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Yo Te Elegí.

Yo Te Elegí.

Status: En proceso
Genre:Amor a primera vista
Popularitas:3.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Mel G.

Romina, una chica que no conoce el significado de amistad y familia, empieza a conocerlo a través de algunas personas que llegan a su vida. Pero cuando todo realmente cambia, es cuando conoce a Víctor, al hermano de la chica que comienza a ser su amiga, pero lo conoce, en un secuestrado, dirigido por el.

NovelToon tiene autorización de Mel G. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

DESPEDIDA.

...Romina:...

El mundo entero podía estar observándonos, pero mientras caminaba hacia él, no veía otra cosa más que sus ojos. Victor Luján esperaba al final del pasillo, de pie, con el porte de quien ha enfrentado guerras, pero con la mirada de alguien que está perdiendo la batalla más importante: la de no amarme demasiado.

El vestido blanco pesaba menos que mis pensamientos, menos que la respiración contenida de todos los que estaban ahí. Sentía las miradas clavadas en mí, algunas cálidas, otras inquisitivas… y otras simplemente llenas de furia.

Mi madre me miraba como si no me reconociera. Mi padre, con los labios tensos, apenas contenía la rabia. Sabía que esperaban otra boda, otra historia. Otro hombre. Otra hija.

Pero ya no iba a seguir siendo quien ellos quisieran.

Mi mirada se cruzó con la de Elena. Estaba sentada entre Elliot y Ferid, con lágrimas en los ojos. Me sonrió. Y esa sonrisa, tenue y sincera, fue lo único que me sostuvo mientras daba el siguiente paso.

No recordaba que una caminata pudiera sentirse tan larga.

Victor me miraba como si le costara creer que realmente me estaba acercando a él. Su traje negro impecable, su expresión tensa, sus ojos fijos en mí, me hicieron sentir que, al menos por ese instante, el mundo podía detenerse y no importaría.

Cuando por fin llegué hasta él, él no me dio la mano.

Me tomó el rostro entre sus manos con una ternura que desarmó cualquier defensa que pudiera quedarme. Inclinó la cabeza solo un poco y murmuró algo que solo yo escuché:

—Nunca imaginé que fueras a estar tan hermosa.

Tuve que respirar hondo para no quebrarme. Sonreí. A pesar de todo. A pesar de ellos. A pesar de mí.

La ceremonia empezó y las palabras del juez me parecieron lejanas, como si ocurrieran detrás de un vidrio empañado. Solo captaba fragmentos, pausas, silencios, el leve temblor de la voz de Victor cuando dijo “sí, acepto”.

Cuando fue mi turno, los ojos de mis padres seguían ardiendo sobre mi espalda. Pero yo solo miraba a Victor.

—Sí, acepto —dije.

Y lo hice sin dudarlo.

Porque aunque él venía de la oscuridad, aunque aún teníamos tanto por enfrentar, había en sus ojos un hogar que yo nunca antes había sentido.

Cuando el juez anunció que ya estábamos casados, hubo aplausos breves, tímidos. Algunos confundidos. Otros forzados. Pero también hubo miradas sinceras. Elena lloraba. Ferid me guiñó un ojo desde su asiento. Elliot asintió con orgullo.

Victor tomó mi mano.

—Ya está hecho —me dijo.

—Nunca quise otra cosa —respondí.

Y aunque supe que algo oscuro nos esperaba después de ese día, aunque sentí el frío del vacío bajo nuestros pies… también supe que él me sostendría.

Aunque ardiera el mundo.

...****************...

El vestido todavía me pesaba.

No por el encaje. No por la tela. Sino por lo que representaba.

Había sido suya unos minutos. La esposa de Víctor Luján. La mujer que, por fin, podía respirar a su lado sin sentirse culpable por desearlo tanto. Y sin embargo… ya sabía que ese aliento estaba contado.

Lo supe desde antes de dar el primer paso hacia el altar.

Y ahora lo veía frente a mí, en la habitación donde apenas hacía unos minutos habíamos quedado solos por primera vez como marido y mujer. De pie. Con su chaqueta ya fuera. El rostro tenso. El teléfono vibrando sobre la mesa como una cuenta regresiva.

No decía nada.

Yo tampoco.

Hasta que no aguanté más.

—¿Vas a irte ya?

Él alzó los ojos. Y solo por un segundo, lo vi dudar. Como si hubiera una parte de él que quería quedarse, que quería decir “olvídalo todo” y echar cerrojo a esa puerta para siempre.

Pero no era ese tipo de hombre.

Y yo lo amaba precisamente por eso.

—Tengo que hacerlo, Romina —dijo en voz baja—. No puedo fallarle a Paolo.

Asentí, aunque dolía.

—Lo sé.

Me acerqué. Lenta, como si estuviera deslizándome hacia un acantilado sin barandales. Sus manos me recibieron. Me sujetaron como si ese momento fuera la única certeza que teníamos.

—Te juro que regresaré —susurró contra mi cabello—. Me lo prometí, y ahora te lo prometo a ti. No pienso dejarte sola.

Cerré los ojos. Me aferré a su camisa.

—Tengo miedo —admití por primera vez, apenas audible—. No por ti, Víctor. Por mí. Por lo que soy sin ti. Porque… ya no sé cómo estar sin que me mires de esa forma.

Él me sostuvo con más fuerza. Y por un instante, no hubo más palabras. Solo su corazón latiendo desbocado bajo mi oído.

—No te voy a pedir que me esperes —murmuró al fin—. No sería justo.

—¿Y si quiero hacerlo?

—Entonces… voy a dar todo para volver más rápido.

No nos besamos.

