El Mago Que Quemó Todo

Durante doce años, Lysander creció inmerso en un mundo de magia y leyendas, rodeado de cuentos sobre su padre, el famoso mago que derrotó a los temidos magos negros y trajo paz al reino. Sin embargo, para Lysander, su padre siempre fue simplemente Cedric, un profesor de magia en la academia de magos, más preocupado por enseñar a sus alumnos que por desenterrar los oscuros secretos del pasado.

Desde muy joven, Lysander sintió el peso de las expectativas sobre sus hombros, siendo el hijo del héroe de la nación. La gente lo miraba con admiración y respeto, esperando que algún día siguiera los pasos de su padre y se convirtiera en un gran mago como él. Sin embargo, a pesar de todo el reconocimiento externo, Lysander siempre sintió un vacío en su interior, como si algo no encajara del todo en la imagen que tenía de su familia y su pasado.

A medida que creció, Lysander comenzó a cuestionar la historia que le habían contado sobre su padre y su papel en la derrota de los magos negros. Observaba a Cedric, su padre, y lo veía como un hombre común y corriente, lejos del retrato heroico que le habían pintado. Cedric, por su parte, trataba de proteger a su hijo de la verdad, ocultando los oscuros secretos de su pasado y las verdaderas circunstancias que rodearon la caída de los magos negros.

A medida que Lysander se adentraba en el mundo de la magia y comenzaba a desarrollar sus propios poderes, su curiosidad por su linaje y su verdadera identidad solo aumentaba.

A pesar de las dudas y la confusión que lo atormentaban, Lysander siguió adelante, decidido a descubrir la verdad sobre su pasado y el papel que realmente desempeñó su padre en la historia del reino.

Lysander se acercó a su padre, Cedric, con una mirada que denotaba seriedad y determinación. Aunque Cedric lo observaba con su habitual despreocupación, la solicitud de su hijo lo sacó de su ensimismamiento.

—Padre, ¿te has olvidado de que este año entraré a la escuela de magia?—, preguntó Lysander, con un tono que indicaba que no aceptaría evasivas.

Cedric frunció el ceño ligeramente, dándose cuenta de su descuido. —Por supuesto que no lo he olvidado, hijo—, respondió con prontitud, tratando de enmendar su error. Sin embargo, antes de que pudiera continuar, Lysander lo interrumpió con determinación.

—Me enviaron la lista de libros que debo comprar, y aún no los has adquirido—, señaló Lysander, sin titubear en su reclamo.

La expresión en el rostro de Cedric cambió, mostrando un destello de remordimiento.

—Lo siento, Lysander. Iré a comprarlos esta misma tarde—, prometió, reconociendo su negligencia y buscando reparar el error.

Pero Lysander, con una determinación que sorprendió incluso a su padre, se mantuvo firme en su posición.

—No te preocupes, padre. Me encargaré yo mismo. Solo necesito el dinero—, afirmó con seguridad, mostrando una madurez inusual para su edad, lo que dejó a Cedric reflexionando sobre el crecimiento de su hijo.

Lysander notó la mirada de su padre, una mezcla de preocupación y quizás un dejo de culpabilidad, mientras sacaba el dinero de su bolsillo. Era una escena familiar, la responsabilidad recayendo sobre sus jóvenes hombros una vez más. Antes de que Cedric pudiera siquiera abrir la boca para retractarse de su ofrecimiento, Lysander actuó con determinación, arrebatándole el dinero con un gesto rápido pero seguro.

—Gracias, padre. Me encargaré de esto—, dijo Lysander con un tono que no dejaba lugar a discusiones. Observó a su padre con cierta resignación, preguntándose cómo podía ser tan despreocupado en momentos importantes como esee. Siempre tenía que ser él quien tomara las riendas de las cosas por sí mismo, como si el destino de su educación y su futuro descansara únicamente en sus propias manos.

Con el dinero en su bolsillo, Lysander se encaminó hacia la librería, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Aunque deseaba que su padre se involucrara más en su educación y en su vida en general, sabía que a veces tenía que ser él quien tomara las riendas de su propio destino. Era un camino que había recorrido muchas veces antes, y aunque a veces se sentía abrumado por la carga, también lo hacía más fuerte y más decidido a forjar su propio camino.

La librería estaba llena de estudiantes, algunos charlaban animadamente mientras hojeaban libros, otros consultaban listas escolares con expresiones concentradas. El dueño de la tienda, un hombre mayor con gafas de montura gruesa y una barba canosa, observaba a los clientes con una sonrisa amable desde detrás del mostrador de madera pulida.

Lysander se encontraba absorto en la selección de libros cuando notó la mirada de su padre desde afuera. Cedric estaba parado en la acera, con su mayor intento de ocultarse a lo lejos, con una capucha roja para ocultar su rostro,  observándolo con una expresión que Lysander no pudo descifrar. Se sintió incómodo al percatarse de que su padre estaba espiándolo, preguntándose por qué no podía simplemente confiar en él.

El dueño de la tienda se acercó a Lysander con una cálida sonrisa.

—¿Necesitas ayuda, joven mago?—, preguntó amablemente. Lysander asintió y le entregó la lista de libros que necesitaba. Mientras el dueño recogía los libros, echó un vistazo al dinero que Lysander le entregó y asintió con aprobación.

—Un excelente gusto en libros—, elogió el dueño, colocando los libros en una bolsa. —Veo que estás preparándote para un año emocionante en la escuela de magia—.

Lysander sonrió, agradecido por el cumplido. Aunque su padre no parecía compartir la misma confianza en él, al menos el dueño de la librería reconocía su esfuerzo y dedicación.

Lysander salió de la librería con la bolsa de libros en la mano, su mente aún llena de preguntas sin respuesta sobre su relación con su padre. Mientras caminaba por las concurridas calles de la ciudad, sintió una opresión en el pecho que lo hacía desear alejarse de todo y de todos por un momento.

Sin pensarlo dos veces, Lysander comenzó a correr, dejando atrás a los transeúntes y adentrándose en callejones estrechos y poco iluminados. La sensación de libertad que le proporcionaba el correr a toda velocidad le ayudaba a despejar su mente y a aclarar sus pensamientos.

Finalmente, se detuvo en un callejón tranquilo, apartado del bullicio de la ciudad. Apoyó la espalda contra la fría pared de ladrillos y dejó escapar un suspiro profundo. Observó el ir y venir de las personas por la calle principal, tratando de encontrar algún sentido a la situación con su padre.

Mientras tanto, observó cómo su padre pasaba por el callejón, aparentemente sin notar su presencia, buscandolo por todos lados. Lysander contuvo la respiración, sintiendo una mezcla de alivio y decepción. A pesar de sus deseos de una relación más cercana con su padre, parecía que seguían siendo dos extraños que apenas podían comunicarse.

Lysander se quedó allí por un momento más, dejando que la tranquilidad del callejón calmara sus pensamientos tumultuosos.