Los Hermanos Casasola

Ese día, Mariana entró a la oficina del CEO con su mamá y su abuela. Se detuvo un segundo a acomodar su bolso y justo vio que se abría la puerta de la sala de juntas. Salió una chica guapa, elegante y con mucha actitud. Vestía un traje blanco que le quedaba perfecto y su pelo negro le caía en ondas sobre los hombros. Llamaba la atención, ¡vaya que sí! Se movía con una seguridad tremenda, como si todo el mundo la viera.

Detrás de ella venía el señor Villanueva, un empresario importante, y, para sorpresa de Mariana, su hermano Augusto Jr., con una cara rara.

Mariana se quedó mirando a la chica. Algo en ella la hizo quedarse ahí, como si el ambiente cambiara al verla. No era solo su belleza, sino esa energía de control y confianza que transmitía.

La chica la miró rápido, asintió y siguió su camino.

El señor Villanueva también la saludó y Augusto se despidió con una sonrisa antes de alcanzar a su hermana.

—¿Quién es ella? —preguntó Mariana en voz baja.

Augusto la alcanzó y le dijo sonriendo:

—¡Qué manera de llegar, hermanita!... ¡Eres bien curiosa! Vamos, que nos esperan. Esto se pone interesante.

Mariana lo miró de reojo mientras caminaban. No respondió al toque. Seguía pensando en la chica. Algo tenía que no se podía sacar de la cabeza.

—¿Quién es esa mujer? —insistió.

—Katherine Villanueva —dijo Augusto relajado, como si fuera alguien común. Pero Mariana notó algo en su voz: respeto o cautela.

—¿Villanueva? ¿Pariente del señor Mauricio? —preguntó Mariana, adivinando la respuesta.

—Su hija —respondió Augusto—. Ya habíamos hecho negocios, pero ahora la retomaremos. Katherine está al mando de algunas cosas y, créeme, va en serio.

—Se veía... imponente —murmuró Mariana.

—Lo es —respondió Augusto—. Pero también está lista. Ella y Emiliano han tenido sus choques...

Mariana lo miró extrañada.

—¿Emiliano? ¿Qué tipo de choques?

—Conflicto de intereses y de poder —dijo Augusto antes de entrar a la oficina.

Mariana se quedó pensando un rato. Cuestión de poder... eso puede ser muchas cosas, pero viniendo de Augusto, seguro era una lucha de personalidades, inteligencia y orgullo.

Sonrió un toque, divertida.

Días después, en la oficina de su padre, revisaba unos papeles de la cooperativa. Mariana estaba pensando en Katherine Villanueva.

—Mmm... —dijo, caminando hacia el salón de la hacienda.

Recordó cuando llevó unos bocetos a Emiliano. La imagen de Katherine: su forma de caminar, cómo miró a Emiliano sin dudar, ni cuando él hablaba con ese tono mandón que intimida a cualquiera. Esa chica no se achicó, ¡al contrario!, hizo que Emiliano se pusiera tenso.

Y eso la intrigaba.

Se sirvió café en la terraza y dijo:

—Tiene algo... carácter, presencia. Hasta yo la miraría dos veces.

Tomó un sorbo de café y sonrió.

—Si puede con Emiliano y no se muere en el intento... chance y sí es la indicada para ser su esposa. Solo alguien así aguantaría el apellido y su orgullo.

Pero además, había una admiración callada e inesperada. No solo por su inteligencia. A Mariana le parecía hermosa, poderosa y peligrosa. Justo el tipo de mujer que revoluciona el mundo sin pedir permiso.

Miró hacia la casa, pensando.

"Tal vez podría platicar con Katherine. Saber qué tanto sabe de negocios... y de mi hermano". Porque si hay algo entre ellos, Mariana quería saberlo de primera mano.

Y quería ver con sus propios ojos:

El día en que Emiliano perdiera el control.

Mariana sacó su celular, se acomodó en la silla y escribió:

Mariana:

¿Ya puedo conocer a mi cuñada? Porque si es la que pienso... ¡te sacaste la lotería, hermanito!

Enseguida vibró su teléfono.

Emiliano:

No hay tal cuñada. Deja de soñar, Mariana. Estoy ocupado descubriendo quién está causando problemas en la empresa.

