Cuando el demonio egocéntrico Dashiell termina atrapado en el mundo humano, conoce a Brooke, una estudiante de arte que oculta sus propios secretos. Transformado en un husky que ella rescata, se convertirá en su inesperado protector. Pero, con Noche Buena acercándose y donde la luna se convertirá en carmesí, Dashiell deberá decidir si volver a su mundo o quedarse junto a la humana que ha empezado a significarlo todo.
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EL CINCEL Y EL ENCUENTRO (parte 2)
El salón de clases se quedó en silencio cuando el profesor finalmente dio por terminada la clase, recordándonos el proyecto que había asignado. Mientras los demás recogían sus cosas y hablaban animadamente sobre sus ideas, yo sentí un peso enorme caer sobre mis hombros. ¿Cómo se supone que voy a trabajar en eso?
Mi mente estaba atrapada en un caos del que no lograba salir, y la escultura que había estado planeando desde hace tiempo se mantenía ahí, incompleta, casi burlándose de mi incapacidad para avanzar. Y luego estaba “él”. Esa palabra, ese pensamiento, volvía una y otra vez como un eco persistente. No podía concentrarme en nada más que en Dashiell.
Llegar a casa había dejado de ser un consuelo. El silencio me recibía como una presencia enorme, reemplazando la cálida bienvenida que solía darme Sky. Ya no había nadie que me esperara, nadie que llenara el espacio vacío con su energía, y eso dolía más de lo que estaba dispuesta a admitir.
Durante el almuerzo, Shannon tuvo que marcharse por un asunto urgente, dejándome sola en el comedor de la Universidad. Respiré hondo. «Debo comer…», me dije, tratando de convencerme de que, al menos, cuidar de mi salud era algo que todavía podía controlar. «Necesito fuerzas... por mamá, por mi trabajo, por mí misma».
Sin embargo, esa determinación se vio interrumpida cuando noté su presencia…Hannah. Ella estaba allí, sonriendo victoriosa mientras cargaba una bandeja llena de comida. El recuerdo de lo que me hizo la última vez regresó con fuerza, pero esta vez no había miedo en mí.
Vi sus intenciones claramente. Su mirada se desvió hacia la mesa cercana donde sus amigos, cómplices de siempre, estaban listos con sus teléfonos para grabar la escena. Sabía exactamente lo que planeaba: otro intento de humillarme frente a todos.
Algo en mí se rompió, pero no de la forma en la que ella esperaba. Fue como si toda la frustración acumulada, toda la tristeza, se transformara en una fuerza desconocida.
«No más», pensé y repetí internamente apretando el puño con mucha fuerza. Fuerza que no creí que tenía.
Cuando estuvo lo suficientemente cerca, sus movimientos eran lentos y predecibles. Antes de que pudiera ejecutar su plan, reaccioné con una rapidez que nunca antes había tenido. Su bandeja cayó al suelo con un estruendo, los restos de comida esparciéndose por todas partes. Agarré su muñeca con firmeza, lo suficiente para que entendiera que no me iba a doblegar.
Mi prima me miró, sorprendida y molesta, intentando zafarse.
—¿Qué te pasa? —me espetó, tratando de aparentar la misma seguridad de siempre.
Mis ojos se clavaron en los suyos. Mi voz, tranquila, pero firme, resonó en el comedor.
—Sabes, he soportado tus comentarios por mucho tiempo, pero ya no más. Que tengas que humillarme frente a los demás dice mucho más de tus inseguridades que de mí. Tal vez deberías trabajar en eso en lugar de tratar de hacerme quedar mal todo el tiempo. No tengo miedo de ti, y no voy a permitir que sigas tratándome así. Si quieres respeto, empieza por darlo. No soy la misma persona que dejará que la humilles. Y tú tampoco deberías seguir siendo la misma persona que necesita hacer daño a otros para sentirse mejor.
El silencio que siguió fue absoluto. Podía sentir las miradas de todos en el comedor sobre nosotras, pero no me importó. Este no era un momento de vergüenza; era mi victoria.
Hannah, desconcertada por completo, dio un paso atrás, incapaz de mantener la compostura. En su mirada ya no había superioridad, solo confusión y un toque de miedo... quizá. Finalmente, se marchó sin decir una palabra, dejando tras de sí la comida derramada y a sus amigos paralizados.
Me quedé de pie unos segundos, respirando profundamente. Miré alrededor y noté las expresiones de los demás. Algunos estaban boquiabiertos, otros fingían no haber visto nada, pero todos, absolutamente todos, habían presenciado algo que nunca imaginaron: una nueva versión de mí misma.
