María, una niña que no se sentía feliz con su vida, experimentó un cambio radical al salvar a su amiguita. Su vida dio un giro inesperado, dejándola atrás para convertirse en una intrépida aventurera. En su nuevo camino, conoció a amigos que la apoyaron y enemigos que le pusieron obstáculos. Su querido maestro también jugó un papel importante en su transformación. ¿Podrá Shiner alcanzar sus metas en esta nueva vida llena de desafíos?
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El destino despiadado
Shiner se dirigió a casa, exhausta tras un largo día. Solo pensaba en la cama y en la promesa de un sueño reparador que duraría todo el día. Sin embargo, justo cuando se disponía a cruzar el umbral de su hogar, Ren la detuvo con un gesto firme.
—Shiner, hoy vamos a la biblioteca de la mansión. Tenemos que estudiar.
Shiner intentó protestar, su cuerpo clamaba por descanso, pero las palabras se le atascaron en la garganta. Ren no daba tregua, su determinación era inquebrantable. Con un suspiro resignado, Shiner aceptó a regañadientes.
Al llegar a la biblioteca, Shiner se quedó boquiabierta. Era un espacio inmenso, con estanterías que se elevaban hasta el techo, llenas de libros encuadernados en cuero y papel envejecido. El aroma a tinta y papel viejo inundó sus sentidos, despertando una sensación de asombro y curiosidad.
Ren, con un gesto casi imperceptible, la condujo a una mesa amplia y robusta, cubierta de libros antiguos.
—Estaré ocupado con unos documentos, Shiner. Te quedas aquí y estudias todo esto. Empieza de una vez para que puedas acabar.
—Sí, claro, maestro —respondió Shiner, con un tono de voz que denotaba un ligero resentimiento.
Ren se marchó, dejando a Shiner sola en medio de la biblioteca. Sin embargo, la joven no se sintió abatida. La tentación de los libros era demasiado fuerte. Con un entusiasmo renovado, Shiner se sumergió en la lectura. Empezó por un libro de historia, sus páginas llenas de relatos de batallas y conquistas, de reyes y reinas, de épocas pasadas que cobraban vida bajo sus ojos. En un abrir y cerrar de ojos, diez minutos se esfumaron, y la historia del libro quedó grabada en su mente.
Con la misma pasión, Shiner continuó leyendo, pasando de un libro a otro, absorbiendo conocimientos con avidez. La biblioteca se convirtió en su refugio, en un mundo mágico donde el tiempo se detenía y las palabras cobraban vida.
Shiner se recostó en la silla, con una sonrisa de satisfacción. La lectura había sido un bálsamo para su alma, un viaje a través de mundos imaginarios y conocimientos fascinantes. Sin embargo, la realidad la golpeó con fuerza cuando se dio cuenta de que había devorado todos los libros que Ren le había asignado. Con un suspiro, se levantó y se dirigió a una de las imponentes estanterías de la biblioteca. Su mirada recorrió los lomos de los libros, buscando uno que la cautivara y le permitiera seguir sumergida en el mundo de las letras. Su elección recayó en un volumen encuadernado en cuero negro, con letras doradas que anunciaban su título: "La Historia del Mundo Maravilloso".
Intrigada, Shiner intentó alcanzar el libro, pero su altura no le permitía llegar a la parte superior de la estantería. Se estiró con todas sus fuerzas, poniéndose de puntillas, pero el libro seguía fuera de su alcance. Estaba tan concentrada en su objetivo que no se percató de que estaba perdiendo el equilibrio. De pronto, sintió que sus pies se iban hacia atrás y un escalofrío de miedo recorrió su cuerpo. Justo antes de que su cabeza se estrellara contra el suelo, una mano fuerte la sujetó por la cintura, evitando una caída que podría haber sido desastrosa.
—Deberías tener más cuidado, Shiner —dijo una voz familiar, con un ligero tono de reproche. Era Yen, quien con una sonrisa pícara, la observaba con diversión. —Y ¿no se supone que estás estudiando?
