En el corazón del Bosque de Dragonwolf, donde dos clanes milenarios han pactado la paz a través del matrimonio, nace una historia que nadie esperaba.
Draco, el orgulloso y temido hijo del clan dragón, debe casarse con la misteriosa heredera Omega del clan lobo y tener un heredero. Louve, un joven de mirada salvaje, orejas puntiagudas y una cola tan inquieta como su espíritu, también huye del destino que le han impuesto.
Sin saber quiénes son realmente, se encuentran por casualidad en una cascada escondida... y lo que debería ser solo un escape se convierte en una conexión inesperada. Draco se siente atraído por ese chico libre, borrachito de licor y risueño, sin imaginar que es su futuro esposo.
¿Podrá el amor florecer entre dos enemigos destinados a casarse sin saber que ya se han encontrado... y que el mayor secreto aún está por revelarse?
Una historia de miradas tímidas, corazones confundidos y un embarazo no deseado.
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Mi Draco herido.
Yo no recuerdo en qué momento dejé de tener miedo de los dragones.
Tal vez fue el día que Draco me besó por primera vez.
Tal vez fue la primera vez que me dijo lobito testarudo con esa voz ronca y cansada de pelear conmigo.
Pero hoy…
Hoy sí sentí miedo.
No de ellos.
Sino de perderlo.
Lo vi luchar con desesperacion.
Vi su espalda… dioses… su espalda destrozada, quemada, marcada por las garras y el fuego que aguantó por protegerme.
Por cubrirme con sus alas.
Por salvarme a mí.
Luego de que su prima se fue volando el no pudo aguantar más la fachada de hombre fuerte. Se desplomó en la roca y calló inconsciente. Nunca lo había visto tornarse blanco con dorado. Parece que su núcleo de energía se agotó y su vida estaba en riesgo.
Y cuando su cuerpo enorme se desplomó contra la piedra, desnudo, agotado, roto…
Algo dentro de mí se partió.
—No… no, Draco… —mi voz salió quebrada, con un temblor que jamás había sentido.
Me acerqué a él.
Mis piernas temblaban.
Mis manos no sabían si tocarlo o no… si podía siquiera moverlo sin hacerle más daño.
—Mírame… por favor… despierta, grandísimo idiota —susurré contra su frente sudada, apartando mechones de su cabello revuelto—. No puedes dejarme solo… no tú… no después de todo lo que me has hecho sentir.
Su piel ardía.
Su respiración era pesada, pero seguía ahí.
Y eso… eso me dio un poco de esperanza.
Pero no era suficiente.
No con su espalda así.
No con su cuerpo tiritando entre mis brazos.
Y no sé en qué momento lo hice…
No sé en qué momento el lobo dentro de mí se apoderó de mi garganta.
Aullé.
Aullé con cada parte de mi alma.
Un lamento que dolía.
Que buscaba.
Que rogaba.
Que llamaba…
A ella.
A mi madre.
Muy lejos… en el corazón del bosque… sé que mi madre levantó la cabeza.
Sé que lo escuchó.
Sé que su loba gris, esa mujer fuerte que siempre me enseñó a ser orgulloso, se detuvo. Su dondella la miro preocupada.
Y lo supieron.
—Mi hijo… —susurró mamá—. Me necesita.
Sus ojos brillaron como los de una loba salvaje.
Se calzaron una mochila con hierbas, tónicos, vendas… y sin dudarlo un segundo, ambas se transformaron.
Dos lobas enormes, hermosas, grises como la niebla de la montaña.
Y corrieron.
Corrieron por mí.
Por su cachorro.
Por su hijo omega que acababa de gritar por su madre como cuando era niño.
Yo… yo estaba agachado junto a Draco cuando sentí sus pasos acercarse entre la maleza.
—Mamá… —dije apenas, con la voz rota.
Salí detrás de la cortina de agua de la cascada a donde lo había llevado con cuidado.
Ella me miró.
Me vio desnudo.
Me vio con las lágrimas corriéndome por el rostro.
Lo vi respirar… pero era tan débil, tan lento, que me dolía más que cualquier herida propia.
Mi madre llegó como un suspiro del bosque… como un aullido que había sido escuchado.
La vi salir de entre los árboles junto a su doncella, ambas ya en su forma humana, con ropas ligeras, el cabello aún alborotado por la carrera frenética que habían hecho al escuchar mi llamado.
Y luego… lo vio a él.
A mi dragón.
A mi esposo. Acostado de lado.
A nuestro enemigo natural… tirado, con la espalda hecha pedazos por protegerme.
Su mirada de loba cambió.
No dijo nada.
Solo se acercó despacio.
Su doncella detrás.
Yo me aparté un poco, dejando que ella hiciera lo que mejor sabía hacer.
Salvar vidas.
Salvar la mía… Incontables veces y ahora, sin saber cómo… salvar también la de Draco.
—Tranquilo, hijito —me dijo con esa voz que siempre me calmaba—. Mamá está aquí… y no lo voy a dejar morir.
Porque aunque fuera un dragón.
Aunque fuera mi esposo.
Aunque fuera un idiota.
Era mío.
Y yo no iba a perderlo. Ella no dejaría que eso suceda.
Sus ojos, siempre sabios… siempre fuertes… se suavizaron apenas me vieron.
Y cuando miraron a Dracon, ahí… tendido, desnudo, con la espalda destruida y el cuerpo inmóvil…
—Por todos los ancestros… —susurra mi madre, estremecida al estar junto a él.
La doncella me lanzó un abrigo largo, y otro a mí madre para cubrir a Draco.
Me vestí rápido… temblando. No por frío.
Sino por él.
Por mi bestia.
Por mi dragón herido.
