Un Amor Prohibido Para La Institutriz

​Rosalba intentaba contener sus lágrimas, pero cuando Marcello la tocó, un escalofrío recorrió su cuerpo, y algunas lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Él, con una expresión de desesperación, intentó consolarla, pero ella lo apartó. Estaba furiosa, y él no entendía por qué.

​"¡Perdonami, perdonami, perdonami!" susurró Marcello, su voz quebrada por los nervios, con la desesperación de quien no sabe qué ha hecho. "¡Perdonami per aver distrutto il tuo vestito! ¡Perdonami per non essere venuto a trovarti! Ma ti giuro che non c'è nessun'altra! ¡Nessuno!". (¡Perdóname, perdóname, perdóname! ¡Perdóname por haber arruinado tu vestido! ¡Perdóname por no haber ido a verte! ¡Pero te juro que no hay nadie más! ¡Nadie!) "Per anni sei stata l'unica nel mio cuore e nella mia mente, non c'è stata una notte in cui non abbia sognato questo giorno, un giorno in cui non abbia cercato di essere degno di te, e so che sono stato uno sciocco perché non ti ho scritto" (desde hace años solo tu haz estado en mi corazón en mi mente, no ha habido noche que no sueñe con este día, día que no me haya esforzado por ser digno de ti, y se que fui un tonto por que no te escribí en todo este tiempo pero no quería aburrirte con las practit de tiro o los entrenamientos de campo ni las largas lecciones de historia militar) su mente más ágil que su lengua había hecho que digiera todo en su lengua natal instintivamente.

​Rosalba, al escuchar su voz quebrada, no pudo contenerse más. Con los ojos llenos de lágrimas, lo encaró, su voz fuerte y clara.

​"¡Non si tratta di questo, Marcello! ¡Non si tratta del vestito!" exclamó Rosalba. (¡No se trata de eso, Marcello! ¡No se trata del vestido!) "¡È che per quasi cinque anni ho avuto a malapena tue notizie tramite mio fratello! Non una lettera, non una cartolina, niente! Non eri lì per me! Eri lontano! Non hai detto una parola quando sei arrivato! E quando ti ho baciato,". (¡Se trata de que por casi cinco años apenas supe de ti por mi hermano! ¡ni una carta, ni una postal nada! ¡no estuviste para mí! ¡Estabas lejos! ¡No dijiste una palabra cuando llegaste! ¡y cuando te busco estás en brazos de esa... Esa pelirroja! ¿Y ahora... ahora vienes aquí y esperas que te perdone? Marcello, ¿esperas que cinco años se olviden con un mísero baile?)

​La sorpresa en el rostro de Marcello fue evidente. La había conocido como una niña delicada, un capullo de flor que nadie más vio, pero nunca la había escuchado hablar italiano con tanta fluidez. Se había prometido a sí mismo ser digno de ella, y ahora, en la primera oportunidad que tenía, su torpeza y sus inseguridades habían arruinado todo.En ese instante, todas las piezas encajaron. La joven con la que la había visto era Áine, la hija de su vecino, una muchacha pelirroja que su madre insistía en presentarle. Su corazón se contrajo de dolor al ver el malentendido.

Rosalba continuó su reproche en un italiano perfecto.

​"Rosalba..." susurró Marcello, la voz llena de arrepentimiento, "Io... yo no sabía que stavi parlando italiano. Yo... solo quería decirte...".

​Rosalba se cruzó de brazos, sus ojos llenos de una mezcla de dolor y de orgullo. "¡No me digas nada! Me has ignorado por semanas. Y ahora... ahora me vienes a buscar. ¿Qué quieres de mí?, debiste haber traído a esa mujer, en vez de estar bailando con migo o esque acaso tu pensabas enamorarnos a las d...".

Marcello no lo pensó dos veces. Con el corazón desbordado, dio un paso al frente y la abrazó. La tomó por la cintura y, sin darle tiempo a reaccionar, la besó. Era un beso desesperado, lleno de la angustia de los años perdidos, de la distancia, de la incomprensión.

