Soy Bárbara Pantoja, cirujana ortopédica y amante de la tranquilidad. Todo iba bien hasta que Dominic Sanz, el cirujano cardiovascular más egocéntrico y ruidoso, llegó a mi vida. No solo tengo que soportarlo en el hospital, donde chocamos constantemente, sino también en mi edificio, porque decidió mudarse al apartamento de al lado.
Entre sus fiestas ruidosas, su adicción al café y su descarado coqueteo, me vuelve loca... y no de la forma que quisiera admitir. Pero cuando el destino nos obliga a colaborar en casos médicos, la línea entre el odio y el deseo comienza a desdibujarse.
¿Puedo seguir odiándolo cuando Dominic empieza a reparar las grietas que ni siquiera sabía que tenía? ¿O será él quien termine destrozando mi corazón?
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Oh doctor enamorado.
El día en el hospital comenzó de forma rutinaria, pero desde temprano, Bárbara notó la atmósfera diferente. Dominic había comenzado a frecuentar más su área de trabajo, como si no pudiera dejarla sola ni un momento. Su presencia, que en otras circunstancias podría haberle incomodado, ahora tenía algo intrigante y cómodo, algo que no lograba explicar.
Desde que comenzaron a coquetear en sus días libres, las interacciones entre ellos durante el trabajo se habían vuelto más complicadas. A menudo se cruzaban en los pasillos y se intercambiaban miradas rápidas, cargadas de promesas no dichas. A veces, se quedaban frente a un escritorio o cerca de una estación de enfermería, dejando escapar bromas mientras revisaban expedientes. Pero siempre, de alguna manera, los dos parecían centrarse en su trabajo. Al final, lo que más los unía en ese espacio era la profesionalidad.
Bárbara estaba revisando los informes de la mañana cuando la puerta de su oficina se abrió sin previo aviso. Era Dominic, como siempre, con su típico aire relajado pero algo intenso. Tenía el cabello despeinado y una pequeña sonrisa que parecía invitar a algo más que una conversación casual.
—¿A qué se debe esta visita sorpresiva? —pregunta ella, sin dejar de mirar los papeles frente a ella.
—Solo vine a comprobar si estabas trabajando lo suficientemente duro —responde él con tono burlón, acercándose al escritorio. Se apoyó en la mesa, cruzando los brazos, y su mirada se desvió brevemente hacia el monitor.
—¿Puedo echar un vistazo a tus expedientes?—pregunta con una sonrisa socarrona, sabiendo que eso la haría sentir incómoda y obligada a reorganizar sus cosas.
Bárbara suspira, pero con una media sonrisa, no lo rechaza. A veces, disfrutaba de cómo conseguía interrumpir su concentración.
—No molestes, por favor. Estoy casi terminando —dijo, pero el sonido del intercomunicador de la sala de emergencias interrumpió su intento de seguir trabajando en silencio.
La voz de una enfermera, por el teléfono, algo preocupada, se escuchó en el altavoz:
—Urgente. Paciente de trauma entrado por accidente de tráfico. Está en estado crítico, con múltiples fracturas en las extremidades y heridas internas graves. Necesitamos su ayuda, doctora.
Bárbara levantó la mirada hacia Dominic, quien ya había dado un paso atrás y se estaba ajustando la bata, listo para actuar.
—Vamos —dijo él, sin perder tiempo.
Se dirigieron rápidamente a la sala de emergencias. Mientras caminaban, Dominic le dio un vistazo a Bárbara, dándose cuenta de que ella también estaba preparándose para entrar en acción. Sus ojos se encontraron por un instante, y en ese breve segundo, él no pudo evitar una sonrisa, como si compartieran algo que solo ellos entendían en medio de la tormenta que se desataba en el hospital.
Al llegar, el equipo ya estaba preparando al paciente. Un hombre de mediana edad, pálido y con el rostro contorsionado por el dolor. Su pierna derecha estaba claramente fracturada, y las heridas en su torso eran visibles, sangrando profusamente.
—Fracturas múltiples en ambas piernas —dijo una de las enfermeras mientras le preparaba el acceso intravenoso al paciente.
Dominic se adelantó, tomando el mando de la situación. Sin decir una palabra, comenzó a revisar los monitores. Bárbara se quedó a su lado, observando cómo él tomaba las decisiones rápidamente. No estaba sorprendida; sabía que su profesionalismo era impecable. Aun así, el comportamiento de Dominic siempre tenía algo diferente cuando trabajaba. Se podía notar la forma en que su concentración aumentaba, como si todo su ser se sumiera en la situación.
