Ahora Que Vamos A Divorciarnos (Romance Y Crisis Libro 4) Cristina-Leo-Gustavo

Cuando Grecia le contó a Gustavo lo que había visto durante la fiesta de cumpleaños de Leo, lo hizo con una intención clara: envenenar más la relación entre él y Cristina. Los celos que sentía por la pelirroja eran casi una obsesión, y no los disimulaba. Sin embargo, el comentario no tuvo el efecto que esperaba. En lugar de enojarse con Cristina, Gustavo se sintió… perdido.

Aunque ya no estaba enamorado de ella —o al menos eso se repetía—, tampoco podía soportar la idea de que Cristina estuviera superando los sentimientos que una vez tuvo por él. La historia que le contó Grecia no hizo más que confirmar lo que venía notando desde hacía semanas: Cristina ya no lo miraba igual, ya no le sonreía con la misma dulzura, ya no lo defendía de todo. La estaba perdiendo… y eso le dolía más de lo que podía aceptar.

En medio de esa tormenta emocional, algo estalló dentro de él, entre los reproches de Grecia, el agobio de su familia, y la frustración de sentir que ya no controlaba nada, explotó.

—Terminemos, Grecia —dijo con la voz tensa, casi temblando.

—¿Qué? ¿Gustavo, por qué? —preguntó ella entre lágrimas.

—Estoy harto. Hartísimo de tus celos constantes. Necesito espacio. Necesito… pensar.

Ni siquiera él sabía si lo decía por lo que había visto en Cristina, o por el asfixiante torbellino que era Grecia cuando se trataba de controlar cada cosa en su vida. Solo sabía que necesitaba salir de allí.

Mientras tanto, Cristina y Leo actuaban como si el beso no hubiera pasado. Guardaban esa memoria como un secreto que ninguno se atrevía a desdoblar. Leo, centrado en terminar la secundaria, se aferraba a su nueva etapa profesional: grabar su primer disco, un sueño por fin al alcance. Cristina, por su parte, se convencía de que aquel beso fue solo producto de un instante, de un impulso empujado por el alcohol y la emoción del momento. Aunque sentía algo más profundo por Leo, él siempre la había tratado como a una amiga, y no quería arruinar eso por una ilusión.

Pero algo había cambiado, y aunque fingieran normalidad… lo no dicho empezaba a pesar.

Gustavo quería conquistar a Cristina ahora que se había dado una pausa con Grecia, pero era época de exámenes y el club de música solía hacer un concierto de fin de año escolar Cristina se encontraba muy ocupada entre sus estudios y las prácticas y comenzó a ignorarlo porque no tenía tiempo para distracciones, además uno de los conservatorios a los que solicitaron cupo aceptó hacerle una audición y ella necesitaba practicar.

Finalizó el año escolar y pese a todos los meses que estuvo secuestrado, Luis Arturo fue el alumno con el mejor promedio, sorprendentemente Cristina quedó en segundo lugar porque al concentrarse en estudiar y no en ayudar a Gustavo sus promedios mejoraron, Gustavo finalmente, contrató a un tutor y quedó entre los diez primeros, todos se presionaban porque si bajaban los promedios serían cambiados a otra sección.

Leo no era de los mejores estudiantes, pero hizo un gran esfuerzo por obtener mejores notas, después del concierto de fin de año escolar viajaría por dos meses debido a las vacaciones, Cristina quería

aprender a conducir porque el próximo año escolar quería ir a clases por su cuenta y no depender de sus amigos o Raúl, el cual tenía muchas cosas de las que estar pendiente ahora que tenían poco personal, también debía mejorar su técnica con la guitarra a final de año tendría su audición en el conservatorio en el país del sur, Leo debía viajar a Miami porque comenzó con la búsqueda de  integrantes para su banda además allí vivía su hermano mayor Larry y tenía tiempo sin verlo.

Gustavo, aunque deseaba acercarse a Cristina, sabía que mientras estuviera en su casa con su abuela era imposible, todos allí lo odiaban y no dudaban en hacérselo saber, además todos los años lo enviaban a un campamento en otro país para mejorar su habla del idioma inglés. El día antes de irse de viaje, Leo fue a visitar a Cristina a su casa.

—Criss, mañana me voy de viaje, regreso cuando comiencen las clases.

—Que tengas un buen viaje Leo.

—¿Puedo escribirte o llamarte?  — preguntó Leo

—Si por supuesto me encantaría que lo hicieras — respondió Cristina.

Ella puso una expresión como si quería preguntar algo, pero tenía miedo de la respuesta.

—¿Hay algo que me quieras preguntar Cristina? — preguntó Leo porque notaba que ella quería decirle algo.

—Creo que no Leo, mejor en otro momento — respondió ella porque que no quería que su amistad se volviera incómoda.

Leo le dio un beso en la frente, y él sintió como ella se estremecía cuando la tocaba, solo que en ese momento llegó Gustavo, el cual también viajaba al día siguiente y quería despedirse.

—¿Interrumpo? —  preguntó en un tono de voz burlón.

