Adrian creía que la suerte rara vez estaba de su lado, especialmente cuando perdió su trabajo debido a la homofobia. Su vida se complicó aún más cuando un accidente lo dejó atropellado, lo que le costó una entrevista de trabajo crucial. Sin embargo, lo que no podía prever era que la suerte a veces se manifiesta de maneras inesperadas. Ser atropellado por Benicio no solo cambiaría la trayectoria de su vida, sino que también desataría una serie de sentimientos intensos y lo llevaría mucho más allá de lo que jamás imaginó.
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Capítulo 3
En la oficina, Benicio se encontraba abrumado por una serie de complicaciones: su compañía, el percance del día y la presión del inminente matrimonio. Todo ello estaba saturando su mente.
— Cariño, aún no me has contado qué fue lo que sucedió exactamente. ¿Cómo fue ese accidente en que te viste involucrado? ¿Resultaste lastimado de alguna manera? —preguntaba Carla, con una evidente inquietud.
— No, no sufrí lesiones. De hecho, la otra persona fue quien resultó herida —respondió Benicio, con un semblante cargado de preocupación.
Carla replicaba:
— Pero, ¿qué estaba pensando ese insensato para no mirar antes de cruzar? ¿Has considerado la posibilidad de que pueda estar buscando sacarte dinero?
Carla ofrecía su punto de vista aunque desconocía todos los detalles de la situación. Sus palabras añadían otro elemento de tensión al ya estresante día de Benicio.
— No seas exagerada, Carla. ¿Cómo puedes pensar que el tipo se tiró frente al auto a propósito? Si hubiera ido a gran velocidad, podría haberse lesionado todavía más —explicaba Benicio, intentando esclarecer lo ocurrido y relativizar la situación.
Proveniente de una familia acaudalada, Carla era famosa por su conducta caprichosa y arrogante. A veces, a Benicio le costaba soportar su vacuidad, y en diversas ocasiones había pensado en terminar el compromiso. Sin embargo, la presión de los padres de ambos y el hecho de necesitar casarse para conservar su secreto a salvo lo retenían en esa relación.
— Dejemos eso de lado. Como has dicho, tú estás bien, y eso es lo importante. ¿Qué tal si salimos a cenar esta noche? Podremos conversar sobre la boda y pasar un buen rato. ¿Te parece? —Carla proponía, deslizando su mano por el pecho de Benicio de modo insinuante.
Benicio sabía a qué apuntaba ella. Aunque estuviese dispuesto a cenar, no tenía intención de extender la velada más allá esa noche. Sus deseos no estaban al nivel de las expectativas de Carla, quien se quejaba de que últimamente casi no compartían intimidad.
— Está bien, podemos ir a cenar. Te recogeré por la noche. Pero ahora tengo mucho trabajo pendiente, ya que perdí toda la mañana por el accidente —contestaba Benicio, despidiéndose de Carla rápidamente.
Ella aceptó y le dejó un beso. Estaba habituada a las frecuentes evasivas de su prometido, aunque esto le causaba una profunda insatisfacción. A veces, sospechaba si él tendría a otra persona, pues no encontraba otra razón para su resistencia a intimar con ella. Carla estaba resuelta a desentrañar la verdad, en caso de que sus sospechas se comprobaran.
Benicio no mantenía un romance pero ocultaba un secreto que le pesaba como una carga. Solo dos personas conocían ese aspecto de su vida: su terapeuta y su mejor amigo, Danilo. Se habían conocido en la universidad y desde entonces, Danilo había sido un apoyo incondicional para Benicio, siendo testigo de muchas de sus crisis y brindándole su ayuda siempre que podía.
La tarde transcurrió entre ocupaciones, pero de vez en cuando Benicio aún pensaba en el hombre al que había atropellado. Se preguntaba si realmente estaría bien y lamentaba no haber tomado su número de teléfono. La imagen del hombre poniéndose la camisa, mostrando su espalda ancha, seguía fija en su mente.
— Le di mi número. Si necesita algo y no llama, ya no es mi problema —se decía a sí mismo, mirando por la ventana de cristal de su despacho.
Benicio trabajó hasta tarde aquel día. Solo recordó la cena con su prometida cuando ella le mandó un mensaje avisando que estaba lista. Suspiró, cerró su portátil, recogió sus pertenencias y abandonó la oficina. Aunque se disponía a cenar con Carla, su deseo era acabar pronto la velada. Ansiaba descansar.
Luego de cenar con su abuela y ayudar con los platos, el estado de ánimo de Adrián seguía siendo positivo. Fue a su habitación para verificar que los documentos de su cartera no estuvieran manchados o perdidos debido al incidente. Tras comprobarlo, vio que todo estaba correcto. Era una medida precautoria para evitar distracciones al día siguiente y prevenir contratiempos similares a los vividos.
Al cerrar su cartera, Adrián notó la tarjeta que le había entregado el hombre que lo atropelló. Fue en aquel instante cuando realmente se fijó en el nombre que estaba impreso en la misma.
— Este apellido… ¡no puede ser posible! —Adrián no salía de su asombro ante lo que su mente barajaba.
Hasta entonces, Adrián no había hecho la conexión entre el apellido del hombre y la empresa donde tendría una entrevista laboral. Tras reflexionar, buscó en su teléfono información vinculada a ese nombre. Su hipótesis se confirmó al ver la fotografía que emergía entre los resultados de búsqueda.
— Esto es surrealista. No puedo creer que fui arrollado por el CEO de la empresa en la que ansío trabajar —Adrián sonreía, incrédulo pero entusiasmado por el giro imprevisto en su destino.
Adrián pensó en enviarle un mensaje al director de la empresa explicando lo sucedido, pero desistió. No quería ingresar a la empresa con favores o ventajas; prefería ser valorado por sus competencias. Por tanto, optó por no mencionar el accidente ni solicitar ningún trato preferencial. Sin embargo, no dejaba de pensar qué sería trabajar diariamente con el CEO en caso de obtener el puesto.
En el restaurante, Benicio se empeñó en comer lo más rápido que pudo con el propósito de marcharse pronto. Carla estaba entusiasmada, pensando que su prisa obedecía al deseo de llevarla a su apartamento. Pero se dio cuenta de que estaba equivocada cuando vio que se dirigían a su casa, y demandó una aclaración.
Carla expresó sus sospechas con franqueza:
— Pensé que íbamos a tu apartamento, Benicio. Imaginé que por eso tenías tanta urgencia de acabar la cena. ¿Me explicas cuál es tu problema? Te escapas de mí todo el tiempo, parece que has perdido el interés. ¿Tienes a otra?
Benicio giró el volante y estacionó el auto en el arcén. Miró a Carla con seriedad.
— ¿No es cierto que voy a casarme contigo? Sucede que hay unos asuntos en la compañía que me tienen agotado. ¿Es tan difícil para ti comprender eso? Tú misma te quejas de que no dedico tiempo para ti y de que parezco desinteresado. ¿Crees que tengo margen para un romance? Estoy sin asistente, ya lo sabes. Cuando logre contratar a alguien, creo que las cosas se relajarán. Hasta entonces, te pido un poco de paciencia.
Después de manifestar su explicación con seriedad, Benicio reanudó la marcha. La excusa que le brindaba a Carla era la misma que usaba a menudo para ocultar su verdad, algo que no llegaba a aceptar. Deseaba que la situación se simplificara y creía que, con el matrimonio, todos los problemas se solucionarían.