De pronto un sonido sordo resonó en el silencio del jardín. Rosalba se apartó de un golpe, Marcello su mejilla roja y sus ojos llenos de fuego y de lágrimas.

Marcello, sorprendentemente, se echó a reír. No era una risa de burla, sino de puro alivio. Al verla tan enojada, tan viva, tan suya, una inmensa felicidad lo invadió. "Rosalba..." dijo, sonriendo. "¡Non mi dispiace! Puedo vivir con un par de bofetadas de tu parte".

Rosalba se cruzó de brazos. " ¿cómo sigues diciendo eso? ¿eres tonto o que?¡No puedes estar conmigo! ¡No me quieres!".

"¡Sì, ti amo!" exclamó Marcello, su voz fuerte y clara. Sacó del bolsillo de su chaqueta una pequeña caja de madera. La abrió para revelar un hermoso anillo de plata. "Non c'è nessun altro. Áine es solo la hija de nuestro vecino. A mi madre le gustaría que nos ci impegneremmo, pero no me interesa. El día de mañana, en cuanto amanezca, le pondré un alto a todo esto."

Rosalba lo miró, su corazón latiendo con fuerza. Sus palabras, y la sinceridad en sus ojos, eran una promesa. Su enojo se disipó como el humo, Rosalba no dijo nada, simplemente lo miró con los ojos todavía vidriosos. La expresión en su rostro era una mezcla de asombro y de la esperanza que se atrevía a florecer después de tanto tiempo.

​Marcello, interpretando su silencio como una invitación a continuar, se arrodilló lentamente, con el anillo aún en la palma de su mano. "Sé que Niente salió como lo esperaba," comenzó, su voz más suave ahora. "Desde que su padre, el marqués, me corrió de la mansión, sentí que había perdido mi opportunità contigo. Pero en la academia, me di cuenta de que tenía un futuro. Un futuro che potrebbe ofrecerte."

​Miró a Rosalba, buscando en sus ojos una señal de que lo entendía. "La mia idea es convertirme en teniente y luego dare lezioni en el colegio para subir de jerarquía poco a poco, tal vez hasta ser el director. No te quiero por tanto tiempo, solo hasta que termine la escuela. Ya estoy ahorrando per una casa y una boda decente."

​Hizo una pausa, su voz llena de emoción. "Tal vez al inicio sea difícil," admitió, "Ma si me amas, no me importa. Si el marqués No me aceptes, si tengo que trabajar il doppio para ser el mejor, lo haré. Me convertiré en el hombre que mereces. Solo dime que me esperarás. Il mio cuore è solo tuyo, Rosalba.".

El corazón de Rosalba latía con fuerza. La sorpresa, la esperanza y la confusión la invadían. Estaba a punto de pronunciar la palabra que cambiaría su vida para siempre, cuando una voz se escuchó a sus espaldas.

"¡Rosalba! ¡Aquí estás! Te he estado buscando por todas partes".

Era Elaiza. Su voz era una mezcla de alivio y de preocupación. Rosalba y Marcello se separaron al instante. Marcello, con la rapidez de un soldado, se dio la vuelta y se cubrió la mejilla con una mano, evitando que Elaiza viera la marca de la bofetada.

Elaiza se acercó a ellos, su mirada evaluando la situación. Vio el rostro rojo de Rosalba, el de Marcello, y la tensión entre los dos. Supo al instante que algo había pasado.

"El marqués está molesto por tu ausencia," le dijo a Rosalba, con una voz baja y calmada. "Necesitamos irnos. Ahora".

Miró a Marcello con una intensidad que lo hizo sentir pequeño. "Joven, me alegra que hayas encontrado a Rosalba. Pero la honra de una señorita es como el cristal. Una vez que se rompe, no se puede reparar. No debe volver a ocurrir. Las damas nobles no se encuentran solas en los jardines de noche. Te lo ruego, sé prudente".

Marcello asintió, la vergüenza llenando su rostro. Guardó el anillo en su bolsillo, y miró de reojo a Rosalba, sus ojos pidiéndole perdón. Rosalba, sin decir una palabra, siguió a Elaiza de regreso al baile.