dos vidas al borde del abismo, sus sentimientos y emociones se cruzan, sueños inalcanzables.
Sora un chico de 19 años que ha abandonado sus sueños y Mai una chica de 18 que no sabe como avanzar, a donde nos llevará su encuentro.
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capitulo 21: Noche estrellada
La tarde en el pueblo se extendía como una caricia. Las nubes suaves, apenas delineadas, flotaban sobre los tejados cálidos mientras el murmullo de los árboles acariciaba el silencio. El sol descendía lento, dejando que el día se disolviera sin prisa, como si el tiempo también recordara.
Mai caminaba por el sendero de los girasoles con los brazos extendidos, dejando que las flores rozaran sus dedos como si fueran viejas amigas. A lo lejos, podía distinguir a Sora y Kaito conversando en voz baja, con sonrisas tranquilas, sentados en la vereda del supermercado.
"Es curioso", pensó, cómo algunas memorias no necesitan palabras para regresar. Basta una luz, un aroma, un gesto... y entonces el corazón recuerda lo que la mente olvida.
Mientras se acercaba a ellos, vio que del súper, salían Emily y los demás, acercándose a Kaito y Sora. Al verla llegar, Emily saluda con la mano en alto, Cecili la mira y sonríe, mientras que Sora, Kaito y Sato la hablaban de lo que podían hacer hoy.
era una tarde tranquila, de esas donde podías escuchar el viento, en las cuales las cigarras cantaban a lo lejos, "¿y si vamos a la playa?", dijo Sato.
La idea de ir a la playa fue recibida con sonrisas y gestos entusiastas.
"¡Hace siglos que no vamos todos juntos!", exclamó Cecili, saltando ligeramente en su lugar.
"Podemos llevar bocadillos", sugirió Emily, ya sacando su celular—. Creo que aún tengo galletas y té de limón en casa.
"¡Y yo sandías!", añadió Sato con una risa contagiosa.
"¿Quién lleva sandías a la playa?", preguntó Kaito entre risas.
"Los que saben de la vida", respondió Sato con falsa solemnidad, haciendo reír a todos.
Mientras caminaban hacia la playa, el cielo comenzaba a teñirse de tonos ámbar y rosado. El sonido del mar llegaba en oleadas suaves, como un canto lejano. Las cigarras seguían su concierto a lo lejos, acompañando los pasos del grupo. El aire olía a sal, a promesa, a verano.
Ya en la playa, Sora, Kaito y Sato decidieron emprender una pequeña obra maestra de ingeniería improvisada.
"Vamos a hacer una trinchera circular", explicó Kaito, trazando un círculo amplio sobre la arena con el talón del pie, "Aquí haremos nuestros asientos".
"Y en el centro, cavamos más profundo para encender una fogata", añadió Sora, ya con las manos en la arena.
"Una comilona subterránea", rió Sato, "Esto se va a ver épico".
Se pusieron a cavar con entusiasmo. La arena volaba mientras los tres se turnaban para dar forma al círculo. Usaron palas improvisadas —una tabla de madera, un recipiente de helado vacío, incluso una tapa de balde— mientras las chicas los miraban desde una manta extendida.
"¿Están construyendo una obra de arte o una trampa para turistas?", bromeó Emily, con un abanico en la mano.
"Dejémoslos ser", dijo Mai, sonriendo con ternura, "Parece que están regresando a cuando éramos niños".
El hoyo circular quedó terminado justo cuando el cielo comenzaba a oscurecer del todo. Era amplio, con los bordes elevados como respaldos de asiento, y el centro más profundo, con un círculo de piedras rodeando un hueco donde pronto ardería una pequeña fogata.
Emily, Cecili y Mai decoraron alrededor con farolillos improvisados hechos con frascos de vidrio y velas pequeñas. Todo tenía un aire cálido y casi mágico.
Se sentaron todos alrededor, las piernas estiradas en la arena tibia. La fogata chisporroteaba suavemente, iluminando sus rostros con tonos dorados y rojizos.
"¿Recuerdan cuando vinimos una vez de noche y Cecili gritó porque pensó que había un cangrejo bajo la toalla?", preguntó Sato, riéndose.
"¡Era un cangrejo!", respondió Cecili indignada, aunque riendo también, "¡Tenía ojos saltones!".
"No eran ojos, era tu pinza de pelo".