—Vamos a tener que operar pronto —comenta Dominic, levantando la vista hacia Bárbara. Sabía que ella estaba esperando a que él dijera algo más. Pero lo que él no esperaba era la certeza en sus ojos. Bárbara no dudaba, no vacilaba.
—Lo sé. Estoy lista —respondió ella sin titubear.
La operación comenzó con rapidez. Dominic y Bárbara trabajaron como una máquina bien aceitada. Bárbara, aunque no estaba directamente a cargo de la cirugía, estaba presente en todo momento, sosteniendo herramientas y ayudando a estabilizar al paciente. En ocasiones, él le lanzaba miradas rápidas, casi como si quisiera verificar si todo estaba en orden con ella. Había algo reconfortante en esa conexión silenciosa que compartían en medio del caos.
El equipo de cirugía trabajaba a un ritmo frenético, y en esos momentos, Bárbara podía ver cuán determinado estaba Dominic. Su rostro, normalmente relajado y carismático, ahora estaba serio, su mandíbula apretada mientras dirigía con precisión la operación.
—Parece que tiene fracturas expuestas —dijo Bárbara mientras veía los monitores. Ella estaba completamente enfocada en su trabajo, pero su mente seguía registrando cada gesto de Dominic.
—Es grave, pero se puede hacer —respondió Dominic mientras ajustaba la presión para detener el sangrado.
A medida que avanzaban en la operación, Bárbara sintió una presión en el pecho. No era miedo, sino la ansiedad de estar tan cerca de Dominic, de sentir esa tensión que se había vuelto palpable entre ellos. De alguna manera, al estar tan cerca en situaciones de alto riesgo como esta, todo lo demás se desvanecía. No había espacio para dudas, solo para el trabajo.
Finalmente, después de varias horas, la cirugía llegó a su fin. El paciente estaba estable, y aunque aún quedaba mucho por hacer en su recuperación, el peligro inmediato había pasado.
Dominic se dejó caer en una silla junto a la mesa de operaciones, exhalando con cansancio. Bárbara, sin embargo, se mantuvo en pie, limpiando sus manos. Al mirarlo, vio que su expresión era una mezcla de agotamiento y satisfacción, como si finalmente pudiera relajarse después de una batalla ganada.
—Lo hicimos —dijo él, sonriendo mientras se pasaba una mano por el rostro, como si intentara borrar el cansancio.
Bárbara asintió, aunque su rostro permaneció serio.
—Sí, lo hicimos.
La enfermera se acercó a ellos con una carpeta en la mano, dándoles el reporte final del estado del paciente. Mientras Dominic se ocupaba de los últimos detalles, Bárbara observó por un momento su comportamiento. Había algo que lo hacía destacar no solo como un médico talentoso, sino también como una persona profunda, llena de capas que aún no había logrado entender completamente.
Cuando todo terminó, ambos salieron de la sala de operaciones y se dirigieron al vestíbulo del hospital, llenaron algunas formas y sonrieron al verse. Los dos se sentaron en una banca, exhaustos pero con una sensación de logro.
—¿Todo bien? —preguntó Dominic, mirando a Bárbara con una expresión suave.
—Sí —respondió ella, y por un momento, se permitió sonreír. Era una sonrisa tranquila, una que venía de haber pasado por algo intenso, algo que los había unido aún más, aunque ninguno de los dos dijera una palabra al respecto.
—¿Un capuchino? —pregunta Dominic, alzándose de la banca.
—Sí —respondió ella, levantándose también. Y mientras salían juntos del hospital, hacia la cafetería de enfrente, Bárbara no pudo evitar pensar en lo cerca que había estado de perderse en ese torbellino emocional con él.
El día había terminado, pero sabía que su relación con Dominic apenas comenzaba a escribir su historia.
Después de la intensa jornada, los dos médicos se dieron un respiro al final del turno. El hospital seguía su curso, pero para Dominic, el peso de la última cirugía no desaparecía. Aunque el paciente había sido estabilizado durante la operación, algo en su condición empeoró durante la noche. En un giro devastador, el hombre sufrió una parada cardíaca inesperada y, a pesar de los esfuerzos por reanimarlo, perdió la vida.
