El Imperio De Las Rosas

Ellie luce un vestido azul que, a medida que cae, se transforma en un profundo negro; este atuendo evoca la nobleza y la sofisticación. La tela azul inicial se desvanece gradualmente hacia la oscuridad, como si el cielo nocturno se fundiera con la silueta de una dama aristocrática. Los pliegues y drapeados cuidadosamente diseñados realzan la figura, mientras que detalles en encaje y bordados dorados adornan los bordes. Las mangas largas y ajustadas se abren en puños amplios, y la falda fluye majestuosamente hasta el suelo.

El vestido combina con sus ojos, haciendo a estos resaltar aún más. Llevaba un maquillaje sencillo que solo constaba de sombras café en sus ojos junto con un ligero rubor en sus pálidas mejillas a juego con su labial.

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La noche estaba impregnada de tensión y expectación. Las murallas del palacio imperial se alzaban majestuosas, testigos silenciosos de innumerables intrigas y luchas por el poder. La brisa nocturna susurraba secretos mientras la multitud se agolpaba en las calles adoquinadas, ansiosa por presenciar la entrada triunfal.

En el centro del bullicio, estaba Ellie avanzando con paso firme. Sus ojos reflejaban la determinación de quien había luchado por su tierra y la gloria. A su lado, el archiduque Dietrich, su padre, caminaba con la dignidad de los linajes ancestrales. Su capa de terciopelo carmesí ondeaba al viento. Los nobles se inclinaban ante él, reconociendo su autoridad y su papel crucial en la victoria.

La muchedumbre aplaudía y vitoreaba. Los músicos tocaban fanfarrias mientras las antorchas iluminaban la entrada principal del palacio. El arco de mármol estaba adornado con guirnaldas de flores y cintas doradas, un símbolo de triunfo y bienvenida.

Ellie no era solo una guerrera; también era una estratega brillante. Había liderado a sus tropas con valentía, desafiando las probabilidades y asegurando la victoria en la sangrienta batalla por el territorio. Ahora, su mirada se alzaba hacia los balcones del palacio, donde los cortesanos y dignatarios observaban con ojos curiosos.

El archiduque Dietrich le dirigió una sonrisa orgullosa. "Hija mía", susurró, "has demostrado tu valía. Esta noche, el imperio te aclama".

Los portones se abrieron, y la princesa cruzó el umbral. El salón principal se extendía ante ella, con sus altos techos abovedados y sus murales que narraban hazañas pasadas. La alfombra roja guiaba su camino hacia el trono, donde el emperador esperaba.

La multitud se inclinó en reverencia mientras Ellie y el archiduque avanzaban. Los aplausos resonaron, y las lámparas de araña destellaron como estrellas en el firmamento. La chica que había ganado una batalla por padre, ahora estaba siento reconocida.

Habían recuperado las tierras santas, a pesar de que esas tierras ahora le pertenecían al archiducado poseían un valor sentimental para al imperio porque fue ahí en donde nació la primera santa aclamada por el oráculo.

“Ellie debes saber que te considero como una hija, has traído nuevamente la gloria a nuestro imperio. Te otorgo mi bendición por un futuro próspero”. Los ojos de Dietrich brillaban, que el mismo emperador haya reconocido a su creación por su poder, a pesar del rencor que sentía no pudo evitar sentirse orgulloso de sí mismo.

Ellie se arrodilló ante la bendición del emperador, esperándola. A Sebastien se le podía notar tenso, no podía evitar sentir el aura de Ellie tan palpable; sintió un escalofrío recorrer toda su columna vertebral al bendecirla.

¿Qué diablos era ella?, pensó el emperador. Lo había hecho sentirse amenazado en su propio palacio, es una vergüenza. La rubia alzó su mirada encontrándose con la de Sebastien, quien al ver sus ojos azules con destellos rojos brillar no pudo evitar ser el primero en apartarla.

La situación fue divertida nada más para dos personas que lo habían notado, Dietrich y Richard quienes no pudieron evitar embozar una sonrisa burlona. Ellie solamente se limitó a reírse en su interior junto con los dioses, quienes habían sido testigos de todo.

Empezó la fiesta y la familia Bellefleur no pudo evitar escuchar los rumores sobre el favorecimiento que estaba teniendo el segundo príncipe por encima del primero, quien antes era considerado el príncipe heredero. Los aristócratas discutían sobre la ineptitud de Arthur y sobre la gloria que le había traído al imperio, empezando a emparejarlo con Ellie quienes todos estaban de acuerdo que es la joya más preciada del imperio.

El emperador se empezó a sentir mal así que tuvo que retirarse de la festividad, Ellie no pudo evitar soltar una sonrisa junto a su padre quien se separó de ella para que pudiera establecerse aún más en la sociedad. La rubia ya había conseguido encabezar la nobleza a pesar de no ser tan constante en las fiestas debido a su ingenio, ella sabía cuando hablar y cuando callar para escuchar; a veces era mejor guardarse su opinión y dejar que entre ellos mismos se maten porque la nobleza es el verdadero campo de batalla para Ellie.

Sonrisas falsas, hipocresía, chismes y las personas que se le acercaban solo para poder ir y decir que conocieron, que les contó o solamente usarla a su conveniencia. Su padre le había enseñado a convivir con estas personas y a mostrarse fuerte ante cualquier rumor, porque Ellie es la joya más preciada del imperio y nadie podría quitarle ese puesto; había sacrificado todo por obtenerlo.

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Ellie había salido al balcón, estaba cansada de tener que estar hablando con personas que ni siquiera les interesaba realmente. La rubia se encontraba en el centro de la atención, estaba en su momento y era consciente de eso, pero no podía evitar sentirse agobiada por toda la atención.

Botó el vino que estaba en su copa, había olido el veneno desde que se lo habían entregado, pero no debía hacer un escándalo por esa pequeñez. Su padre le había enseñado que un envenenamiento así era una manera infantil y descuidada de atentar contra la vida de tu enemigo.

Tomó el último trago qué había quedado en la copa, era arsénico. Río, que estupidez; esto no era nada comparado con lo que le daba su padre.

“Felicidades a la joya más preciada del imperio por su victoria”. Musito un joven de cabellera morada y ojos plateados, Ellie no pudo distinguir de casa era así que permaneció alerta. El chico se acercó a ella con otra copa de vino en la mano, esto la hizo sonreír porque acababan de intentar matarla con una. Irónico, pensó.

Un olor a podrido se presentó en el balcón, como si tuviera un cadáver en frente de ella y cuando menos pudo notarlo, las manos del chico estaban en su cuello.

¿Qué mierda?, pensó Ellie mientras observaba el rostro del chico, parecía ser una máscara barata. Con su mano arrancó la piel de su rostro y lo pudo ver claro, era un cadáver que estaba siendo usado para matarla; estaba de suerte.

“Umbrae”. El balcón se inundó de oscuridad, de un movimiento hizo que el cadáver se arrodillara delante de ella, tomándolo de los brazos por detrás y colocando su rodilla en su espalda para que no pudiera levantarse.