La Reina Sucia

Aún no se sabía nada de Amadeo, pero la Reina Alba no se quedaría solo con eso, organizó a las mujeres para que cuidarán de los guerreros heridos, y ella por las noches practicaba con la espada, con algunos caballeros.

Ella había decidido dirigirse por la frontera para poder entrar al Reino Blanco y buscar a su padre y si podía de una vez por todas acabar con Ofelia.

—¿Su majestad, está segura de lo que quiere hacer?.

—Si Martha, debo hacerlo, sola o con los caballeros.

—Ellos no la dejarán sola, pero es igual de arriesgado.

—Lo sé, pero ya no puedo quedarme aquí sin hacer nada.

Toda esta situación había hecho que el corazón de Alba se endureciera, y pensara de manera más fría y calculadora.

—Mi Reina, usted es indispensable en el palacio, por favor no vaya.

Eran las palabras de súplica de Martha.

En la afueras del palacio se escuchaban gritos de auxilio y la princesa salió un poco asustada.

—El Rey está herido, está herido.

Alba sintió que su mundo se derrumbó cuando vio que traían a Verchiel todo ensangrentado.

—¡Acuestalo, rápido!—grito ella.

Alba comenzó a quitarle la armadura y al parecer la sangre no era de él, si estaba herido pero algo superficial, estaba agotado habían sido días y semanas de las cuales, no se habían alimentado ni dormido bien.

—Mi Rey estás bien y estarás bien, mi amor regresaste.

Le hablaba Alba mientras lo abrazaba y daba besos.

—Mi Reina cuánto te extrañé.

Todos veían la escena romántica y Martha mandó preparar comida para el Rey.

La comida llegó y el Rey comenzó a comer, su estómago rugía, habían sido días sin comer, consiguió todo muy delicioso.

Alba también comió junto a él luego siguieron conversando, al parecer tanto los guerreros de Ofelia como los de Verchiel estaban cansados, y habían cesado por unos días.

De pronto Alba ve que Verchiel se pone pálido sus labios no tenían color y cae al piso.

—Me siento muy mal, me duele el estómago—Se quejaba de dolor.

Alba notó que estaba sudando y estaba muy pálido y lo llevaron a la habitación. Ella sabía de qué se trataba.

—Martha recoge todos los restos de comida y trae un vaso de leche tibia al Rey—ordenó Alba mientras terminaba de acostar al Rey.

Martha llegó a la cocina sirvió el vaso de leche y lo envío con una doncella, en la cocina estaban varias mujeres incluyendo a Dulcinea que estaba limpiando todo.

Martha la miró con desconfianza y se acercó al balde donde estaban todos los desechos. Dulcinea la veía sin sospechar nada.

En ese instante llegó Alba.

—¿Quién preparó la cena?—preguntó la Reina.

Todas las presentes se pusieron nerviosas.

—Yo, su majestad— respondió una tierna mujer mayor.

Alba la miró fijamente y le preguntó.

—¿Qué hierbas utilizaste en la comida?

—Use orégano, ajo, cilantro, rúgula, perejil—contesto nerviosa.

Mientras la mujer hablaba ella revisaba los restos de comida consiguiendo una planta venenosa, camuflada con la ensalada para ocultar su sabor, pero solo estaba en la comida del Rey.

—¡Envenenaron al Rey!—Dijo Alba muy seria, mirando a todas las mujeres que se encontraban en fila frente a ella.

—Su majestad, yo no sería capaz de eso, respeto a mi rey, él ha ayudado a mi familia, no tengo motivos para hacer algo así.

Alba caminaba de un lado a otro, tratando de recordar con que contrarrestar el veneno, cuando recordó le dijo a Martha y ella salió a buscarlo.

Alba miraba a las mujeres pero sólo una mostró arrogancia en su mirada.

Dulcinea, ella estaba serena con su rostro molesto y cierta picardía en su mirada.

Alba no tenía pruebas, pero estaba segura de que ella era la culpable, ya Martha le había dicho de su pasado con el Rey.

—Llevenla a un calabozo, más tarde bajaré a interrogarla.

La pobre mujer tragó grueso y agachó la mirada dejando salir lágrimas. Alba se sintió muy mal porque sabía que ella era inocente pero debía desenmascarar a Dulcinea.

Martha llegó y ella preparó una infusión y se la llevaron de inmediato al Rey.

Alba le contó todo a Martha y ella también coincidía en que Dulcinea era la culpable.

El Rey pasó la noche con mucho dolor, se retorcía y vomitó varias veces, como siempre Alba se quedó con él toda la noche.

En la mañana Alba informó a los guerreros el estado de salud del Rey y los motivos.

—Tenemos un traidor en el palacio—comentó uno de los hombres.

—Si ya tengo un plan, solo les pido que sigan al frente dando la batalla, mientras el Rey se recupera.

Los hombres se retiraron y Alba entró a seguir cuidando del Rey.

Le dijo a Martha que estuviera siempre alerta con Dulcinea.

Mientras ella cuidaba al Rey, aunque seguía preocupada por Amadeo.

Seguía dando la infusión al Rey, quien ya mostraba mejoría.

—Ya no siento dolor, pero siento muchas náuseas—le comentaba a su Reina.

—Si, de igual forma debe mantenerse en reposo, en pocos días ya estarás mejor.

Alba se acercó y dió un tierno beso.

Se levantó y acercó a la ventana donde se veía a los caballeros que venían corriendo con un grupo de pobladores. La Reina beso a su Rey y bajó al encuentro.

Le comentaron que eran pobladores del Reino Blanco y habían aprovechado la guerra para huir.

Ella tenía la esperanza de ver a su padre Amadeo, pero no estaba.

—Su majestad, nos han informado que viene un lote de campesinos por las fronteras, pero también vienen guerreros del Reino Blanco.

Alba no lo pensó dos veces y comenzó a correr hacia un carruaje.

—Llevenme a la frontera.

Los caballeros no se negaron y se fueron con ella rumbo a la frontera.