En esta historia, se encontrarán con Ángel, una niña que fue abandonada al nacer y creció en una abadía, donde un grupo de religiosas le ofreció amor y cuidado. Sin embargo, a medida que Ángel va creciendo, comienza a sentir un vacío en su interior: el anhelo de tener un padre, como los demás niños que la rodean. A pesar de su deseo, no se atreve a manifestar sus sentimientos por miedo a lastimar a quienes la han criado, y su vida tomará un giro inesperado una noche fatídica.
Una enigmática mujer aparece y le revela a Ángel un oscuro secreto: es una heredera y debe buscar venganza por la muerte de su madre. Así inicia su transformación en la Duquesa Sin Corazón, una niña destinada a cumplir con un legado de venganza que no es suyo. ¿Qué elecciones hará Ángel en su camino? ¿Podrá encontrar su verdadera identidad en medio de la oscuridad que la rodea?
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CAPÍTULO 21. MARCAS INVISIBLES
CAPÍTULO 21. MARCAS INVISIBLES
Narrado por Ángel de Manchester
Me desperté muy temprano esta mañana, esperé, estuve sentada delante de la ventana en la biblioteca, controlando mi ira, conteniendo mi esencia, esperé hasta que vi el carruaje de Douglas entrar por los portones de la propiedad. Solo en ese momento me levanté.
Nadie me preguntó a dónde me dirigía, eran conscientes de que cuando me movía en silencio, algo importante iba a suceder y en esta ocasión, era sobre buscar justicia, el ala este de la mansión estaba oscura, como si la luz fuera reacia a entrar donde reinaba el sufrimiento. Golpeé la puerta suavemente, no obtuve respuesta, hice un leve empujón y lo que presencié…me partió el corazón, pero no parpadeé.
Clara estaba en el borde de la cama, vestida con un camisón. Las criadas estaban aplicando ungüentos en su espalda, brazos y piernas, moretones decenas de ellos de todos los tonos y tamaños. Solo su rostro estaba intacto, eso me llenó de más indignación, el monstruo sabía dónde golpear, tenía el conocimiento de dejar marcas que nadie podría ver, Clara levantó la vista al notar mi presencia. Sus ojos estaban abiertos, mezclando miedo y vergüenza.
—Mi lady… yo… —tartamudeó.
No respondí, simplemente observé a las sirvientas.
—Déjennos a solas.
Ellas vacilaron. Una de las criadas tenía los ojos hinchados. La otra bajó la mirada y se retiró. La puerta se cerró el silencio se convirtió en un muro entre nosotras, Clara se envolvió en el camisón, como si pudiera ocultar lo que todas comprendíamos.
—No vine a juzgarte —dije al fin—. Vine porque no puedo dejar que esto siga así.
Ella miró hacia abajo. Sus hombros se estremecían, pero ya no lloraba. No le quedaban más lágrimas.
—¿Y qué puedes hacer tú? —preguntó en voz baja—. Él es inmune. Tiene apoyo, poder. Yo soy solamente… una esposa. Un nombre sin voz.
Me acerqué y me arrodillé ante ella.
—Eres más que eso, eres madre, eres mujer y ahora, eres mi aliada.
Clara me miró con asombro, como si nunca nadie se había arrodillado ante ella, mucho menos para ofrecerle ayuda.
—Lo odio —dijo al final—. Lo odio por cada noche, por cada silencio. Por cada vez que mis hijas me ven sangrar y yo les digo que tuve un accidente con una escalera imaginaria. Por cada mentira que me vi obligada a aceptar para poder sobrevivir, pero no puedo levantar la mano contra él…
—No tienes que hacerlo —le prometí—. Solo necesito que me indiques dónde duele más. Dónde oculta sus secretos con quién se relaciona, cuándo habla con falsedad y en qué momento tiene miedo.
Sus ojos se llenaron de una emoción diferente, no era esperanza, aún, pero sí…
una chispa.
—¿Por qué haces esto por mí? —murmuró.
—Porque tú estás viviendo el mismo infierno que debió vivir mi madre y porque cada moretón tuyo representa lo que me fue quitado, porque nadie más lo hará por ti y porque cuando esto termine, te juro que vivirás sin miedo.
Fue en ese momento que ella comenzó a llorar, en silencio.
Lágrimas puras, de alivio y terror, de años escondidos entre telas y peinetas. Me levanté, no la abracé, no la tranquilicé, le ofrecí algo superior.
—Hoy hacemos un acuerdo, Clara y cuando ese ser horrible vuelva a tocarte,
quiero que recuerdes esto: Ya no estás sola, la duquesa sin corazón… te cuidará.
Esa mañana, algo cambió en la atmósfera de la mansión, no era la tensión, era algo más oscuro, más amenazador: El miedo ya no le pertenecía a clara, ahora el verdugo debía temer.