Cruel Esposo Déjame Ir

Ella se detuvo, Francesco leyó las intenciones que tuvo Luisa, por eso se alejó unos milímetros, la miró a los ojos y, al no ver dudas, volvió a arremeter contra sus labios, bajó por el cuello, comiéndose este con primicia.

Francesco la dejó caer en la cama. De repente, estrelló sus labios contra los de Luisa. Mientras les devoraba la boca a besos, sus manos soltaron con sutileza el nudo de la toalla y se acomodó.

El cuerpo de Luisa temblaba debajo de Francesco y él lo sabía, podía sentirlo, pero eso le fascinaba, le encantaba que ella temblara ante su tacto.

—Joder —gruñó Francesco al sentirla tan estrecha, como si nunca hubiera tenido relaciones. Es que Luisa solo estuvo una vez con aquel alguien que, después de hacerla suya, la dejó abandonada en ese hotel, asegurándole que no era virgen y, después de eso, no volvió a entregar su cuerpo a nadie, hasta ese momento.

Habían pasado cuatro años desde aquel día, pero ahora ella se estaba entregando a su esposo.

—No pareces haber pasado por los tantos hombres que me dijiste. Estás tan estrecha —dijo en un jadeo.

Francesco volvió a cubrir su boca, se la devoró como un loco demente.

Había terminado demasiado rápido para su gusto, pero todo se debía a que estaba embriagado de deseo por esa mujer y, ahora que había conseguido estar con ella por primera vez, estaba seguro de que las siguientes noches serían más largas y apasionantes.

Porque no pensaba hacer lo que hacía con las demás, cogerlas una vez y ya. Con Luisa quería repetir, con ella deseaba hacerlo esa misma noche una y otra vez. Su piel era tan suave, su aroma embriagador, y su boca, oh, esa boca lo tenía más que loco.

Francesco salió de dentro de Luisa, se levantó de la cama y fue a la ducha. Cuando salió, ella ya no estaba, se había ido, dejándolo con ansias de más.

Francesco se metió debajo de las cobijas, colocó su brazo detrás de su cabeza y sonrió. La pobre Luisa no sabía nada de sexo, de eso estaba seguro. En ese mismo momento debía estar aterrada, cuestionándose qué era lo que había pasado.

Y sí, Luisa estaba recostada en la puerta, con su bata aún entre sus brazos. Sus ojos desorientados y bien abiertos observaban un punto fijo. La imagen de su esposo entre sus piernas, esa deliciosa sensación que le produjo mientras succionaba de su intimidad, esas firmes embestidas que le dio. Joder, todo eso era nuevo para ella. Ni siquiera sabía que el sexo fuera tan placentero.

Luisa se metió a la ducha, tocó sus senos y recordó a Francesco chupando de ellos. Ni siquiera eso le había hecho ese hombre con el que estuvo, solo la besó, le quitó la ropa y procedió a hundirse en ella de una estocada, provocándole dolor en vez de placer.

Por eso, para ella el sexo no tenía nada de bonito, ni siquiera sabía por qué había ido a tocar a la puerta de Francesco, si a ella no le entusiasmaba la intimidad. Pero ese hombre provocaba más que simples ganas en ella.