No fue un momento de película.

Fue real.

Cruel. Íntimo. Dolorosamente cierto.

Cuando se separó de mí y tomó su chaqueta, supe que no había marcha atrás. Caminó hasta la puerta… y ahí se detuvo.

Se giró una última vez.

—Te amo, Romina. No tienes idea de cuánto.

Tragué saliva.

—Demuéstramelo volviendo.

Y sin más, lo vi desaparecer.

...****************...

La habitación aún olía a él. A su colonia discreta pero persistente. A su piel.

A nosotros.

No había pasado ni una hora desde que cerró la puerta tras de sí.

Y ya se sentía como si hubiera pasado un día entero.

Me quité los zapatos lentamente, dejando caer los tacones al suelo como si su peso me doliera en los tobillos… pero no eran los tacones.

Era el vacío.

Me senté al borde de la cama, aún con el vestido puesto. Las flores en el tocado estaban algo marchitas por el calor y el movimiento, pero no quise quitármelas. Era como si al hacerlo, me quitara también lo único que quedaba de él en esta casa.

En esta noche.

En esta primera noche que no tendría a Víctor.

Lo sabía.

Desde que escuché aquella llamada, desde que vi su expresión cambiar amen ese instante mientras hablaba con Paolo, ya lo sabía.

Se iría.

Y yo…

yo había aceptado. Había fingido entereza, incluso después de casarnos, incluso mientras Elena me abrazaba y nuestros padres nos miraban como si hubiéramos cometido un crimen.

Yo lo sabía.

Y aún así, dolía como si me lo hubiera arrancado el destino sin previo aviso.

Me recosté sin quitarme el vestido. Cerré los ojos.

Me sentía ridícula.

Ridícula por sentirme así después de un solo día. Por anhelar un roce, su voz ronca por la mañana, el calor que dejaba en las sábanas, sus provocaciones cínicas, su forma de mirarme como si fuera la única cosa que lo hacía permanecer cuerdo.

Ridícula por no tenerlo.

No sé cuánto tiempo estuve así.

Las luces seguían encendidas. Los pétalos de la ceremonia aún esparcidos en el piso de la entrada.

Las copas de champagne a medio terminar.

Y yo…

yo completamente vacía.

Hasta que sonó mi celular.

“¿Estás bien?”

Elena.

Tardé un segundo en contestar.

—Sí… —mentí—. Solo estoy… cansada.

Un silencio breve. Luego su voz cálida, como si supiera.

—Estoy cerca. Si necesitas… lo que sea.

—Gracias —susurré.

No quise que me viera así. Ni siquiera yo quería verme así.

Colgué. Y entonces… lloré.

Silenciosa, como lo hacía de niña, tapándome la boca con la almohada.

Lloré por lo que habíamos construido tan rápido y que ahora se sentía interrumpido.

Lloré por el miedo.

Por la posibilidad de que no volviera.

Porque cuando uno como Víctor se iba… a veces no volvía igual.

O no volvía en absoluto.

Y no era por la boda. Ni por el vestido.

Era por él.

Porque sin quererlo, sin planearlo…

Ya lo amaba.

...****************...

...Victor:...

El motor rugía bajo mis pies.

El camino era largo, oscuro y jodidamente silencioso.

Debería estar pensando en Paolo.

En el problema que lo tenía tan al límite como para pedirme esto.

En las posibles balas, en los nombres, en los callejones sin salida que seguramente me esperaban al otro lado de esta huida voluntaria.

Pero no.

Solo pensaba en ella.

Romina.

La imagen de su vestido blanco me perseguía como un fantasma.

La forma en que me miró justo antes de que la puerta se cerrara detrás de mí.

Y maldita sea, me dolía.

Había hecho todo lo posible por mantenerme frío. Por decirle que si no quería casarse, lo entendería.

Le di una salida…

Y me la devolvió con una promesa.

“Que me esperaría”

Carajo.

Como si no supiera que cada vez que uno vuelve, algo se queda atrás.

Como si no supiera que no soy el mismo desde antes de conocerla… y que tal vez, después de esto, ni yo sabría volver a serlo.

Apreté el volante.

Las luces de la autopista me golpeaban de frente y no podía evitar pensar en cómo estaba ella en ese instante.

¿Seguía con el vestido?

¿Estaría llorando?

¿Me odiaría por irme?

No.

Romina no era de odiar por impulso.

Pero sí era de sentir.

Y eso era justo lo que me partía.

Porque yo no sabía cómo se sentía dejar atrás a una mujer que amaba.

Porque sí.

La amaba.

Y lo sabía desde la primera vez que me sostuvo la mirada aun en esa habitación.

Desde que desafió a todos, incluso a mí.

Desde que me gritó que no era un monstruo, aunque yo mismo no pudiera creerlo.

Frené un segundo en el arcén. Bajé del auto.

El aire nocturno me golpeó la cara como un balde de agua fría.

Y no, no me estaba echando para atrás.

Pero sí necesitaba un momento.

Un momento para tragarme el nudo que me apretaba la garganta desde que crucé la puerta de esa habitación donde la dejé sola.

—Jódete, Paolo… —murmuré, aunque sabía que iría igual.

Porque le debía demasiado.

Porque cuando yo estaba al borde, él fue el único que metió las manos por mí.

Pero si algo me enseñó Romina es que las deudas no pueden costarte el alma.

Y si vuelvo…

no será el mismo cabrón que ella conoció.

Será el hombre que ella espera.

El que merece.

El que va a volver entero.

Porque por primera vez en mi jodida vida…

hay alguien esperándome.

Y no voy a dejarla sola.

No por mucho tiempo.

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