Bruno se niega a una vida impuesta por su padre y acaba cuidando a Nicolás, el hijo ciego de un mafioso. Lo que comienza como un castigo pronto se convierte en una encrucijada entre lealtad, deseo y un amor tan intenso como imposible, destinado a arder en secreto… y a consumirse en la tragedia.
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MI CASA
—¿Necesitas algo? —llamó Iker, llamando mi atención.
El hombre a cargo era de estatura promedio, un poco robusto y con un acento norteño.
—No sé… yo… no se me ocurre qué podría necesitar. Acabo de llegar.
Me examinó con la mirada, evaluando cada detalle.
—¿Qué talla eres?
—¿Talla?
—De ropa. Comenzaremos por eso. El amo me pidió que te atendiera bien.
¿“Atenderme bien”? ¡Ni que fuera alguien importante! ¿O sí?
—Talla chica.
—¿Número de zapatos?
—Cuatro.
—Perfecto. Iré al centro comercial.
—¿Te irás justo ahora?
—Sí.
—Pero…
—¡Tranquilo! Uno de los guardias se quedará haciendo vigilancia. Tú solo cuida de Nicolás. Él aún no desayuna; quizá no quiera bajar al comedor, así que súbele su comida.
¿Cuidar de Nicolás? ¿De qué lo habían operado? El tipo parecía no necesitar de nadie, y su actitud me provocaba repulsión. ¡Ese fue mi primer estereotipo sobre él!
—De acuerdo. Veré qué puedo hacer con el tal Nicolás.
Noté un gesto curioso en el rostro de Iker. Al final, asintió sonriendo.
—Tu habitación está en la planta alta, junto a la de Nicolás.
—Genial. Gracias por decirme.
—Regreso pronto. Si necesitas algo, puedes llamarme.
—Ah, pero no tengo tu número y tampoco celular.
Se sorprendió.
—¿Neta que no tienes celular?
—Sí. No tengo celular.
Pareció incrédulo.
—Bueno, te conseguiré uno. No tenemos teléfono fijo en la casa, ¡pero eso es lo de menos!
—¿Crees que no habrá problema en que me compres un celular?
—Claro que no hay problema. Mientras tanto, siéntete bienvenido en esta casa.
Iker se fue segundos después. Escuché cómo se abría el portón, cómo la camioneta arrancaba y se cerraba. ¡Me quedé solo en la sala! Me sentí extraño, completamente fuera de lugar.
Dentro de la casa reinaba un silencio profundo. Dejé mi mochila en un sillón, fui a la cocina, me lavé las manos y me dirigí a subir el desayuno a Nicolás. ¡No tenía otra opción!
Huevos revueltos con chorizo, tortillas calientes, un termo con café y pan. ¡Se veía delicioso! Ojalá pudiera desayunar así todos los días.
Tomé la charola y subí las escaleras. ¿Cómo era posible que ya estuviera de mozo, si esta mañana aún cortaba elotes en la milpa? ¡Changos! La vida se movía demasiado rápido conmigo.
Mi corazón latía con fuerza, casi podía escucharlo en altavoz. ¡Rayos! Me detuve antes de entrar, respiré hondo, conté hasta tres y me obligué a seguir. Debía ser decidido: el tal Nicolás necesitaba mi ayuda.
Entré a su habitación.
—¡Es la hora del desayuno! —intenté sonar animado.
Nicolás seguía recargado en la ventana, disfrutando del aire. Su espalda me molestaba, su silencio era irritante. ¡Mono engreído!
—¿Quién eres? —preguntó finalmente.
—Mi nombre es Bruno. ¡Mucho gusto!
—¿Bruno?
—Sí. Estoy aquí para cuidarte. Eso me dijeron tus padres.
Pareció reír ligeramente. ¿Por qué?
Seguía de espaldas, y noté un nudo de tela color café en su nuca. Sostuve la charola con la comida, tratando de no titubear.
—Eres el nuevo mozo.
—No. Solo vine a hacerte compañía y cuidarte.
—¿Cómo podrías cuidarme?
—Por lo pronto, te traje el desayuno. ¿Tienes hambre? Iker me dijo que aún no…
—¿Por qué no me hablas de usted?
Su pregunta me desconcertó. ¿Hablarle de usted? ¡Ni que fuera viejo!
—No eres un viejito. Ya sabes… —respondí rápido—. Lo único de viejito que podrías tener es ese carácter amargado.
—¿Amargado?
—Esa es la impresión que me das.
—Yo no soy amargado. ¡Soy el alma de la fiesta!
—También siento que eres un poco engreído.
Se quedó en silencio unos segundos. ¿Le molestó mi sinceridad?
—Cierra los ojos y no digas nada —ordenó.
¿Cerrar los ojos? ¿Callarme? ¡No tenía sentido!
—Pero…
—Cállate y cierra los ojos —fue más autoritario.
—No. ¡Yo no voy a hacer eso!
—Intenta caminar hasta la ventana con los ojos cerrados. Así podrías cuidarme ahora.
¿Cuidarle con los ojos cerrados? ¡Estaba loco!
—¿Estás bien? —pregunté, sin disimular mi asombro.
—No muy bien. ¿Me vas a obedecer o no?
Supuse que no perdía nada intentándolo.
—Está bien. Lo intentaré.
Puse la charola sobre la cama, suspiré y cerré los ojos. Todo se volvió oscuro, y empecé a girar en dirección a la ventana. Avancé lentamente, con las manos al frente.
—¿Ya llegaste a la ventana? —parecía ansioso.
—Casi… a lo mejor ya casi llego.
—¿De verdad cerraste los ojos?
Choqué con algo, usé las manos para palpar y sentí el borde de la ventana; mi brazo derecho rozó su brazo izquierdo.
—Sí. Los tengo cerrados.
—¿Me estás mintiendo?
—No. ¿Por qué mentiría?
El viento golpeó nuestras caras. Era agradable.
—Toma mi mano y llévala hasta tu rostro.
Su petición me desconcertó.
—¿Tomar tu mano?
—No tengas miedo, yo también me estoy acostumbrando a esto.
¿Acostumbrarse a qué?
Busqué su mano, y al tocarla sentí calidez. La llevé hasta mi rostro, y el contacto me hizo sentir… extraño.
Él empezó a palpar mi rostro suavemente, con un tacto que me provocó sensaciones que no esperaba.
Nico me gusta... quiero saber más!!!
unos capítulos más, porfaaaaa
Estoy encantada de leerte nuevamente 🤗
Voy leyendo todas tus novelas de a poco...
Dejo unas flores y pronto algún voto!!! por favor no dejes de actualizar, me gusta mucho como viene esta historia 💪♥️