Me arrodillé junto a él, y lo cubrímos como pudimos sin lastimarlo… Me dió una manta gruesa para ponerla bajo su cabeza, ya no estuvo completamente expuesto. Yo conocía su orgullo. Su dignidad.
Incluso así… roto y desmayado, seguía siendo mío.
Mi madre se agachó junto a nosotros, tocando su cuello, su muñeca, el centro de su pecho.
—Su pulso es lento… muy lento, hijo —me dijo con gravedad, mientras comenzaba a preparar sus hierbas y tónicos—¿Porque cambio de color sus escamas?
—No lo sé, mamá. Nos perseguían mientras volamos. Tal vez esta es su verdadera apariencia cuando está al límite.
— Hasta le salieron los cuernos. ¿Porque tiene ese color dorado mezclado con sus escamas blancas?
—No lo sé. Es mi culpa. Todo es mi maldita culpa.
—No te preocupes bebé. Tu esposo estará bien con mucho cuidado. Él es muy fuerte y no te dejará solo.
Yo asentí, mordiéndome el labio.
Cuando vertió la primera medicina sobre su espalda abierta… Draco gimió. Bajo. Quebrado. Doloroso.
—Tranquilo, bestia terca… estoy aquí… —le susurré, acariciando su cabello blanco.
Mi madre me miró… esos ojos de loba vieja que había visto demasiadas guerras.
—Por los cielos...
—¿Que pasa madre?
—No está sicatrizando como normalmente debería. Estás yerbas y medicinas son muy fuertes. Pero no veo reacción del tejido.
—¿Qué?
—Tal vez... no se salve, Louve…
Sentí que el mundo se me partía en dos.
—No… —negué en seco, con la garganta cerrada—. No puede… él… él me salvó, mamá.
Ella me miró fijo.
—¿Qué pasó, hijo mío realmente?
Y entonces se lo conté todo.
Las patrullas enemigas. Los dragones centinelas del clan de los Volvanes. Cómo nos interceptaron en el aire. Cómo Draco pudo haber huido… haberme soltado… pero no lo hizo.
Cómo usó su cuerpo enorme y sus alas para cubrirme. Cambio por mi culpa. Usó su maná para proteger.
Cómo rugió, peleó y ardió solo por protegerme.
Mi madre suspiró, apretando los labios.
—Tonto dragón orgulloso… —murmura—gracias por salvar a mi hijo.
Sus manos siguieron trabajando, untando ungüentos, colocando hojas medicinales calientes sobre las quemaduras, protegiendo cada rincón lastimado mientras en el cielo se libraba una batalla.
—Ahora solo le queda aferrarse —dijo, mirándome de reojo—. La energía del bosque lo ayudará… pero su voluntad de vivir… su amor por ti, Louve… eso será lo que realmente lo mantenga con vida.
Mis ojos se llenaron de lágrimas que no pude detener.
Miré su rostro fuerte… ese ceño que ni el dolor lograba borrar.
Y me incliné sobre sus labios.
—Escúchame, Draco… no te atrevas a dejarme solo. No ahora que por fin te quiero tanto que duele respirar sin ti.
Y ahí me quedé…
A su lado.
Como el lobo que cuida a su dragón.
Como el corazón que late solo por él.
Como su omega… que jamás iba a rendirse.
Media hora despues, el silencio de la cascada me envolvía… solo roto por el sonido del agua cayendo y el débil respirar de Draco.
Mi madre se había ido un momento… necesitaba buscar más hierbas, más medicina… cualquier cosa que le diera una oportunidad más. Su doncella la siguió.
Me quedé solo con él.
Mi dragón.
Mi esposo.
Mi cabeza dura.
Lo miré ahí… tan grande… tan fuerte… pero tan vulnerable que se me apretaba el corazón.
Me levanté con cuidado… caminé descalzo hasta la caída del agua… junté en mis manos todo lo que pude… agua fresca y limpia… y regresé a él.
Me arrodillé a su lado.
—Vamos, Draco… —susurré con la voz quebrada—. No me hagas esto…
Acercando mis manos a su boca, dejé caer el agua poco a poco, vi cómo sus labios, inconscientes, bebían apenas… como si su cuerpo aún luchara.
—Así está bien, mi bestia tonta… sigue tomando…
Volví a ir por más agua… volví a traerla con mis manos… una y otra vez…
Hasta que mis dedos temblaron.
Hasta que mis ojos se llenaron de lágrimas que no pude contener.
Me incliné hasta quedar cerca de su oído… su frente ardía… su cuerpo quemaba como si todo el fuego de su linaje peleara dentro de él.
—No me dejes, Draco… —susurré, tan bajito que parecía una oración—. No me dejes solo, tonto dragón…
Mis labios rozaron su frente sudada.
—¿Cómo voy a criar yo solo a este bebé que llevo dentro de mí, eh? —reí amargamente entre lágrimas—. ¿Cómo voy a soportar que no estés para verlo nacer… para verlo crecer… para que lo cargues en tus alas y le cuentes tus historias locas?
Mi garganta se apretó.
—Tienes que estar aquí… tienes que pelear… porque no solo eres el heredero de los cielos, Draco…
Lo miré, tan hermoso aún en su fragilidad…
—También eres el dueño de este corazón idiota que no te sabe dejar de amar.
Mi mano tembló sobre su mejilla.
—Así que… quédate conmigo… pelea conmigo… quédate para nosotros.
Sus labios se movieron apenas.
Un susurro… un murmullo tan débil que casi lo creí soñar.
—…Lou…ve…
Mis ojos se abrieron grandes.
—Aquí estoy, amor… aquí estoy. No voy a ningún lado—le prometí con el alma rota.
Y sin importarme nada más…
q esperabas