Dominic no podía sacudirse el sentimiento de fracaso. A pesar de todo lo que había hecho, de todo el esfuerzo y las horas dedicadas, el resultado final era el mismo. El paciente había muerto, y él no podía evitar culparse por ello. La habitación del hospital en la que se encontraba, un consultorio pequeño y lleno de papeles y expedientes, se sentía opresiva. Dominic se dejó caer en la silla frente a su escritorio, con la cabeza entre las manos.
El silencio que lo rodeaba se sentía pesado, como si el aire estuviera impregnado de la tragedia de la noche. El cansancio físico ya no importaba; lo que lo consumía era la sensación de impotencia. Se había entregado completamente a la cirugía, pero eso no había sido suficiente para salvar al paciente. ¿Qué más podía haber hecho? ¿Qué había fallado?
Mientras tanto, Bárbara había terminado su turno en la sala de emergencias y, al ver que no había señales de Dominic en su área, decidió buscarlo. Estaba preocupada por él. Había notado su comportamiento serio durante la operación, y ahora, al no verlo en su oficina, intuía que algo no estaba bien. Había algo en Dominic que la hacía sentir que no podía dejarlo solo en momentos como este.
Al llegar a su consultorio, encontró la puerta entreabierta. Sin pensarlo, la empujó suavemente y entró. Dominic estaba allí, inmóvil, su mirada perdida en la oscuridad de la habitación, rodeado de papeles y equipos médicos. El aire denso de la habitación parecía reflejar la carga emocional que él llevaba consigo.
—Dominic… —dijo ella suavemente, casi en un susurro, al ver la expresión devastada en su rostro.
Él levantó la cabeza lentamente, sus ojos cansados y llenos de culpa. No dijo nada al principio, simplemente miró hacia la puerta, como si no estuviera seguro de que ella realmente estuviera allí.
—¿Te sientes bien? —preguntó Bárbara con preocupación, acercándose lentamente a su lado. Sin embargo, Dominic se mantuvo en silencio.
Bárbara se arrodilló frente a él, viendo cómo la lucha interna se reflejaba en su rostro. Sabía que él no era de los que se dejaban ver vulnerables, y menos en un momento así. Dominic no era un hombre que mostrara debilidad fácilmente, pero esa noche parecía estar completamente derrotado.
—Perdí a un paciente hoy —dijo finalmente, su voz rasposa, como si le costara articular las palabras. El dolor en su tono era palpable, y Bárbara pudo sentir cómo ese peso lo aplastaba.
Bárbara no dijo nada de inmediato. En lugar de eso, se quedó allí, en silencio, observando cómo él procesaba sus sentimientos. Sabía que no podía dar respuestas fáciles, no podía ofrecer consuelo sin más. Esta era una situación que no se resolvía con palabras simples.
Se acercó más y, con suavidad, colocó su mano sobre su hombro, un gesto que ofrecía más apoyo que palabras. Dominic no se movió, pero la sensación de su toque parecía aliviar un poco la tensión en su cuerpo. Bárbara lo observó en silencio por unos momentos, sabiendo que, a veces, solo estar presente era lo que más necesitaba.
—Lo intentaste todo, Dominic. Todo lo que pudiste. A veces, no importa cuánto nos esforcemos, las cosas simplemente no salen como queremos. —Bárbara dijo estas palabras sin pensarlas demasiado, sabiendo que no había mucho que se pudiera decir en ese momento.
Él levantó la mirada, sus ojos aún oscuros, pero algo más suave en su expresión. Por un breve instante, sus ojos se encontraron y, aunque no había respuestas fáciles, Bárbara supo que él entendía lo que ella quería transmitir. Sabía lo que significaba para él esa derrota. Sabía lo que significaba para él perder a un paciente, más allá de la ciencia y las probabilidades. No era solo una cuestión de técnica; era una cuestión emocional, humana.
Dominic dejó escapar un suspiro profundo y cerró los ojos, como si quisiera liberarse de esa carga emocional que llevaba consigo. Después, se giró un poco en su silla para mirarla completamente, y por primera vez desde que había entrado en el consultorio, se permitió mostrar su vulnerabilidad.
—Gracias, Bárbara. —La voz de Dominic sonó suave, casi un susurro, como si las palabras le costaran más de lo habitual. No era algo que él dijera con frecuencia, pero en ese momento, sentía que necesitaba expresarlo.
/Shy/