Mi Omega Mafioso, Tu Aroma Me Lastima

Tres días más pasaron antes de que por fin llegaran a su destino. El trayecto había sido agotador y áspero, como si la nieve y el silencio quisieran devorarlos. Zev, desde aquella discusión, ni siquiera le dirigía la palabra a Carter. El único motivo era obvio Misha mantenía la mirada sobre él, vigilando con esa frialdad inmutable que lo hacía parecer un depredador al acecho. El alfa sabía que cualquier error sería castigado, así que el rencor lo mordía en silencio.

Zahid, el segundo al mando, era quien recibía todas las órdenes de Misha. Planeaban rutas, tiempos de descanso, vigilaban el terreno. El resto —Zev, Anton y Carter— seguían como piezas en un engranaje que no podían cuestionar. Solo cinco hombres componían aquel escuadrón, la cifra mínima necesaria para moverse sin dejar huellas al internarse en Rusia. No debía quedar registro alguno de su llegada.

La cabaña apareció entre los árboles como un fantasma olvidado. Desde fuera parecía abandonada con tablones podridos, ventanas cubiertas por escarcha, el tejado ladeado como si fuera a desplomarse. Zahid entró primero, tanteando la penumbra. El suelo crujía bajo cada paso hasta que encontró lo que buscaba, una tabla falsa. La levantó con calma, revelando una pequeña caja metálica oculta en la tierra. Sus dedos marcaron un código en los botones, con la seguridad de quien conocía un secreto que nadie más podía descifrar.

—Listo. —su voz sonó confiada, casi orgullosa—. Dentro de dos horas vendrán a recogernos. Lo mejor será descansar.

Misha asintió apenas, sin pronunciar palabra. El silencio se había vuelto parte de su piel. No era solo su negativa obstinada a dirigirle la palabra a Carter, como si fuese un niño caprichoso que abandona su juguete favorito. Era algo más profundo como la convicción de no permitirse distracciones, de mantener la concentración absoluta. Pasar desapercibidos no era una opción, era una obligación.

Sin embargo, detrás de sus ojos fríos, Misha sí observaba. Había seguido con atención el desempeño de Carter durante el trayecto la torpeza inicial, la fatiga que se acumulaba en su rostro, la rigidez en sus movimientos. Había sido él quien, de forma solapada, había extendido los intervalos de descanso y ralentizado la marcha en la nieve. Todo para evitar que el alfa inexperto quedara rezagado o cayera exhausto. Nunca lo admitiría en voz alta, pero lo cuidaba.

Zev rebuscó en un bolso y rompió el silencio

—Jefe, si tiene hambre podemos preparar algo. Todavía quedan reservas.

Misha lo miró sin expresión.

—No, gracias. Pero si quieren comer, adelante. De todos modos, pronto vendrán por nosotros.

Carter, sentado contra una pared, giró la cabeza hacia la madera y fingió dormir. Se negaba a participar de esa obediencia automática que todos mostraban hacia el omega. Pero no podía ignorar lo que veía la forma en que los demás lo miraban, la disciplina con la que respondían. Ese no era el Misha impulsivo, cruel, casi psicótico que conocía. Este era un líder, un estratega formidable al que nadie dudaba en seguir. Esa dualidad lo desconcertaba, lo irritaba y, a la vez, lo atraía como una llama peligrosa.

Dos horas después, un golpe seco resonó afuera. Zahid salió de inmediato con la mano en el arma. Minutos más tarde, Yuri apareció en el umbral. Imponente con la autoridad tallada en cada gesto, escaneó la sala con ojos severos. Cuando sus miradas se cruzaron, Misha se levantó. Se dieron la mano y luego un abrazo firme, como dos personas que saben lo que significa sobrevivir juntos.

—Estábamos preocupados —dijo Yuri con una sonrisa contenida—. Les estaba tomando más del tiempo estimado.

Su mirada recorrió a los alfas, deteniéndose un segundo más de la cuenta en Carter, que permanecía en un rincón oscuro.

—Tuvimos algunos imprevistos, pero estamos a tiempo —respondió Misha con voz neutra, desviando el tema enseguida—. ¿Te respondieron las ratas?

—Recién ayer. —Yuri gruñó al decirlo—. Fue Lev quien aceptó la reunión, pero dijo que no podía asegurar que Román asistiera… a menos que fuera en su territorio.

Misha bufó, como si aquello no lo sorprendiera.

—Ese imbécil nunca saca la cabeza del trasero de un omega. Pero confirma. Seguimos con el plan.

Carter, desde su rincón, observaba esa interacción con una incomodidad creciente. Había algo en la forma en que Yuri y Misha se miraban, en la naturalidad de su abrazo, en esa complicidad que no necesitaba palabras. Sintió una punzada en el estómago. No quería darle nombre, pero ahí estaba.

—Debo estar volviéndome loco —pensó con rabia—. ¿Celos de Yuri? ¿De Misha? Es ridículo.

El camión llegó con puntualidad. Subieron a la parte posterior, amontonados entre cajas y lonas. Solo Yuri y Misha ocuparon la cabina. Carter no pudo evitar fijarse en cómo cerraban la puerta, aislándolos. La punzada en su pecho se hizo más fuerte.

—Hacen buena pareja, ¿eh? —la voz venenosa de Zev rompió el silencio, cargada de burla—. Yuri es la mano derecha del jefe, se encarga de todo. To-do. Si ya entiendes lo que quiero decir.

Zahid le propinó un golpe seco en la nuca, un palmetazo que resonó entre las cajas.

—Cierra la boca. Deja de provocar a Carter y de hablar idioteces —ordenó con seriedad.

Zev rió por lo bajo, sin acatar del todo.

—Bah… me da igual con quién se revuelque Misha. Un omega es un omega rodeado de alfas, solo se espera una cosa.

Carter levantó la cabeza con los ojos encendidos de rabia.

—Pues qué bueno, no me importa su vida sexual —escupió con voz mordaz, cargada de veneno—. Ni con quién se acueste ahora ni con quién lo haya hecho antes. No es asunto mío.

—Me alegra saber que no te importa, kotik. —la voz de Misha llegó desde la pequeña ventanilla que comunicaba la cabina con la parte posterior. Su tono era suave, casi divertido, pero sus ojos cuando se cruzaron con los de Carter, estaban vacíos, insondables—. Aunque, de todas formas, no es algo que me quite el sueño.

Carter dio un pequeño salto sorprendido. Era la primera vez en meses que Misha le dirigía la palabra. Trató de mantener la calma, pero el vacío de aquella mirada lo atravesó como un cuchillo. En su pecho, la punzada se transformó en algo más complejo, un nudo de rabia, frustración y algo que se negaba a reconocer.

El silencio volvió a apoderarse del camión. Solo el rugido del motor y el golpeteo de las ruedas contra el camino helado acompañaban sus pensamientos.

Carter se recostó contra las cajas, cerrando los ojos. "No me importa", se repitió una y otra vez. Pero sabía que era mentira.