Las risas se alzaron como olas. La calidez del fuego se mezclaba con la de la nostalgia. Después de tanto tiempo separados, reían como si nada se hubiera roto.
Entonces, Mai se puso de pie.
"Quiero hacer algo", dijo, su voz tranquila pero con un brillo especial en los ojos, "Una cápsula del tiempo. ¿Qué les parece si enterramos recuerdos aquí? Objetos, palabras, lo que sea... para que el futuro sepa que estuvimos juntos".
Todos asintieron, conmovidos. Emily sacó de su bolso una pequeña caja metálica con forma de corazón. Cada uno, en silencio o en voz baja, buscó algo.
Sora arrancó una hoja de su cuaderno donde había dibujado a los seis sentados en la playa.
Kaito escribió en un papel: “Siempre hay tiempo para volver”.
Emily dejó una piedra con un dibujo en tinta que representaba el símbolo del grupo que una vez inventaron de niños.
Sato enterró una galleta envuelta con una nota que decía “por si el futuro tiene hambre”.
Cecili ató una pulsera de hilo que Mai le hizo años atrás, y una foto de los seis en la playa.
Y Mai, por último, puso dentro una carta, agradeciéndole a sus amigos por todo lo que hicieron por ella.
"Listo", dijo con una sonrisa suave, "Que duerma aquí, entre el mar y el fuego".
Kaito la ayudó a enterrarla en la arena, cerca del círculo de piedras. Luego, Sora acercó una rama encendida de la fogata y la usó para marcar una "M" en una tabla de madera que clavaron sobre el lugar.
La noche se volvió más cerrada, pero también más serena. Las estrellas comenzaron a surgir sobre el mar como luciérnagas suspendidas. El grupo se quedó allí, hablando bajo la luz temblorosa del fuego, mientras las olas iban y venían, como si escucharan.
Las fotos no faltaron, tanto a la tarde como en la noche, mientras se escuchaba el crujir de los vegetales y las tira de carnes qué se sacan al fuego, los pequeños chistes y las risas que flotaban en el aire y las pequeñas miradas furtivas.
Cecili quien le gustaba la música, agarro su guitarra y empezó a tocar una melodía hermosa, no había más que pedir, mientras se tambaleaban al ritmo de la música. Sora saco de su mochila un pequeño parlante, en el cual Cecil puso su celular y la música comenzó a invadir la noche.
Las estrellas se mezclaban con las chispas del fuego danzando entre sí, el oleaje del mar qué bailaba al compás de cada sonido, luciérnagas que comenzaban a aparecer y dar un momento en el que la Mano extendida dio lugar a la mirada más fulminante de la noche.
Kaito se levanta, y extiende su mano hacia Emily, quien se queda viéndolo con ojos vidriosos y resplandecientes por el fuego. "Quieres bailar", dijo Kaito entre suspiros.
Emily queda viéndolo, como hipnotizada, sin palabras, y una lágrima rodó por su mejilla, Lentamente pero de forma delicada poza su mano sobre la de él. "Sí...", dijo con voz suave.
La mirada de Emily ni se despegaba de los ojos de Kaito quien la llevaba al ritmo de la música, al compás del viento y el ritmo del mar. Sato miro a Cecili, su rostro iluminado por las llamas rojizas, sus ojos negros qué brillaban como fuego en el agua, lo atrajo.
Sato se levanta, algo nervioso, pero decidido, como si algo lo empujara, y comienza a acercarse a ella lentamente, luego ve a Sora y este lo ve asintiendo la cabeza. Ya no era el niño asustado y tímido que solía ser.
Ahora tenía, amigos, contaba con una gran amiga de la infancia, a la cual su corazón pertenecía.
"Quiere... no", dijo con voz quebrada. Luego tomo un respiro profundo suavizando su voz," bailamos", le dijo inclinándose y entendiendo su mano. Cecili lo mira y le sonríe dulcemente, "tonto, ya era hora", le susurra en el oído.
El mar susurraba bajo la luz de la luna, y la brisa cálida acariciaba la piel como un suspiro antiguo. Sobre la arena, las sombras danzaban proyectadas por la tenue fogata que chispeaba en el centro del círculo de amigos. Todo parecía suspendido en una burbuja de tiempo, lejos del ruido del mundo.
Las parejas comenzaron a moverse lentamente sobre la arena, como si el mundo entero se hubiera rendido ante la armonía de ese instante.
