Cielo Astrada de 23 años, ha soportado el desprecio de su esposo Gabriel Romero y su familia por años, creyendo que su amor y sumisión eran la clave para mantener su matrimonio. Sin embargo, cuando Gabriel decide divorciarse para casarse con su amante y la familia de él la humilla, Cielo revela su verdadera identidad: una mujer poderosa con un pasado oculto de riquezas e influencias.
Despojándose de su rol de esposa sumisa, Cielo usa su inteligencia y recursos para construir un imperio propio, demostrando que no necesita a nadie para brillar. Mientras Gabriel y su familia enfrentan las consecuencias de su arrogancia, Cielo se convierte en un símbolo de empoderamiento y fuerza para otras mujeres
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Capítulo 20: La Revelación de la Verdad
La noche cayó sobre la ciudad, y Gabriel se encontraba solo en su oficina, sumido en sus pensamientos. Desde que Cielo había dejado la casa de los Romero, una inquietud constante lo había atormentado. Los últimos días habían sido un torbellino de emociones; la pérdida del bebé, las discusiones con Cielo, y las crecientes sospechas sobre Isabel lo mantenían al borde de un abismo emocional.
Mientras revisaba unos documentos, su teléfono vibró en el escritorio. Al desbloquearlo, encontró un mensaje anónimo con varios archivos adjuntos. Eran videos, y el remitente solo dejó un breve mensaje: “La verdad siempre sale a la luz, mostrando quienes fueron incrédulos y ciegos" Intrigado, Gabriel comenzó a ver los videos, sin saber que lo que estaba a punto de descubrir cambiaría su vida para siempre.
El primer video mostraba a su madre, Mariana, y a su hermana, Lucía, humillando a Cielo. Las palabras crueles y despectivas de su madre resonaban en la habitación, llenas de desprecio hacia la mujer que Gabriel pensó era la malvada. Vio cómo su madre la trataba con total falta de respeto, mientras Lucía, con una sonrisa maliciosa, no hacía más que reforzar el abuso verbal. Cada palabra, cada gesto de desprecio, se clavaba en Gabriel como una daga, haciéndolo darse cuenta de lo ciego que había estado ante el sufrimiento de su esposa.
El siguiente video fue aún peor. Mostraba a Isabel, la mujer que Gabriel había creído conocer, manipulando la situación a su favor. Vio cómo Isabel maltrataba a Cielo emocionalmente, destruyéndola pieza por pieza con su veneno. Y luego, el momento crucial: Isabel fingiendo ser la víctima, golpeándose a sí misma antes de empujar a Cielo por las escaleras. Gabriel observó, paralizado, cómo su esposa caía y rodaba por las escaleras, el momento exacto donde su hijo no nacido había Sido atacado sin ningún motivo y como sus propias decisiones habian causado este conflicto, todo provocado por la mano de Isabel.
El último video fue un golpe directo al corazón. Era una grabación de la cámara de seguridad del hospital. Gabriel vio cómo Isabel entraba en la habitación de Cielo, con una sonrisa triunfante, y le entregaba los papeles de divorcio. Vio la forma en que Isabel hablaba, susurrando palabras crueles y mezquinas que solo tenían la intención de herir y destruir a Cielo. Y lo peor de todo, Gabriel fue testigo de la reacción de Cielo, de su dolor, su resistencia, y su determinación por no dejarse vencer.
Cuando el último video terminó, Gabriel se quedó en silencio. La verdad lo había golpeado con una fuerza devastadora, dejándolo sin aliento. Todo encajaba: la forma en que Cielo había cambiado, su frialdad, su distancia, todo era el resultado de un dolor inimaginable que él había ignorado o, peor aún, contribuido a causar.
La rabia comenzó a hervir dentro de él, mezclada con un dolor tan profundo que apenas podía soportarlo. Gabriel se levantó de su silla, tambaleándose, y comenzó a caminar por la habitación como un animal enjaulado. La ira se apoderó de él, y en un arrebato de furia, comenzó a lanzar todo lo que encontraba a su alrededor. Los papeles volaron, los objetos cayeron al suelo con estrépito, pero nada parecía calmar la tormenta que lo consumía.
Las palabras de Cielo resonaban en su mente, las veces que ella le había dicho cuánto lo amaba, las veces que él la había rechazado, cegado por su orgullo y su estúpida noción de hombría. Ahora se daba cuenta de que había estado enamorado de ella desde el principio, pero su arrogancia y su deseo de control lo habían llevado a tratarla como si no tuviera valor.
Se dejó caer en una silla, enterrando el rostro entre las manos. El dolor era insoportable. Había perdido a su hijo, había perdido a la mujer que amaba, y todo por su propia estupidez. ¿Cómo había permitido que Isabel, Mariana y Lucía lo manipularan de esa manera? ¿Cómo había sido tan ciego?
Con lágrimas de furia y arrepentimiento brotando de sus ojos, Gabriel agarró una botella de licor que había en su escritorio y comenzó a beber directamente de ella. El alcohol quemó su garganta, pero no le importó. Quería adormecer el dolor, silenciar las voces en su cabeza que lo atormentaban con cada segundo que pasaba.
Cada sorbo lo sumía más en la desesperación, pero también lo hacía más consciente de la magnitud de sus errores. Se había convertido en el hombre que juró nunca ser: cruel, insensible, y completamente ajeno al sufrimiento de quienes más importaban. Había dejado que el odio y la amargura lo consumieran, destruyendo todo a su paso, incluida la única persona que realmente lo amaba.
—¿Cómo pude ser tan idiota? —murmuró, sus palabras arrastradas por el licor—. Cielo... lo siento tanto...
Pero sus disculpas caían en el vacío. Cielo no estaba allí para escucharlas, y sabía que, aunque lo estuviera, no había palabras suficientes para reparar el daño que había causado.
En medio de su embriaguez, una idea comenzó a tomar forma en su mente. No podía dejar que esto terminara así. No podía dejar que Isabel y su madre se salieran con la suya, no después de todo lo que habían hecho. Necesitaba arreglar las cosas, aunque no supiera cómo. Tenía que hacer lo correcto, no solo por Cielo, sino por el hijo que habían perdido, por la vida que había destrozado con su negligencia.
Con la botella aún en la mano, Gabriel se levantó y salió de la oficina, decidido a descubrir toda la verdad. Pero mientras caminaba por los pasillos oscuros de su casa, una parte de él sabía que no sería fácil. El camino hacia la redención estaba lleno de obstáculos, y él mismo era su mayor enemigo.
Sin embargo, una cosa estaba clara: no permitiría que Isabel, Mariana o Lucía destruyeran a Cielo. No ahora que sabía la verdad. Y aunque el dolor lo consumía, Gabriel juró que haría todo lo posible para enmendar sus errores, incluso si eso significaba enfrentarse a su propia familia y al monstruo en el que se había convertido.
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