dejaron de tocar abruptamente, algunos invitados se levantaron de sus asientos.

Por el pasillo central, abriéndose paso entre la multitud, apareció un hombre de porte imponente, seguido por una docena de policías armados que avanzaban con determinación, armas visibles, gritos de mando cortando el aire.

Bella sintió que las piernas le flaqueaban. Sus ojos se abrieron con incredulidad al reconocerlo.

Era su padre.

Su rostro, endurecido por la ira y la desesperación, contrastaba con el impecable traje que vestía. Su mirada no se posó en nadie más que en ella, como si todo el resto del mundo desapareciera.

Los invitados comenzaron a levantarse, confundidos, murmurando en todas direcciones. El ambiente de lujo y celebración se transformó en un caos de incertidumbre y tensión.

William, en cambio, no se movió. La tensión en sus hombros era casi palpable, pero su expresión permanecía impasible, fría. Sus manos aún descansaban sobre Bella, como si ni siquiera la irrupción armada fuese razón suficiente para soltarla.

El padre levantó la voz de nuevo, con un tono que estremeció a todos los presentes.

—¡Detengan todo de inmediato! ¡Esta boda es ilegal y será clausurada ahora mismo!

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Cristina Rodriguez
Interesante novela.... pero no Sta completa
Paz Bach
Así me gusta Bella!!!! Dale no te quedes atrás jajaja
Paz Bach
Si cuervo y llegará el día que esa mujer te ponga una correa... 😌
Paz Bach
🤣🤣🤣😂 no puedo de verdad estoy como loca me enfado luego me rio
Paz Bach
Já! ahora resulta, disque su mujer, veremos a ver si consigues que sea tu mujer 😉😏
Paz Bach
no ya... mataste a tu padre muchacha con eso
Paz Bach
😭😭😭😭
Paz Bach
William tendrás que besar el piso por donde camina bella porque lo que estás haciendo es de ser un desgraciado!!!!!
Paz Bach
entiendo que está haciendo todo esto para salvar a su padre... pero aún así Bella... agh! ya no sé estoy que me como las uñas 😭
Paz Bach
esooo no se deje comisario será muy Cuervo y toda la cosa pero el amor de padre puede con todo!!!
Paz Bach
ay no pues la ironía personificada... 🤣
Cristina Rodriguez
excelente novela.. gracias escritora por compartir su historia... es mi tema de lectura mafia
Lina Montoya Blanquicett
pégale duro Chama !!ahora es cuando comienza la guerra de poderes!! dale dónde le duele más al hombre en su eterno orgullo
Lina Montoya Blanquicett
yo creo que es más para el!! idiota yo veré cuando esté llorado pidiendo cacaoo !! miserable
Lina Montoya Blanquicett
yo creo que más para el...idiota te vas tragar tus palabras yo veré cuando estés llorando pidiendo cacaoo!!! miserable
Lina Montoya Blanquicett
que dolor como padre saber que tú conoces a tu hija cuando miente y que te lo sostenga en la cara eso hace doler el alma inmensamente 😭
Lina Montoya Blanquicett
este hombre es un depravado!!! depravado ..que dolor
Lina Montoya Blanquicett
hay bendito!!
Lina Montoya Blanquicett
mato al papá !! con esa palabras
Lina Montoya Blanquicett
desgraciado!!! en verdad y lo más triste que así hay gente
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