Ya no iba a permitir que nadie me viera la cara de tonta. Ni mi prima, ni mi tía, ni él. ¡NADIE! Ese día, la persona que todos conocían desapareció para siempre. En su lugar, nació alguien más fuerte. Una versión de mí que no se dejaría intimidar nunca más.
Los pasos apresurados de mi prima resonaron en los pasillos. Algo en su mirada me decía que no se quedaría de brazos cruzados. Pues minutos después, se puso a maldecirme a viva voz desde los baños, claramente su orgullo estaba herido.
—Te daré una lección, —gruñó frente al espejo mientras se mojaba el rostro— No cantes victoria tan pronto. Esto no termina aquí, Brooke.
Esa amenaza quedó rondando en su cabeza. Por primera vez, le había ganado una pequeña batalla, y eso era suficiente por ahora.
Poco después, el día de la feria navideña finalmente llegó. Las decoraciones iluminaban cada rincón de la Universidad, y el ambiente festivo era contagioso. Mi grupo y yo habíamos trabajado mucho para que nuestro puesto estuviera impecable. A pesar del frío, todo parecía estar perfectamente sincronizado.
Shannon, como siempre, estuvo a mi lado, ayudándome a montar los últimos detalles. Desde el momento en que se enteró de lo que había pasado con mi prima, no dejó de felicitarme.
—¡Estoy tan orgullosa de ti! —exclamó mientras colocaba unas luces en el stand. Luego se cruzó de brazos, mirándome con una sonrisa llena de orgullo.
—Gracias. —respondí, sintiendo que mis mejillas se encendían un poco.
—¿Sabes? —continuó con un brillo especial en los ojos—. Ayer, cuando me contaste lo que hiciste, pude imaginarlo todo. Es como si la chica tímida y callada que conocí hubiera desaparecido, y ahora estuviera frente a una versión tuya que puede devorarse el mundo.
Sus palabras me hicieron sonreír. Era cierto que algo había cambiado en mí, aunque todavía no sabía si era algo permanente o solo un momento de valentía inesperada. Pero el simple hecho de escucharla decirlo me llenó de una extraña calidez.
—Gracias por decir eso... Pero no sé si estoy lista para devorar el mundo. Tal vez... para explorar un poco primero.
Ambas reímos, y seguimos trabajando. Sin embargo, al rato notamos que nos faltaban algunas cosas para completar el puesto.
—Yo puedo ir a buscarlo —dije, ajustándome la bufanda.
—No, yo te acompaño —respondió Shannon con determinación.
Caminamos juntas hacia la salida, pasando por el patio de la Universidad, que estaba cubierto por una fina capa de nieve. El clima había mejorado considerablemente, y aunque hacía frío, ya no nevaba. El cielo despejado le daba al día un aire especial. Todo parecía estar bien.
Mientras avanzábamos, notamos un pequeño alboroto en la entrada principal. Un grupo de chicas estaba reunido, hablando con entusiasmo y sacando fotos. Su emoción era notable, como si hubieran visto a una celebridad.
—¿Qué estará pasando? —preguntó Shannon con curiosidad.
Yo también me lo pregunté. Quizá era un cantante famoso o algún actor que había decidido visitar nuestra Universidad.
—Vamos a ver —propuso, y ambas nos acercamos, movidas por la curiosidad.
A medida que nos acercábamos, los murmullos aumentaban.
—¡Es tan guapo! —decía una chica.
—¿Será de otra Universidad? —comentó otra, mientras sostenía su teléfono para grabar.
—¿Estará esperando a su novia?
—¡Dios, es muy atractivo!
Pero cuando logré abrirme paso entre la multitud y lo vi... mi respiración se detuvo.
Era Dashiell.
Él, de pie frente a la entrada de mi Universidad, vestido con un abrigo negro impecable que lo hacía parecer aún más formidable. Su postura elegante y confiada resaltaba entre todos los presentes, como si el mundo entero girara a su alrededor.
Mi corazón comenzó a latir con fuerza, tanto que pensé que los demás podrían escucharlo.
Shannon me miró, sorprendida por mi reacción.
—¿Lo conoces?
No respondí. Mis ojos seguían clavados en él. ¿Qué hacía aquí?
Y entonces, como si hubiera sentido mi presencia, giró su rostro y me encontró entre la multitud.
Su mirada era intensa, y durante un segundo, el mundo pareció detenerse.