—Sí, pero ya terminé de leer todos los libros que me dio Ren —respondió Shiner, con un dejo de orgullo en su voz.
—Segura... ¿crees que estás lista? Te voy a hacer unas preguntas para comprobarlo —dijo Yen, con un brillo de picardía en sus ojos.
—Sí, estoy súper segura —aseguró Shiner, con una confianza que no estaba del todo justificada.
—Entonces vamos —dijo Yen, con un gesto de desafío.
Yen se dirigió a la mesa y, con una fluidez asombrosa, comenzó a escribir una serie de preguntas en un pergamino.
—Ok, ¿cuál fue el primer rey de Atheria? —preguntó Yen, con una sonrisa de satisfacción.
—Fue Cassyan Cyrus —respondió Shiner, sin dudar.
—Sí, está bien. ¿Cuál es el primer conjuro que existió? —preguntó Yen, con un toque de curiosidad.
—El primer conjuro que existió fue "Lumis", que crea una pequeña bola de luz que ilumina un área ilimitada —respondió Shiner, con un brillo de conocimiento en sus ojos.
—Woo, Shiner, si estás lista en el área de historia —dijo Yen, con un tono de admiración.
—Bueno, Shiner, deberías seguir estudiando para que apruebes el examen escrito —dijo Yen, con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas. Su expresión seguía siendo seria, como siempre, pero Shiner detectó un atisbo de preocupación en sus ojos.
—Claro, Yen, gracias —respondió Shiner, con un tono de voz que denotaba un ligero nerviosismo.
—Bueno, ya me debo ir. Adiós —dijo Yen, con un gesto de despedida que se asemejaba más a una inclinación de cabeza que a un saludo amistoso.
—Adiós —respondió Shiner, con un suspiro de resignación.
Shiner se quedó mirando la puerta por la que Yen se había marchado. Siempre la había visto serio, con una expresión que parecía esculpida en piedra, sin una sola sonrisa que rompiera la rigidez de su rostro. Su voz, siempre baja y monocorde, le daba un aire de misterio y le impedía descifrar sus pensamientos. A pesar de eso, Shiner sentía una profunda admiración por Yen. Él siempre había sido un apoyo incondicional, una figura constante en su vida, a pesar de su aparente frialdad. Shiner anhelaba verlo sonreír, pero sabía que él era así, y que su apoyo no tenía nada que ver con la alegría o la simpatía.
Con un suspiro, Shiner decidió dejar de pensar tanto en Yen y concentrarse en sus estudios. Sus ojos recorrieron las estanterías, buscando un libro que le permitiera continuar con su aprendizaje. Su mirada se detuvo en un volumen encuadernado en cuero marrón, con un título que la intrigó: "Ejercicios Físicos de Conjuro". Con una sonrisa de curiosidad, Shiner lo tomó y lo abrió.
Las primeras páginas la sorprendieron. No eran textos de o explicaciones de conjuros, sino una serie de diagramas y figuras que mostraban secuencias de movimientos y posturas. Shiner nunca había visto nada parecido. ¿Acaso la magia no se basaba solo en palabras y gestos? ¿Podía la fuerza física jugar un papel en el dominio de la magia?
Shiner se esforzó por descifrar los ejercicios, pero las respuestas se le escapaban como arena entre sus dedos. Frustración y desesperación se apoderaron de ella. ¿Acaso no había estudiado lo suficiente? ¿Era acaso incapaz de comprender los principios básicos de la magia?
Un nudo de angustia se formó en su estómago. El examen se acercaba y ella no se sentía preparada. La idea de fracasar la aterraba. Con un suspiro de resignación, se dispuso a abandonar la lucha. Pero justo cuando se preparaba para rendirse, su mirada se posó sobre el pergamino donde Yen había escrito las preguntas.