Emily apoyó su frente sobre el pecho de Kaito, cerrando los ojos. Él la sostenía con delicadeza, como si tuviera miedo de romper algo valioso. Sus pasos eran suaves, descalzos, hundiéndose apenas en la arena tibia. No hacían falta palabras. Sus corazones hablaban en silencio, en un idioma que ambos habían guardado por años.
"Nunca pensé que este momento llegaría", susurró Emily, apenas audible.
"perdoname... Yo siempre...", respondió Kaito, besando levemente su frente.
"shhhh, no necesitas decirlo... siempre lo supe", dijo Emily pegada a él, moviéndose lentamente a su ritmo.
Un poco más allá, Cecili y Sato giraban al ritmo de la música. Ella lo guiaba con una sonrisa brillante, mientras él, con las mejillas encendidas, trataba de no pisar sus pies. Se reían, tropezaban, y volvían a bailar, como si volvieran a ser niños otra vez. Las chispas de la fogata reflejaban en sus ojos, mientras sus sombras se entrelazaban sobre la arena.
"¿Sabes algo, Sato?", dijo Cecili mientras le apretaba los dedos, "Siempre supe que llegarías a mí, tarde o temprano".
"¿De verdad?", preguntó él, sorprendido.
"Sí", respondió, apoyando su cabeza en su hombro, "Porque las almas que se entienden… siempre se encuentran".
A unos metros, Sora observaba todo en silencio, con una sonrisa leve y melancólica. Sus ojos buscaron los de Mai, que estaba sentada sola sobre una manta, mirando bailar a sus amigos.
Se acercó despacio, sus pasos crujieron sobre la arena.
"¿Y tú?", preguntó con voz suave, "¿Te gustaría bailar una vez más?".
Mai lo miró, con una ternura que lo atravesó como un rayo de luna. Se puso de pie sin decir nada, y tomó su mano con fuerza. Esta vez, no había dudas.
Bailaron con la música, sin palabras. Solo con el sonido del viento, de las olas, de los suspiros lejanos. Los pies de Mai dibujaban círculos en la arena. Sora la sostenía firme pero con una dulzura que le temblaba en las manos.
"¿Por qué tiemblas?", le preguntó ella con voz bajita.
"Porque estoy bailando con la estrella, que más luz tiene esta noche".
Ella lo miró… y lo supo.
En ese momento, el cielo pareció respirar con ellos. Una ráfaga de luciérnagas flotó sobre sus cabezas, como pequeñas constelaciones vivas. Y el mar, eterno y sereno, arrullaba la escena con su canto.
A lo lejos, Emily, Kaito, Cecili y Sato seguían danzando, riendo, abrazándose. Eran como faros de luz en medio de la oscuridad. Todos diferentes, todos rotos a su manera… pero completos, por primera vez en mucho tiempo.
Una noche donde el pasado no dolía, el futuro no pesaba, y el presente era suficiente.
"Miren arriba", Grito Sato, quien estaba abrazado a Cecili. De pronto miran hacia arriba, se acercan los seis, y en el cielo azul de la noche logran ver, una estrella fugaz.
Luego otra y otra, caían como lágrimas de luna, sin parar dándoles una vista grandiosa, un momento inolvidable. "Me había olvidado del evento de hoy", dijo Emily, mirando al cielo, cuando en su frente sintió el suave beso de Kaito.
"Al menos no nos lo perdimos", Dice Cecili, "La lluvia de estrellas, es hermosa", agrega luego con una mirada penetrante y hermosa. Sora y Mai quedan viendo al cielo, sus manos se entrelazan, y luego Sora siente la mano de Emily, envolviendo la suya, seguido de Kaito de la mano de Emily.
Cecili y Sato se toman de Mai, los seis viendo a las estrellas, con la armoniosa música de fondo.
No había más, no deseaban más, solo que ese momento se inmortalizara para siempre.
En el pueblo, la gente veía la lluvia de estrellas desde sus casas, desde las calles, de los balcones, asomaban sus miradas por las ventanas. Con sus familias, hermanos, hermanas, padres y abuelos, en ese instante el tiempo se detenía, el viento se calmaba, las aguas se volvían de vidrio, reflejando el cielo para volverse uno con él.
dejandoles recordar el por que vivían, un motivo para enamorarse de la vida.