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Mí Dulce Debilidad.

Mí Dulce Debilidad.

Status: Terminada
Genre:Romance / Mafia / Amor a primera vista / Completas
Popularitas:11.9k
Nilai: 5
nombre de autor: GiseFR

Lucia Bennett, su vida monótona y tranquila a punto de cambiar.

Rafael Murray, un mafioso terminando en el lugar incorrectamente correcto para refugiarse.

NovelToon tiene autorización de GiseFR para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capitulo 21

La habitación estaba iluminada por la luz dorada del atardecer, que atravesaba las cortinas semitransparentes. Lucia se paró frente al espejo de cuerpo entero, alisando con suavidad la falda de su vestido. Había elegido un diseño sencillo y elegante: un vestido largo de seda color marfil, de tirantes finos y escote discreto en forma de corazón. Su cintura se marcaba sutilmente con un pequeño lazo, y la tela caía con gracia hasta sus tobillos. Un par de sandalias de tacón bajo y un recogido suelto completaban el conjunto. Apenas un toque de rubor y un brillo suave en los labios. Lucía era, sin proponérselo, etérea.

Rafael, apoyado en el marco de la puerta, la miraba como si la estuviera viendo por primera vez.

—Dios mío… —dijo con una sonrisa entre los labios—. ¿Cómo voy a concentrarme con vos a mi lado?

Lucía se giró, divertida.

—¿Muy simple? ¿Demasiado discreto?

Él negó con la cabeza mientras se acercaba.

—Es perfecto. Porque sos vos. Y eso… me desarma —le tomó la mano y la besó con ternura—. Vas a brillar esta noche, Lucia. Aunque no sea tu intención.

—No estoy acostumbrada a estas cosas. Solo espero no cometer errores —murmuró.

—Tranquila. Sos la única persona esta noche que no tiene que fingir nada. Eso es un poder, ¿sabés?

Lucía asintió, respirando hondo.

—Entonces vamos. Que se haga la magia.

Salieron de la habitación y descendieron por la gran escalera de mármol. Antes de cruzar hacia el jardín, Rafael se detuvo.

—Esperame un segundo. Voy a dar una orden rápida a los muchachos —dijo, besándola suavemente en la mejilla.

Lucía asintió, quedándose en uno de los descansos de la escalera. Observaba los ventanales abiertos al jardín, las luces colgantes que brillaban como luciérnagas entre los árboles, el murmullo de la música y el tintinear de copas.

Y entonces, como sincronizadas, aparecieron Matilde y Giorga desde uno de los corredores laterales.

Giorga, vestida con un ajustado vestido rojo escarlata, de espalda descubierta y escote pronunciado, caminaba con confianza. Sus tacones resonaban en el mármol, y su peinado impecable la hacía ver como salida de una revista. A su lado, Matilde, envuelta en un vestido azul medianoche de manga larga y perlas discretas, caminaba con la gracia de quien no necesita impresionar.

—Lucía, querida —dijo Matilde con una sonrisa diplomática—. Qué bien te ves. Muy… natural.

—Gracias, señora —respondió Lucía con cortesía.

Giorga se acercó con paso seguro, y sin saludar de inmediato, recorrió a Lucía de pies a cabeza con la mirada.

—Oh, qué dulce elección de vestuario. Muy fresco. Casi… veraniego —sonrió con una amabilidad artificial—. Me encanta cuando alguien se mantiene fiel a su estilo, sin importar el contexto.

Lucía sostuvo su mirada con serenidad.

—Y me alegra ver que todas podemos expresar lo que somos con lo que llevamos puesto.

—Claro, claro —replicó Giorga, con la sonrisa aún clavada—. ¿Y cómo estás llevando esta adaptación? Me imagino que todo esto debe ser un poco abrumador para alguien que viene de un entorno… más sencillo.

Lucía sonrió, sin alterarse.

—Es cierto, es un mundo muy distinto. Pero lo esencial no cambia. Las personas siguen siendo personas… incluso entre columnas de mármol.

Matilde alzó una ceja, apreciando la respuesta sin admitirlo. Giorga se tensó apenas, pero mantuvo la compostura.

—Qué perspectiva tan madura. Rafael tiene buen ojo —dijo con suavidad, aunque el veneno se le colaba en el tono.

—Él siempre ha sabido ver más allá de lo superficial —respondió Lucía, sin una pizca de ironía.

Y justo entonces, Rafael reapareció al pie de la escalera. Sus ojos se clavaron inmediatamente en Lucía, luego en su madre… y finalmente en Giorga.

—¿Todo bien acá? —preguntó con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos.

Lucía bajó las escaleras y tomó su brazo con naturalidad.

—Perfectamente.

Rafael la miró orgulloso, y sin decir más, la guió hacia el jardín iluminado, mientras Giorga los observaba alejarse con los labios apretados.

La música de cuerdas flotaba suavemente en el aire perfumado por las flores del jardín. Faroles colgantes y guirnaldas de luces daban un brillo cálido al ambiente, mientras los invitados, vestidos con trajes de gala y vestidos elegantes, charlaban animadamente entre copas de champagne y mesas finamente decoradas.

Pero entonces, el murmullo se apagó gradualmente. Algunas cabezas se giraron con discreción… otras, sin ningún disimulo.

Rafael Murray acababa de entrar al jardín, del brazo de una mujer que nadie esperaba.

