Una historia de amor paranormal entre dos licántropos, cuyo vínculo despierta al encontrase en el camino. el llamado de sus destinados es inevitable.
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El Velo
El olor a celo de Aelis era un canto salvaje que recorría el aire, envolviendo a Eirik con una urgencia ancestral. No podía apartar los ojos de ella. La forma en que sus pupilas se dilataban, cómo su piel ardía al menor contacto… Su loba la estaba reclamando, y la suya rugía por responder.
Sin pensarlo dos veces, Eirik la tomó en brazos. Aelis se aferró a su cuello, su respiración agitada y su cuerpo temblando levemente contra el de él. Subió las escaleras de la mansión con paso firme, como si cada peldaño los acercara al punto de no retorno.
Al llegar a su habitación, empujó la puerta con el pie y entró. El ambiente estaba impregnado de su esencia, de madera, de bosque, de lobo. La depositó con cuidado en la cama, y antes de que el deseo los arrastrara por completo, fue hasta una pequeña caja en su cómoda.
—Tómate esto —dijo, ofreciéndole una pastilla y un vaso con agua—. Es de emergencia… solo por precaución.
Aelis lo miró, jadeando suavemente, sus mejillas encendidas. No había duda en su expresión, solo una rendición total a lo que estaba por suceder. Tomó la pastilla, bebió el agua, y cuando sus miradas se cruzaron de nuevo, ya no existía nada más que el uno para el otro.
Eirik dejó el vaso a un lado, volvió junto a ella, y sus labios se encontraron con una fuerza que quemaba.
Sus labios se encontraron con una urgencia silenciosa, una danza entre la ternura y el hambre. Las manos de Eirik recorrieron su espalda, su cintura, sus mejillas, como si quisiera memorizarla por completo. Aelis respondió con la misma intensidad, sus dedos enredándose en su cabello, aferrándose a su fuerza, a su calor.
Sus cuerpos se acercaron más y más, buscando ese punto donde el alma se desborda y ya no hay miedo. Las prendas cayeron, una a una, hasta que no hubo nada entre ellos más que piel y verdad.
El lobo dentro de Eirik rugía. Pero él se contuvo, esperando que ella guiara el ritmo. Cuando sus cuerpos se unieron, fue más que físico. Fue fuego, fue promesa, fue luna. Aelis sintió su corazón explotar en su pecho, y el lazo invisible entre ambos se tensó, latiendo al unísono.
Eirik enterró el rostro en su cuello, respirándola como si ella fuera el aire.
—Eres mía... —susurró, y Aelis, jadeando, respondió:
—Siempre fui tuya.
Entonces él la mordió.
Sus colmillos penetraron justo donde el cuello se curva hacia el hombro, profundo, firme, sin dudar. No fue dolor... fue liberación. El lazo se selló al instante. Aelis gritó, pero no por miedo ni por dolor, sino porque su alma entera vibró con una intensidad desbordante. El vínculo se desplegó entre ellos como una corriente eléctrica que envolvía todo.
Pero entonces, justo cuando el placer alcanzaba su punto más alto y la marca ardía sobre su piel, Aelis se desvaneció.
—¡Aelis! —gritó Eirik, sujetándola contra su pecho.
Su cuerpo estaba caliente, pero inmóvil. Su rostro apacible, como si hubiese caído en un sueño profundo.
El miedo se apoderó de él, pero la conexión recién sellada lo calmó. Podía sentirla. Dormida, sí. Pero viva. Su energía se había replegado hacia dentro, como si algo en su interior la llamara.
Tres días pasaron. Tres amaneceres sin verla abrir los ojos, sin oír su voz. Eirik no se movió de su lado. La manada supo lo que había pasado, pero nadie se atrevió a cuestionar. Sabían que cuando un alfa marca a su pareja, el vínculo puede despertar partes dormidas del alma. A veces... también cosas más antiguas.
Y en el mundo de los sueños, Aelis caminaba entre árboles de luz.
El bosque era blanco y plateado, cada hoja brillaba como cristal. Un lago sin fondo reflejaba estrellas. Allí, esperándola, estaba una mujer de belleza imposible. Su piel era como mármol iluminado desde dentro, y su cabello fluía como hilos de luna.
—Bienvenida, Aelis —dijo la mujer con una voz que parecía flotar—. Soy Selene. Y tú, pequeña loba, tienes una misión.
Aelis sintió su respiración agitarse. Todo se sentía tan real.
—¿Qué está pasando?
—Has sido marcada no solo por tu compañero, sino por el destino. Lo que dormía en ti ha despertado. Eres la llave del velo.
—¿El velo?
Selene alzó una mano, y una imagen apareció: una cortina de energía, etérea, separando un mundo brillante del otro lleno de sombras, criaturas deformes, seres que susurraban desde la oscuridad.
—Hace milenios, algunos podían viajar entre los mundos. Pero cuando la maldad se infiltró en ellos, los últimos guardianes —los tuyos— sellaron el paso y levantaron el velo. Tu padre fue uno de ellos. En su último acto, cerró una grieta que amenazaba con dejar pasar a las sombras... y quedó atrapado al otro lado.
Aelis sintió un nudo en la garganta.
—¿Mi padre está vivo?
—Su alma permanece. Esperando. Sabe que tú eres la última esperanza. Porque ahora, un Alfa Oscuro y una bruja de las sombras planean derribar el velo. Quieren el poder que hay del otro lado... y tú eres la llave para bajarlo.
—¿Por qué yo?
—Porque tu sangre es guardiana. Porque tu alma está conectada con el velo. Porque solo tú puedes abrirlo... o sellarlo para siempre.
Selene se acercó y colocó su mano sobre el corazón de Aelis. Un símbolo de luna creciente apareció en su piel, latiendo con una luz suave.
—Recuerda esto, Aelis. No estás sola. Tu vínculo con Eirik te fortalecerá. Pero lo que se viene, deberás enfrentarlo con el alma despierta.
Y con un susurro como una brisa de invierno, Selene se desvaneció.
En la habitación, Aelis abrió los ojos. Sus pupilas brillaban como plata.
Eirik la abrazó de inmediato, aliviado.
—Estás aquí —susurró, temblando.
Ella lo miró fijamente, y con una voz que parecía venir de muy lejos, dijo:
—Tenemos que hablar... sobre mi padre, el velo... y el Alfa Oscuro.