—No, ya me estaba yendo — respondió Leo con una sonrisa que molestó a Gustavo.

—Nos vemos Cristina, cuando regrese te traigo un obsequio.

Después de que Leo se marchó, Gustavo comenzó a quejarse sin notar que sus palabras ya no le provocaban nada a Cristina—solo fastidio. Aunque alguna vez lo amó, fue precisamente por sus actitudes inmaduras que comenzó a decepcionarse. Y siempre estaba ese detalle que él parecía olvidar: Grecia. Cristina se cansó de esperarlo.

—Grecia me contó algo bastante curioso sobre ti y “ese” —dijo con desprecio.

—¿Qué te dijo ahora?

—Que los vio entrar a su habitación en su fiesta de cumpleaños… y que tú saliste alterada, mientras él tenía un chupón en el cuello.

—No voy a perder el tiempo explicándote los chismes de tu novia. Solo te recuerdo que soy soltera y no tengo compromisos.

—Grecia y yo terminamos, Criss.

—Y no veo qué tiene eso que ver conmigo, Gustavo.

—Lo hice por ti. ¿No podrías… darme una oportunidad?

—No lo sé, Gustavo. No estoy segura de querer salir contigo ahora.

—Pero Criss… ¿Esto no era lo que tú querías?

Por suerte, en ese momento apareció Laura. Gustavo se marchó sin esperar respuesta.

En los días que siguieron, Cristina concentró su energía en otras cosas. Tras muchas horas de práctica, aprendió a conducir. A partir del siguiente año escolar, planeaba ir a clases por su cuenta. Además, debía seguir preparándose para su audición en el conservatorio del país del sur. Leo le escribía con frecuencia, y Cristina visitaba con regularidad a Luis Arturo, que aún no se sentía listo para salir de casa. Por su parte, Gustavo no volvió a contactarla. Y aunque tiempo atrás le habría dolido… ahora lo agradecía. Estaba confundida y necesitaba espacio para pensar.

—Mi abuela me regaló el viejo auto de mi papá —le dijo a Luis Arturo una tarde—. Así que el próximo año ya no dependeré de nadie para ir a clases.

—Me parece genial, Criss. Ojalá pudiera hacer lo mismo.

—¿Y cómo te has sentido?

—Mejor… pero es un día a la vez. Estoy yendo al psicólogo por la ansiedad. Mamá me propuso que terminara la secundaria en Estados Unidos, pero quiero graduarme con ustedes.

—No deberías exigirte tanto. Volviste demasiado pronto después de lo que viviste.

—Quedarme en casa me hundía más, Criss.

—¿Y por qué no aprovechas las vacaciones para viajar? Tal vez a algún lugar que te guste.

—Lo voy a pensar.

Esa misma tarde, Luis Arturo la llamó para decirle que había decidido hacer un pequeño viaje con su madre. Cristina se alegró muchísimo.

Durante las vacaciones, como era habitual, Cristina se quedó en casa acompañando a su abuela. Pero algo era distinto: ya no extrañaba a Gustavo. Lo que la rondaba ahora era otra ausencia. Se sorprendía a sí misma preguntándose qué estaría haciendo Leo… y por qué no había escrito aún ese día.

Leo estaba sumergido en su búsqueda incansable. Le faltaba menos de un año para reunir a los integrantes de su banda, y hasta ahora, ninguno de los músicos que audicionaron lo convencía. Su perfeccionismo, aunque impulsado por la pasión, comenzaba a desesperar a Larry, su hermano mayor y responsable de manejar los asuntos de la familia en Estados Unidos.

—Deberías quedarte a terminar la secundaria aquí, Leo. Tendrías más tiempo para las audiciones —sugirió Larry, mientras revisaba unos documentos con el ceño fruncido.

—Le prometí a mamá que me graduaría con ella —respondió Leo, sin levantar la vista, firme.

Larry lo miró de reojo, esbozando una sonrisa socarrona.

—O será que tienes novia por allá, ¿hmm?

—Es solo una amiga —contestó Leo con un tono más cortante de lo que pretendía. Hablar de Cristina le revolvía algo que no sabía poner en palabras.

—No necesito recordarte lo difícil que fue para papá aceptar que siguieras este camino. No lo arruines. Ya conocerás a muchas mujeres, Leo —agregó Larry, más serio ahora, con esa mezcla de ternura y preocupación que solo un hermano mayor puede llevar en la voz.

—Lo sé —asintió Leo, mirando por la ventana—. Todo va a salir bien. Nada va a cambiar eso.

Pero incluso mientras hablaba con convicción, su mente regresaba a ella.

Sabía que, a sus 17 años, le quedaba todo por vivir. Que habría otros rostros, otras historias. Pero Cristina... Cristina era distinta. No era solo el obstáculo llamado Gustavo. Era el contrato, la carrera, el compromiso con ese sueño que tuvo desde niño. Y si la mantenía a distancia, no era porque no la quisiera cerca… sino porque temía que quererla demasiado lo hiciera cambiar el rumbo.