Mi nombre es Alexander Dy Galyz, hijo mayor de Violeta de Dy Galyz, más conocida como "La Rosa Negra", la poderosa y enigmática líder colombiana radicada en Monza, Italia. Soy consciente de que mi historia está entrelazada con la de mi madre, una mujer que ha dejado una huella indeleble en el mundo, tanto en su vida personal como profesional.
A mis 24 años, soy ingeniero de sistemas, y con ello, el sucesor de un legado que mi madre ha construido con esfuerzo, sacrificio y una inteligencia que la ha convertido en una mujer respetada y temida por igual. Mi madre, a sus 41 años, ha logrado lo que pocos pueden imaginar: ha creado un imperio en Italia y ha conseguido un respeto absoluto en los círculos más altos de la sociedad.
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Decisión Inquebrantable
Después de recibir la noticia de la salida de Juan Rodríguez y su amenaza latente, el ambiente en casa se volvió más pesado. Mi madre, con su mirada distante y sus pensamientos atrapados entre el pasado y el futuro, pensaba que lo mejor era dejarme en Italia. Ella creía que, por mi propio bienestar, debía quedarme aquí, lejos del peligro que acechaba en Colombia. Su instinto protector siempre había sido más fuerte que cualquier otro sentimiento. Sabía que si regresaba, el riesgo para mí sería inminente.
Pero no lo iba a permitir. No la dejaría sola. Después de todo lo que hemos pasado juntos, después de todo lo que hemos superado, no podría quedarme a la distancia, sin saber cómo enfrentaría las sombras que se avecinaban. Mi madre, la líder temida y respetada, la mujer que nunca se dobló ante la adversidad, no iba a enfrentarse sola a los demonios de su pasado.
La idea de quedarme en Italia, bajo la falsa promesa de seguridad, me parecía insoportable. Ella era mi madre, mi todo, y siempre lo sería. No importaba que estuviera en el centro del conflicto, no importaba lo que pudiera pasar. Mi lealtad y amor por ella eran más fuertes que cualquier amenaza.
Con voz firme y determinante, le dije:
—Mamá, no te voy a dejar sola. Hemos llegado hasta aquí juntos, y no pienso quedarme atrás ahora. No importa lo que pase, voy contigo.
Al principio, sus ojos mostraron una mezcla de sorpresa y preocupación. Su instinto materno la hacía dudar, no quería que me pusiera en peligro por seguirla en su regreso a Colombia. Pero sabía que mi decisión era inquebrantable. Le expliqué que mi lugar estaba junto a ella, y que no me importaba la lucha, ni los sacrificios que tuviéramos que hacer. Siempre fuimos un equipo, y lo seguiríamos siendo.
Finalmente, después de un largo silencio, un suspiro profundo escapó de sus labios. Y, aunque su rostro seguía serio, pude ver una chispa de gratitud en sus ojos. A veces, el dolor de los recuerdos puede nublar el juicio, pero el amor de un hijo puede ser el faro que nos guía hacia la luz.
—Está bien, Alexander. Si realmente quieres ir, entonces irás. Pero debemos estar preparados para todo, y sé que te enfrentarás a lo que viene con el coraje que siempre has tenido.**
Así fue como tomamos la decisión: juntos. Sabía que este regreso a Colombia no sería fácil. El regreso de la Rosa Negra y su hijo mayor significaba enfrentar de nuevo a aquellos que querían vernos caer. Pero ahora, más que nunca, estaba claro que no iba a permitir que mi madre enfrentara el mundo sola. La protegería, al igual que ella me protegió toda mi vida.
La decisión estaba tomada. Mi madre, Violeta de Dy Galyz, y yo regresaríamos a Colombia, y no habría nada ni nadie que nos impidiera hacerlo. Con Enzo a mi lado, mi padre de corazón y alma, comenzamos a organizar nuestro movimiento, cada paso calculado, cada detalle pensado.