Algo extraño llamó su atención. Las respuestas, escritas con una caligrafía elegante y precisa, parecían familiares. Era como si ella misma las hubiera escrito, pero sin haberlas escrito. Un escalofrío recorrió su cuerpo. ¿Cómo era posible?
De pronto, un recuerdo fugaz, como un relámpago en la oscuridad, la iluminó. El ojo de Dios. La habilidad que le había otorgado el ojo de Dios. La capacidad de acceder a un conocimiento infinito, de recordar lo que nunca había aprendido.
Un alivio profundo la invadió. No era que no estuviera preparada, sino que su mente estaba conectada a una fuente de sabiduría inagotable. Con una nueva energía, Shiner se dedicó a estudiar con fervor. Las palabras cobraban vida ante sus ojos, las respuestas fluían sin esfuerzo de su pluma. Se sumergió en el conocimiento, absorbiéndolo con avidez.
El tiempo se desvaneció. Las horas se convirtieron en minutos, los minutos en segundos. Shiner se olvidó de todo a su alrededor, solo existía ella y el conocimiento que la inundaba.
Cuando finalmente levantó la vista, el sol se había puesto y la luna brillaba en el cielo nocturno. La biblioteca estaba sumida en un silencio profundo, solo interrumpido por el suave tictac del reloj de pared y Shiner se había quedado dormida sobre la mesa, con la pluma aún en su mano.
Ren regresó a la biblioteca con un paso decidido, listo para reprender a Shiner por su falta de disciplina. Se imaginaba a la joven distraída, charlando con Yen o simplemente vagando por la biblioteca sin un propósito definido. Sin embargo, la escena que se encontró al entrar lo dejó atónito.
Shiner estaba dormida, con la cabeza apoyada sobre una pila de libros, su rostro iluminado por la tenue luz de la luna que se filtraba por las ventanas. A su alrededor, una montaña de volúmenes se alzaba como un testimonio de su incansable sed de conocimiento. Ren contuvo el aliento. No podía creer lo que veía. ¿Cómo había podido leer tantos libros en tan poco tiempo?
Ren se acercó con cautela, observando a Shiner con una mezcla de admiración y preocupación. Había elegido cuidadosamente los libros que le había encomendado, pero la cantidad que había leído superaba con creces sus expectativas. ¿Acaso había leído todos los libros que él le había asignado? ¿O se había excedido en su afán de aprender?
Ren no pudo evitar una sonrisa. La joven era una fuente de sorpresas. Su determinación y su sed de conocimiento lo llenaban de orgullo. Sin embargo, también sentía la necesidad de protegerla. No podía permitir que se sobreexigiera.
Con un movimiento suave, Ren levantó a Shiner en sus brazos y la llevó al cuarto de invitados. La depositó con cuidado sobre la cama, asegurándose de que estuviera cómoda. La observó por un momento, con una mirada llena de afecto.
—Descansa, Shiner —murmuró, con una voz suave que apenas si rompía el silencio de la noche. —Mañana tendrás tiempo de seguir aprendiendo.
Ren se acomodó en su silla, con una expresión fría y calculadora. La imagen de Shiner dormida sobre una montaña de libros le causó una leve irritación. No le importaba su dedicación, solo le interesaba su progreso.
—Por lo que vi, Shiner sí se está esforzando —dijo Ren, con un tono de voz que denotaba desinterés—. Es necesario que siga subiendo de nivel para la próxima batalla, así que ustedes deben ayudarla a estudiar.
—No creo que sea necesario —replicó Yen, con un gesto de desdén—. Fui a verla y vi que es muy inteligente. Pudo leerse todos los libros que le diste en media hora.
—Aún pienso que ella no se merece ser utilizada de esa forma —intervino Kal, con un tono de voz que denotaba una profunda desaprobación.
Ren frunció el ceño. No le interesaban las opiniones de los demás.