Lucía caminaba a su lado con la espalda recta y la mirada serena. El vestido marfil se movía suavemente con cada paso, la tela brillando bajo la luz como si respirara. Su rostro, apenas maquillado, irradiaba una belleza natural y tranquila que contrastaba con la ostentación del resto. No llevaba joyas, solo unos pequeños pendientes de perla, pero su porte decía más que cualquier diamante.

Los ojos iban de Rafael a ella. Algunos la miraban con curiosidad, otros con asombro. Una mujer murmuró algo al oído de su esposo, que disimuló con una tos mientras la observaba de reojo. Una joven la miró de arriba abajo con una media sonrisa… aunque luego bajó la vista, incómoda, cuando Lucía le devolvió la mirada con una amabilidad desarmante.

Matilde, desde su mesa central, mantuvo la sonrisa diplomática aunque sus ojos no perdían detalle. Giorga, sentada a su lado, apretó sutilmente la copa que sostenía, forzando una sonrisa mientras hablaba con alguien que ya no escuchaba.

—Te están mirando todos —susurró Lucía sin perder la sonrisa.

—Están mirando a la mujer que tengo al lado —le respondió Rafael, sin apartar la vista del frente—. Y te aseguro que no pueden entender cómo existís.

Lucía reprimió una risa y apretó con suavidad su brazo.

—No quiero incomodar a nadie.

—No incomodás. Incomodás a los que se disfrazan. Y eso está bien.

Cuando llegaron a la mesa principal, Pedro Murray se levantó para recibirlos con una breve sonrisa. Matilde los saludó con una inclinación de cabeza, estudiando cada gesto. Rafael presentó a Lucía con firmeza, sin rodeos. Solo con su presencia, quedaba claro que no pensaba esconderla.

Los aplausos comenzaron entonces, anunciando la apertura oficial del banquete. Copas alzadas, brindis, música... pero aún así, en más de una conversación, el tema flotante era el mismo: la joven mujer del vestido marfil que caminaba al lado del heredero de los Murray, ajena a la guerra sutil de apariencias que se desplegaba en su honor.

Y sin saberlo, Lucía acababa de convertirse en el centro de una partida mucho más compleja de lo que imaginaba.

---

Las copas tintineaban y los platos empezaban a cambiarse mientras un grupo de invitados —algunos empresarios, un par de políticos locales y mujeres de la alta sociedad— charlaban animadamente sobre arte, moda y actualidad.

Uno de ellos, un hombre mayor con gafas redondas y corbata de moño, mencionó una reciente restauración en una antigua villa romana al sur de Nápoles.

—Una maravilla del arte clásico, pero muchos dicen que invertir tanto en piedras viejas no tiene sentido. Que deberíamos pensar más en el presente que en el pasado —comentó el hombre.

—Yo opino igual —intervino Giorga, con una sonrisa afectada—. A veces me parece que todo eso es solo cosa de historiadores y ratones de biblioteca. Hoy en día tenemos otros problemas, ¿no creen?

Algunos rieron, aunque otros se miraron entre sí, algo incómodos.

Entonces una mujer elegante, curiosa, desvió la conversación con una sonrisa maliciosa hacia Lucía, que hasta ahora se había mantenido discreta a la derecha de Rafael:

—¿Y tú, Lucía? ¿Qué opinás? Me dijeron que trabajás en una librería. Seguro tendrás una visión interesante sobre el tema.

Todos giraron hacia ella. Rafael, que estaba bebiendo un sorbo de vino, detuvo su movimiento. Lucía levantó la vista y sonrió con calma.

—Creo que el patrimonio cultural no es solo piedra o pintura —dijo, con voz firme pero serena—. Es identidad. Es lo que conecta a un país con su historia, a una comunidad con sus raíces. Cuidarlo no es mirar hacia atrás, sino entender quiénes fuimos para saber quiénes queremos ser.

Algunos asintieron de inmediato. El hombre de gafas redondas sonrió genuinamente, encantado. Una mujer mayor exclamó un suave “muy cierto”.

Lucía continuó con tranquilidad:

—Además, el turismo cultural representa un gran porcentaje de ingresos para muchas regiones de Europa. Preservar estos espacios no es solo un acto simbólico; también es una inversión económica, educativa y social.

El silencio fue breve, pero elocuente. Giorga apretó la servilleta sobre su regazo sin dejar de sonreír, aunque sus mejillas se habían teñido levemente de rojo. Pedro soltó una breve risa nasal y Matilde la disimuló con un sorbo de vino.

—Muy bien dicho —murmuró Rafael al oído de Lucía, con orgullo en su mirada—. Imposible no admirarte.

Lucía no respondió, pero sus ojos brillaron. No por haber dejado a nadie en ridículo, sino por demostrar que no era necesario alzar la voz ni fingir para hacerse notar. Y, sin quererlo, había ganado el respeto de muchos… y la incomodidad de otros.

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Aura Rosa Alvarez Amaya
Hey verdad!
Éste hombre no duerme?
Caramba!!!
bruja de la imaginación 👿😇
muy bella está historia , muy diferente me encantó
Aura Rosa Alvarez Amaya
Ya valió!
Éste tipo ya la localizó
y ahora?
Adelina Lázaro
que hermosa novela 👏👏
Flor De Maria Paredes
porque no sigue la novela la dejan en lo más interesante que hay que hacer para seguir leyendo ñorfa
Flor De Maria Paredes
de todas las novelas que he leído está es la mejor muy tierna felicidad a la escritora
Tere.s
está mujer se muere ahí
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