Nunca pensé que mi vida empezaría a desmoronarse por una simple sonrisa.
Una sonrisa joven, llena de confianza, que me desarmó sin el menor esfuerzo. Solo era una tarde común, una clase cualquiera. Yo, con mis libros, mis papeles, mi matrimonio de fachada y la máscara que llevo años usando para sobrevivir en el papel que el mundo me impuso.
Pero cuando ella entró al salón, con ese aire despreocupado y esa voz dulce llamando a mi hija por su nombre… todo dentro de mí tembló.
Ella era solo la mejor amiga de mi hija. La chica que almorzaba en mi casa, que reía fuerte en la sala, que compartía historias de la universidad en la terraza mientras yo fingía no escuchar. Pero en ese instante, cuando nuestras miradas se cruzaron en el pasillo de la universidad, algo cambió.
Ella me miró como si ya supiera más de mí que lo que yo misma me atrevía a admitir.
Soy profesora. Estoy casada. Y no he salido del clóset.
Ella es mi alumna.
Y es todo aquello que he ocultado ser durante toda mi vida.
NovelToon tiene autorización de Maria Kemps para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 20
Capítulo — “Después del Placer, la Paz”
Elisa y Júlia se acostaron de nuevo en la cama, con el cabello aún húmedo, los cuerpos entrelazados bajo la sábana desordenada. La respiración iba volviendo a su ritmo natural, y los ojos de ambas brillaban bajo la penumbra suave de la lámpara de noche. No era solo cansancio, era plenitud.
Júlia trazaba dibujos invisibles con la punta del dedo en la espalda de Elisa, que reposaba la cabeza en su pecho. El silencio era confortable, lleno de significados. No había prisa allí. Ni miedo. Solo presencia.
—Fuiste... —Elisa comenzó, pero se interrumpió con una sonrisa tímida—. No tengo palabra que lo abarque. Fuiste todo.
Júlia sonrió, pasando los dedos por el cabello de Elisa.
—Solo quise darte lo que mereces. Un amor sin prisas, sin dolor. Un toque que cuida. Y verte entregarte... fue la cosa más hermosa que he vivido.
Elisa levantó el rostro, los ojos aún llorosos, no de dolor, sino de una alegría que parecía curar heridas antiguas.
—Cuando era pequeña, oía a mi madre llorar por culpa de mi padre. Y después... crecí oyendo mis propios gritos. Creí que eso era amor: dolor, miedo, silencio. Pero tú me enseñaste que no. Tú me enseñaste que el amor puede ser dulce... y caliente como el infierno, al mismo tiempo.
—Y real —completó Júlia, con un beso en su frente—. Aquí, contigo, yo también aprendí. A amar sin esconderme. A tocar sin lastimar. A ser entera.
Elisa tocó el anillo en su propio dedo, aún sorprendida de que estuviera allí. Sonrió.
—Todavía estoy un poco en shock. Me pediste matrimonio. ¡Delante de todo el mundo!
—Necesitaba gritarle al mundo lo que mi corazón ya gritaba desde hacía meses —Júlia rio bajo—. Pero ahora que estamos prometidas, ¿estás preparada para oírme hablar de vestidos de novia todos los días?
—Si es contigo, hasta un vestido de unicornio aguanto.
Las dos rieron, cómplices, enamoradas.
Júlia se giró de lado, atrayendo a Elisa más cerca, las narices casi tocándose.
—Vamos a hacerlo todo diferente, Elisa. Nada de esconderse, nada de sufrir en silencio. Nuestra historia comienza ahora. Con libertad. Con placer. Y con amor.
Elisa cerró los ojos por un momento, solo sintiendo el toque leve de Júlia en su rostro. Después murmuró:
—¿Y si un día el mundo intenta apagar esto?
—Lo encendemos otra vez. Todas las veces. Con besos, con afecto, con coraje.
Elisa sonrió, y la besó. Un beso lento, profundo, lleno de promesas.
Desde la habitación de al lado, Sofía seguía despierta. Oía la risa ahogada de las dos y sentía el pecho calentarse. Durante años, temió la noche. Ahora, era en la noche donde veía nacer nuevas esperanzas.
Se levantó, tomó el celular y escribió un mensaje en el grupo de la familia:
“Hoy Júlia me enseñó que el amor ya no necesita tener miedo. Buenas noches, mundo.”
Y, al apagar la luz, sintió que, finalmente, aquella casa estaba llena de amor.
Llena de futuro.
El agua tibia ya comenzaba a enfriarse cuando Júlia cerró la ducha. Ambas estaban apoyadas una en la otra, abrazadas, las respiraciones aún pesadas. Elisa pasó la punta del dedo por la barbilla de Júlia, mirándola con los ojos llorosos.
—¿Qué pasa? —preguntó Júlia, acariciando su espalda.
—Es solo que... nunca me había sentido así antes. No es solo el cuerpo, ¿sabes? Es todo. Parece que hasta el alma tiembla contigo.
Júlia sonrió, tomando la toalla y secando a Elisa con delicadeza, como si cada centímetro de piel fuera un secreto sagrado. Después se envolvió en su propia toalla, guiando a su novia hasta la cama, ahora con las sábanas cambiadas y perfumadas.
—Ven aquí... acuéstate conmigo.
Se acostaron una frente a la otra, piernas entrelazadas, los cuerpos aún húmedos, cabellos desordenados. Júlia pasó el dedo lentamente por las cejas de Elisa, bajando hasta los labios.
—Quiero hacer el amor contigo. De nuevo. Pero ahora... solo con los ojos. Con la respiración. Con el silencio.
Y así fue. No se tocaron, al menos no con las manos. Se tocaron con miradas, con sonrisas lentas, con las narices rozándose levemente, con los suspiros intercambiados. Y cuando llegó el sueño, no fue como huida, sino como entrega. Durmieron desnudas, pegadas, corazones en sincronía.
Horas después, el sol invadía la habitación, pero lo que despertó a Elisa fue otra cosa: besos suaves en su vientre, un rastro de calor subiendo en dirección a su cuello.
—Buenos días... —murmuró Júlia, con la voz ronca de la mañana.
—¿Esas son formas de despertar a alguien? —Elisa provocó, sonriendo.
—Si eres tú... son las únicas que quiero.
Se besaron con dulzura. Y, sin darse cuenta, el cuerpo de Elisa se reanimaba bajo los toques precisos de Júlia. Esta vez, era un ritmo lento, casi reverente. Júlia la adoraba con la boca, con los dedos, con palabras susurradas. La llevó nuevamente al placer, pero esta vez, con lágrimas en los ojos, de tan entregada, tan completa.
—Te amo, Júlia. De una forma que asusta. De una forma que cura.
Júlia la envolvió en un abrazo fuerte.
—El amor no necesita esperar. No cuando es tan seguro así.
Afuera, el mundo giraba como siempre. Pero allí, entre sábanas desordenadas y miradas hambrientas, Júlia y Elisa no tenían prisa. Estaban comenzando la vida que eligieron vivir. Una vida de libertad, de deseo, de respeto, y de amor en su forma más cruda y más pura.
Y mientras se acurrucaban nuevamente, listas para otro ciclo de amor, risa y entrega, Elisa susurró:
—Si todos los días son así... entonces sí. Me caso contigo. Mañana. Ahora. Para siempre.
Júlia sonrió, besándole la frente.
—Entonces empieza a elegir el vestido, amor. Porque nuestro para siempre... ya comenzó.