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¿Y Si Me Quedo?

¿Y Si Me Quedo?

Status: Terminada
Genre:Romance / Yaoi / Doctor / Maltrato Emocional / Atracción entre enemigos / Completas
Popularitas:372
Nilai: 5
nombre de autor: Raylla Mary

Thiago siempre fue lo opuesto a la perfección que sus padres exigían: tímido, demasiado sensible, roto por dentro. Hijo rechazado de dos renombrados médicos de Australia, creció a la sombra de la indiferencia, salvado únicamente por el amor incondicional de su hermano mayor, Theo. Fue gracias a él que, a los dieciocho años, Thiago consiguió su primer trabajo como técnico de enfermería en el hospital perteneciente a su familia, un detalle que él se esfuerza por ocultar.

Pero nada podría prepararlo para el impacto de conocer al doctor Dominic Vasconcellos. Frío, calculador y brillante, el neurocirujano de treinta años parece despreciar a Thiago desde la primera mirada, creyendo que no es más que otro chico intentando llamar la atención en los pasillos del hospital. Lo que Dominic no sabe es que Thiago es el hermano menor de su mejor amigo y heredero del propio hospital en el que trabajan.
Mientras Dominic intenta mantener la distancia, Thiago, con su sonrisa dulce y corazón herido, se acerca cada vez más.

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Capítulo 19

Cuando las Palabras Duelen

El consultorio era pequeño, acogedor. Una luz cálida llenaba el ambiente, y el olor a lavanda suavizaba la ansiedad que solía venir con ese tipo de lugar. Thiago se sentó en el sofá, las manos entrelazadas sobre el regazo. La psicóloga, doctora Mirela, sonrió con empatía.

—No tenemos que hablar sobre lo que no quieras, Thiago —. Su voz era baja, tranquila, pero firme—. Solo el hecho de estar aquí ya es un paso enorme.

Él asintió. Respiró hondo. Miró al suelo.

—Siempre pensé que no había salvación para mí —. La voz salió temblorosa, casi infantil—. Que... después de todo, lo mejor era solo... apagarme.

—¿Apagar el dolor? ¿O apagarte a ti mismo?

Silencio.

—Las dos cosas. Porque, a veces, parecen lo mismo.

Mirela no respondió de inmediato. Dejó que respirara. Que sintiera.

—Aprendiste a sobrevivir con culpa. Con miedo. Pero eso no es lo que mereces. Ni es todo lo que eres.

Thiago se mordió el labio, las lágrimas ya calientes en los ojos.

—Pero no sé ser otra cosa. No sé... existir sin pedir disculpas.

La psicóloga se inclinó hacia adelante, suave.

—Vamos a aprender eso juntos. A tu ritmo.

Él no respondió con palabras, pero los hombros dejaron de estar tan tensos. Era un comienzo.

Las semanas pasaron.

Lentamente. Pero pasaron.

Theo dividía los turnos entre el hospital y las visitas constantes a Thiago. Dominic seguía viviendo con él, cuidando de la rutina, garantizando que Thiago tuviera acompañamiento, horarios, comidas. Pero, más que eso, garantías.

Y con el tiempo, los gestos cambiaron.

No fueron besos. Aún no.

Pero fueron miradas más largas. Silencios más suaves. Risitas compartidas en medio del dolor. El tipo de cosa que solo nace cuando la confianza se vuelve tierra firme.

En una tarde lluviosa, Dominic preparaba té en la cocina, y Thiago apareció con una manta en los hombros, el cabello aún desordenado por la siesta.

—¿Vas a hacer chocolate caliente también?

Dominic sonrió, mirando por encima del hombro.

—Para ti, hago hasta café con brillantina.

Thiago rió, sincero. Por primera vez en mucho tiempo.

Y Dominic se detuvo. Solo para observar ese sonido.

—Me gusta cuando te ríes —dijo, bajo.

Thiago se sonrojó.

—Me gusta... cuando te quedas. Incluso cuando soy difícil.

Dominic se acercó. No tocó. Pero se quedó cerca.

—No estoy aquí porque necesites de mí. Estoy aquí porque quiero estar. Porque eres más que tu pasado, Thiago. Y te veo. Cada día un poco más.

Thiago bajó los ojos. Pero no retrocedió.

Esa misma noche, Theo y Dominic se sentaron en el balcón del apartamento, cada uno con una taza en la mano, viendo la lluvia caer.

—Gracias por cuidarlo —dijo Theo, después de mucho silencio—. Incluso cuando yo... no pude.

Dominic miró al cielo nublado.

—Nunca dejaste de cuidar. Pero también eres humano, Theo. Y nadie te preparó para amar a alguien que carga tanto dolor.

Theo suspiró, tenso.

—Solo tengo miedo de no ser suficiente. Como hermano. Como médico. Como alguien que debería impedir que sufra.

