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"Yo Solo Deseaba Ser Amada"

"Yo Solo Deseaba Ser Amada"

Status: En proceso
Genre:Reencarnación
Popularitas:2.7k
Nilai: 5
nombre de autor: LUZ PRISCILA

Toda mi vida deseé algo tan simple que parecía imposible: Ser amada.
Nací en mundo de edificios grises, calles frías y rostros indiferentes.
Cuando apenas era un bebé fui abandonada.
Creí que el orfanato sería refugio, pero el hombre que lo dirigía no era más que un maltratador escondido detrás de una sonrisa falsa. Allí aprendí que incluso los adultos que prometen cuidado pueden ser mostruos.

Un día, una mujer y su esposo llegaron con promesas de familia y hogar me adoptaron. Pero la cruel verdad se reveló: la mujer era mi madre biológica, la misma que me había abandonado recién nacida.

Ellos ya tenian hijos, para todos ellos yo era un estorbo.
Me maltrataban, me humillaban en casa y en la escuela. sus palabras eran cuchillas. sus risas, cadenas.
Mi madre me miraba como si fuera un error, y, yo, al igual que ella en su tiempo, fui excluida como un insecto repugnante. ellos gozaban de buena economía, yo sobrevivía, crecí sin abrazos, sin calor, sin nombre propio.

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Capitulo 15

El salón comedor de la residencia ducal estaba preparado para impresionar. La larga mesa de roble bruñido relucía bajo la luz de los candelabros dorados, y sobre ella descansaban vajillas de porcelana blanca, cubiertos de plata y copas de cristal tallado que reflejaban cada destello de luz como si fuesen diamantes.

Los sirvientes se movían en silencio, sirviendo los primeros platos, mientras los invitados conversaban en un murmullo elegante. Era una velada importante: los Asterion, una de las casas ducales más poderosas del reino, compartían mesa con los anfitriones. El duque —padre de la protagonista— lucía imponente con su porte recto y su mirada aguda, mientras la duquesa conversaba con suavidad, siendo el equilibrio perfecto de gracia y firmeza.

La pequeña hija del duque, en cambio, permanecía en su asiento, con un vestido azul pálido adornado con cintas blancas. Su cabello, cuidadosamente trenzado, caía sobre sus hombros como seda oscura. A simple vista, era una niña que se comportaba con la educación esperada. Pero en su interior, su corazón maduro palpitaba con pensamientos mucho más complejos de los que cualquiera podía imaginar.

"Una cena como esta es un campo de batalla disfrazado de cortesía. Si cometo un error, me señalarán otra vez como la villana de la historia… y no pienso darles ese gusto."

A su lado estaban sus dos hermanos mayores: el primogénito, serio y callado, que siempre observaba como si evaluara cada gesto; y el segundo, igualmente brillante, que mantenía una compostura casi demasiado perfecta. Ellos, aunque no lo decían en voz alta, vigilaban de cerca a su hermana menor, preparados para intervenir si alguien intentaba herirla.

Frente a ella, en la misma mesa, estaba Edmund von Asterion. El heredero de la casa invitada no necesitaba alzar la voz para hacerse notar. Su sola presencia imponía respeto. Su postura impecable, su expresión contenida y esos ojos azules que parecían atravesarlo todo hacían que nadie se atreviera a molestarlo con ligerezas. Y, aun así, sus ojos estaban puestos en la niña.

Durante los primeros platos, la conversación giró en torno a temas triviales: la última cacería real, los precios del comercio marítimo, las modas en las capitales vecinas. Ella escuchaba en silencio, probando apenas los alimentos servidos. No buscaba destacar, solo mantener una imagen tranquila.

Pero Edmund no se conformó. En un momento oportuno, alzó la voz con calma.

—Lady… —pronunció su nombre con formalidad impecable—. Dime, ¿qué piensas de la situación en el norte? He escuchado que incluso los niños nobles deben instruirse en política desde temprana edad.

La mesa entera se volvió hacia ellos. Un silencio expectante cayó, roto por la risa ligera de uno de los invitados adultos.

—¡Qué ocurrencia, Edmund! ¿Cómo podría opinar de tales cosas una niña tan pequeña?

Pero Edmund no rió. Sus ojos permanecieron fijos en ella, serios, inquisitivos. Era un desafío.

La niña levantó la cabeza lentamente. Su corazón latía rápido, pero sus labios pronunciaron con calma unas palabras que sorprendieron a todos:

—El norte siempre ha estado en conflicto. No se trata solo de comercio o recursos… es la falta de entendimiento entre sus pueblos lo que alimenta la guerra. Mientras no se atienda esa raíz, cualquier tratado será tan frágil como el cristal.

Los cubiertos tintinearon, los sirvientes se miraron nerviosos, y varios invitados quedaron boquiabiertos. El duque, sin decir nada, sostuvo la copa entre sus dedos con una expresión imposible de descifrar.

Edmund entrecerró los ojos, y por un instante una chispa de satisfacción brilló en ellos.

"No finge. Habla como alguien que ha visto más de lo que debería."

Ella bajó la mirada de nuevo hacia su plato, fingiendo indiferencia, aunque por dentro sentía el peso de todas esas miradas.

"No debo dejar que esto me afecte. No importa si se sorprenden o se burlan. No puedo permitirme abrirme… porque si lo hago, volverán a lastimarme."

La cena continuó, y aunque la tensión inicial se disipó poco a poco, las miradas furtivas no dejaron de posarse sobre ella. Sus hermanos intercambiaron un gesto breve, como reconociendo que su hermana había superado una prueba difícil.

Cuando el último plato fue retirado y todos se levantaron para dirigirse al salón, ella caminó en silencio, la espalda recta, con pasos pequeños y medidos. No miró a Edmund ni una sola vez, aunque sentía su mirada fija en ella como una sombra persistente.

Ya en el pasillo, mientras la doncella la guiaba hacia su habitación, se apretó el pecho con una de sus manitas.

"No me interesa lo que piense. No me interesa lo que sienta. No puedo permitirme esperar nada de nadie… porque el cariño es una trampa, y yo no quiero volver a caer en ella."

Pero en el comedor, todavía de pie junto a la mesa vacía, Edmund dejó escapar un suspiro apenas audible.

—Levanta muros con tanta determinación… —murmuró para sí—. ¿Qué intenta ocultar detrás de ellos?

Esa pregunta quedó grabada en su mente como una promesa silenciosa: seguiría observándola, seguiría buscándola. Porque cuanto más ella lo rechazaba, más intrigado quedaba él.

1
Omis Mendoza
vieja maldita sinvergüenza
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