Mariana frunció el ceño, como si Emiliano pudiera verla.

—Ajá... ¡qué evasivas! —dijo, divertida.

Le respondió:

Mariana:

"No hay tal cuñada suena a que no quieres aceptar lo que sientes. No te preocupes, yo veré si hay química entre ustedes. ¡La intuición femenina nunca falla!"

Esta vez no hubo respuesta rápida. Y eso le dijo todo.

Se reclinó en la silla y miró al cielo.

—¡Lo sabía! —dijo.

Pero luego recordó el mensaje de Emiliano sobre el problema en la empresa. Dejó el juego a un lado. Si su hermano estaba preocupado, era porque la cosa era grave.

Dejó el café y se levantó.

—Ok, Emiliano. Hazte el indiferente si quieres... pero si alguien te está poniendo el pie, lo averiguaré. Y si alguien está saboteando la empresa... ¡también lo voy a encontrar!

Y con esa actitud, se fue a la oficina de su padre a buscar informes antiguos. Si algo pasaba, Mariana no se quedaría quieta.

Ella también jugaba en las grandes ligas.

El ruido de la puerta no la sorprendió.

—¿Quién es Roman Ortega? —preguntó Mariana sin ver los documentos, con voz firme y tranquila.

Martín se detuvo. Su hija lo conocía bien.

—¿Dónde leíste ese nombre? —preguntó, cruzándose de brazos.

Mariana levantó la vista.

—En un reporte viejo de proveedores. También aparece como consultor especial en una carpeta secreta de hace años... y los movimientos de dinero están clasificados. ¡Hasta hay pagos aprobados por alguien que no es de la familia! ¿Quién es, papá?

Martín la miró con orgullo y preocupación. Sabía que ella era inteligente y que no se detendría.

—Roman Ortega fue importante para la empresa... antes. Un aliado, sí. Pero también sabía demasiado.

—¿Demasiado? —repitió Mariana.

—Trabajó con nosotros hace años. Era parte de un proyecto de tu abuelo que yo seguí. Pero Ortega tenía sus propias intenciones. Cuando vimos que estaba pasando información, fue tarde.

Mariana miró los papeles, atando cabos.

—¿Lo despidieron?

Martín negó.

—Desapareció antes de que pudiéramos hacer algo. Nadie sabe dónde está. Y no volvió a aparecer... hasta ahora.

Mariana dejó caer los papeles.

—¿Crees que él está causando los problemas en la empresa?

Martín suspiró.

—No sé. Pero si volvió... hay que tener cuidado. Ortega era ambicioso, listo, manipulador... y si está atacando, tus hermanos necesitarán ayuda.

Mariana asintió.

—Entonces lo encontraremos.

Martín la miró con respeto y temor.

—Ten cuidado, Mariana. Román no juega limpio.

Ella sonrió.

—¡Perfecto! Yo tampoco.

Tomó el teléfono y envió un mensaje: —Te mandé información, investiga todo sin filtros.

Se levantó y tomó del brazo a su papá con una sonrisa que hasta Martin le dio miedo.

Martín casi no podía alcanzar a Mariana, que salió de la oficina como alma que lleva el diablo.

—¿A quién le escribiste? —preguntó, tratando de calmarse, aunque intuía que su hija estaba a punto de pasarse de la raya.

—A Carlos —contestó sin voltear—. Si alguien puede dar con Román Ortega, es él.

Martín se sorprendió.

—¿Tu amigo? ¿El cerebrito? ¿Él que estudió tecnologías de la información? —dijo con sarcasmo.

Mariana frenó en seco y se giró. Sus ojos echaban chispas; Martín conocía esa mirada, era la de su esposa cuando estaba a punto de hacer pedazos a alguien sin gritar.

—No, estudió, papá. Trabaja. Y no son tecnologías de la información. Carlos es... diferente.

—¿Diferente?

Mariana se acercó un poco a él.

—Confía en mí. O mejor, confía en él. Porque cuando Ortega vea lo que se le viene encima... va a lamentar haber regresado.

Carlos recibió el mensaje mientras se acomodaba la sudadera negra. Había regresado del cuartel en la mañana y estaba revisando información del servidor cuando sintió la vibración en su muñeca.