—A veces —dijo Dominic, volviéndose hacia él—, todo lo que alguien necesita es saber que tiene dónde volver. Y tú siempre fuiste ese lugar para él.

Theo asintió, con los ojos llorosos.

—¿Y tú, Dominic? ¿Estás preparado para todo esto?

Dominic respiró hondo.

—No sé si alguien lo está. Pero… estoy dispuesto. Porque él merece a alguien que se quede incluso cuando no pueda mantenerse en pie.

Y allí, bajo la lluvia fina, dos hombres se entendieron. No como rivales. Sino como dos corazones que amaban al mismo chico, cada uno a su manera.

Thiago dormía en el cuarto, tranquilo. Por primera vez, sin esconderse bajo la manta. La foto antigua de los tres, enmarcada sobre la mesita de noche, era el recordatorio de que el amor, incluso roto, aún podía pegar los pedazos de vuelta.

Y allí, en esa noche, todos aprendieron que a veces el miedo a mejorar… es solo el miedo a volver a sentir. Y que sentir, incluso doliendo, es el camino de vuelta a casa.

El día llegó con olor a tierra mojada. La ciudad allá afuera seguía con su prisa, pero el apartamento de Dominic era un refugio. Un lugar donde las manecillas del reloj parecían desacelerar para que Thiago respirara con menos dolor.

Después de la sesión, se quedó más callado de lo normal.

Sentado en el sofá, abrazado a un cojín, Thiago observaba el movimiento de las gotas de lluvia en la ventana. Dominic lo veía desde lejos, mientras lavaba los platos de la cena: arroz, pollo a la plancha y verduras, todo ligero, saludable. Pero Thiago apenas había tocado la comida.

—¿Fue demasiado hoy? —preguntó Dominic, secándose las manos en un paño.

Thiago tardó en responder. Y cuando lo hizo, fue con un suspiro.

—Fue necesario.

Dominic se sentó a su lado en el sofá, respetando la distancia que Thiago aún mantenía. Pero aun así, era una proximidad cargada de cuidado.

—Hablar sobre todo aquello… parece que desgarra —dijo Thiago, la voz baja—. Como si estuviera traicionando a mí mismo por contar.

—Porque te acostumbraste a esconder. Y ahora, salir de la cueva es doloroso.

—¿Y si no lo consigo? ¿Y si nunca es suficiente?

Dominic lo miró con una calma que no se enseñaba en la facultad.

—Entonces te recuerdo todos los días que lo eres. Hasta que tú mismo lo creas.

Thiago desvió la mirada, los ojos húmedos.

—A veces creo que te vas a cansar. Que vas a darte cuenta de que soy mucho trabajo para poca cosa.

—No digas eso —. La voz de Dominic cortó el aire, suave, pero firme—. No eres trabajo. Eres alguien. Alguien que está intentando. Y eso… lo es todo.

Thiago asintió despacio, sin poder contener las lágrimas. Dominic no dijo nada más. Apenas extendió el brazo, ofreciendo un refugio silencioso.

Y Thiago, por primera vez, aceptó.

Apoyó la cabeza en su hombro.

Y allí, los dos se quedaron.

Sin besos. Sin promesas.

Apenas dos cuerpos cansados, dividiendo el peso de continuar.

Más tarde, cuando Theo llegó del turno, encontró a los dos en el sofá. Dominic aún despierto, pasando los dedos distraídamente por el cabello de Thiago, que dormía.

Theo se detuvo en la puerta de la sala. Observó. Después sonrió, débil, aliviado.

Dominic levantó los ojos y susurró:

—Se durmió después de llorar. Pero fue un llanto… leve. Como si estuviera finalmente limpiando algo.

Theo asintió, caminando despacio hasta el sofá.

—Gracias por estar con él.

Dominic esbozó una sonrisa corta.

—Yo también lo necesito a él, Theo. Solo que de otra manera.

Theo se pasó la mano por el rostro, cansado.

—Y tú también puedes contar conmigo. No solo por él, sino por ti. Nadie soporta el mundo solo.

Dominic lo miró. Por primera vez, sin armadura.

—Eso sirve para ti también.

Y en aquel momento, no eran dos hombres disputándose el dolor de Thiago. Eran dos hermanos de alma, cuidando de un corazón roto… y, quién sabe, intentando arreglar los propios también.

En el cuarto, más tarde, Dominic acomodó a Thiago en la cama con cuidado. Lo cubrió hasta los hombros. Y cuando se giró para salir, la mano de Thiago sujetó la suya.

—¿Te quedas solo un poco más? —murmuró, los ojos aún pesados de sueño.

Dominic se sentó en el suelo, apoyado en la cama, las manos entrelazadas a las de él.

—El tiempo que quieras.

Y allí, en la oscuridad, el silencio ya no era vacío. Era refugio.

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