—Shiner fue bendecida por alguna familia demonio —dijo Ren, con una mirada fría—. Así que es su deber usar ese poder para lo que viene. No hay tiempo para sentimentalismos.
—Pero no es justo —protestó Kal—. Ella no eligió ser bendecida. No debería tener que cargar con el peso de la responsabilidad de otros.
—Las reglas son las reglas —dijo Ren, con un tono de voz que no dejaba lugar a dudas—. No podemos cambiar el pasado. Solo podemos prepararnos para el futuro. Y Shiner es una pieza fundamental en ese futuro.
—Pero no es solo una pieza —replicó Yen, con un tono de voz más suave—. Es una persona. Una persona con sentimientos, con sueños, con una vida propia.
—Las emociones no tienen lugar en la batalla —dijo Ren, con una sonrisa cruel—. Shiner es una herramienta. Una herramienta poderosa que nos ayudará a ganar. Y eso es todo lo que importa.
—Pero ¿a qué costo? —preguntó Kal, con una mirada llena de tristeza.
Ren se encogió de hombros. No le importaba el costo. Solo le importaba la victoria.
—No sé la respuesta —dijo Ren, con un tono de voz que denotaba una profunda indiferencia—. Pero sé que debemos hacer lo que sea necesario para ganar. Y eso incluye usar a Shiner a nuestro favor.
Yen y Kal se miraron entre sí, con una expresión de horror en sus rostros. Sabían que Ren no tenía corazón. No le importaba Shiner, solo la veía como una herramienta para alcanzar sus objetivos. ¿Cómo podían detenerlo? ¿Cómo podían proteger a Shiner de la fría y despiadada ambición de Ren?
Kal salió de la sala de reuniones con el rostro rojo de ira. Las palabras de Ren resonaban en su cabeza como un eco de su despiadada ambición. No podía creer que el destino de Shiner estuviera en manos de un hombre tan frío y calculador.
Se dirigió a la habitación de Shiner con la esperanza de encontrar algo de paz en su presencia. La vio dormida, con una expresión tranquila y serena, como si no tuviera ni idea del peligro que la acechaba. Un dolor punzante le oprimió el pecho al ver la inocencia de Shiner, contrastando con la oscuridad que la envolvía.
De pronto, una visión se apoderó de su mente. La imagen de Shiner, pálida y débil, con la vida escapando de sus ojos, lo inundó de un terror visceral. La visión era tan real, tan vívida, que Kal sintió que el aire se le escapaba de los pulmones.
Sin poder contenerse, Kal salió corriendo de la mansión de Ren. Necesitaba aire fresco, necesitaba alejarse de la oscuridad que lo envolvía. La imagen de Shiner muriendo se repetía una y otra vez en su mente, como un mantra de desesperación.
Sabía que no podía dejar que eso sucediera. Tenía que hacer algo, tenía que protegerla. Pero ¿qué podía hacer? ¿Cómo podía luchar contra un destino tan cruel?
Justo cuando estaba a punto de sucumbir a la desesperación, una voz familiar lo detuvo.
—Kal, aunque no lo creas, yo no estoy de acuerdo con el destino de Shiner —dijo Yen, con un tono de voz inusualmente suave—. Ella es una mujer muy dulce y a la vez fuerte, pero no podemos hacer nada. Lo único que podemos hacer es ayudarla a ser más fuerte, así se podrá defenderse de lo que viene. Así que anímate y vamos juntos a evitar el duro destino de Shiner.
—En serio, Yen, tú nunca haces eso, y menos por una mujer —dijo Kal, con un tono de incredulidad.
—Sí, es cierto, pero ella es diferente —respondió Yen, con una mirada llena de determinación—. Siento algo especial en ella, y por eso debemos ayudarla.
—Si tienes razón, vamos —dijo Kal, con una nueva esperanza en su voz.
Juntos, Yen y Kal se dirigieron de regreso a la mansión de Ren. Sabían que la batalla por el destino de Shiner apenas comenzaba.
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