Serena estaba temblando en el altar, avergonzada y agobiada por las miradas y los susurros ¿que era aquella situación en la que la novia llegaba antes que él novio? Acaso se había arrepentido, no lo más probable era que estuviera borracho encamado con alguna de sus amantes, pensó Serena, porque sabía bien sobre la vida que llevaba su prometido. Pero entonces las puertas de la iglesia se abrieron con gran alboroto, los ojos de Serena dorados como rayos de luz cálida, se abrieron y temblaron al ver aquella escena. Quién entraba, no era su promedio, era su cuñado, alguien que no veía hacía muchos años, pero con tan solo verlo, Serena sabía que algo no estaba bien. Él, con una presencia arrolladora y dominante se paro frente a ella, empapado en sangre, extendió su mano y sonrió de manera casi retorcida. Que inicie la ceremonia. Anuncio, dejando a todos los presentes perplejos especialmente a Serena.
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Capitulo 24
Serena apenas logró recomponerse después de atragantarse con el té. Su rostro seguía pálido, pero forzó una sonrisa vacía, bajando la cabeza para que Julia no notara lo que en verdad pasaba por su interior.
—Sí, mi señora… lo entiendo —murmuró, con voz apagada.
Disimular era la única opción. Sería absurdo fingir sorpresa por un matrimonio que todos sabían era la razón de su permanencia en aquella casa.
Luego de aquel incómodo momento durante el desayuno, la Condesa, con su expresión marmórea, prosiguió como si nada hubiera sucedido.
—En un par de días tendremos una reunión con damas de la alta sociedad —anunció sin mirarla siquiera—. Te presentarás como la futura esposa de mi hijo. Y espero de ti un comportamiento impecable. No toleraré errores, Serena.
La joven bajó la cabeza, asintiendo en silencio. El nudo en su garganta la sofocaba, y el té que había tomado aún le quemaba en el pecho, pero no podía hacer más que fingir con una sonrisa suave.
Por la tarde, mientras Serena intentaba hallar un momento de calma en la biblioteca, Roger se desperezaba tras haber dormido casi todo el día. Se estiró perezosamente, pero al recordar a su “hermosa prometida”, la idea de verla lo llenó de un entusiasmo ansioso y caprichoso.
Al bajar las escaleras, se topó con una doncella que llevaba una bandeja. La detuvo con brusquedad, apretándole el brazo.
—¿Dónde está Serena? —preguntó con voz cargada de expectación, sus ojos brillando con un fuego incómodo.
—En la biblioteca, mi señor —respondió ella, inclinando la cabeza con respeto.
Roger sonrió con aire satisfecho y se dirigió directamente allí.
Al entrar, lo primero que vio fue a la doncella encargada de acompañar a Serena.
—Fuera —ordenó con un tono seco—. Y cierra la puerta.
Ella obedeció sin titubear, dejando a Serena sola en aquel silencioso encierro. Roger aspiró profundamente el aire impregnado de papel viejo y madera, con la misma sensación de alguien que acaba de entrar en terreno privado y ansía apropiárselo.
Al no verla a primera vista, sus labios se curvaron en una sonrisa ladina. — Será divertido sorprenderla—, pensó. Caminó despacio, como un cazador que disfruta de la tensión previa antes de atrapar a su presa.
Y entonces la vio. Serena estaba de pie frente a una alta estantería, tan absorta en la lectura que parecía haber olvidado el mundo a su alrededor. La luz del ventanal perfilaba la suavidad de sus facciones, y Roger la devoró con los ojos, incapaz de ocultar la codicia que hervía en su interior.
Se acercó sin hacer ruido y se inclinó junto a ella, murmurando cerca de su oído:
—¿Qué es lo que está captando tanto tu atención, cariño?
Serena se estremeció violentamente. El libro en sus manos tembló, y sus dedos se crisparon sobre las páginas. Palideció al instante, consciente de su cercanía.
Roger sonrió aún más al notar su reacción.
—Mi prometida parece ser muy tímida… —dijo en tono casi burlón—. Ni siquiera puedes mirarme a los ojos.
Con esfuerzo, Serena respiró hondo y levantó lentamente la mirada. Sus pupilas reflejaban el miedo que intentaba ocultar.
—Lo… lo siento —murmuró con voz apenas audible—. Es así... Yo soy tímida.
Él soltó una carcajada grave que le erizó la piel.
—No importa, ya tendrás tiempo para acostumbrarte.
Avanzó un paso, obligándola a retroceder hasta que su espalda chocó contra la estantería. Serena sintió el frío de la madera en la nuca, atrapándola.
—Nos casaremos pronto —dijo con voz densa, como una sentencia—. Y no estaría mal que vayamos practicando las cosas que hacen las parejas.
La mano de Roger se cerró con firmeza en torno a su cintura y mano, arrancándole el aliento. Se inclinó hacia ella, buscando sus labios con ansiedad.
Serena, aterrada, reaccionó en un impulso, alzó el libro y lo interpuso entre ambos. El choque seco resonó entre sus rostros. Roger, sorprendido, abrió los ojos y se encontró con la dura tapa en lugar de la suavidad que había esperado.
—¿Qué haces? —gruñó con enojo, apretando aún más su mano.
El corazón de Serena latía desbocado. Las palabras brotaron atropelladas, buscando sonar convincentes.
—Mi señor… ¿acaso no conoce las costumbres nobles? —dijo con un hilo de voz que trataba de revestir de firmeza—. Es cierto que vamos a casarnos, pero… en la nobleza, la novia y el novio no deben tener contacto físico hasta después del matrimonio. Mantener la pureza es fundamental para una dama. ¿Entiende lo que digo?
Sus ojos se humedecieron mientras hablaba, rogando internamente que él aceptará esa vieja costumbre .
Por un momento, Roger la miró con desconfianza. Pero pronto, la idea pareció fascinarlo. Un destello perverso brilló en sus pupilas, y sus labios se curvaron en esa sonrisa que a Serena le revolvía el estómago.
—Eso suena… emocionante —susurró con delectación—. Muy bien, respetaremos esa tradición. De todos modos, tú ya eres mía. Y cuando nos casemos, haré contigo lo que me plazca.
Serena sintió un escalofrío recorrerle cada fibra del cuerpo. Sus labios temblaron, y apenas logró esbozar una sonrisa frágil mientras respondía.
—Sí… está bien.
Roger la soltó con un aire satisfecho, como si acabara de ganar una partida que solo él jugaba. Se dio media vuelta y salió de la biblioteca, cerrando la puerta tras de sí.
El silencio que quedó fue tan profundo que Serena sintió que la aplastaba. Apenas estuvo sola, sus piernas cedieron y se dejó caer de rodillas al suelo. El libro se deslizó de sus manos, golpeando el piso con un ruido seco.
Se abrazó a sí misma, frotándose los brazos con desesperación, como si pudiera borrar la sensación de aquellos dedos invasivos. El pecho le ardía, y un sollozo contenido estalló en sus labios.
—Debo resistir… — se repitió una y otra vez. Y entonces en medio de esa desesperación le surgió un pensamiento— Ya sé... en la noche de bodas. Si logro emborracharlo hasta dejarlo inconsciente, quizá tendría una oportunidad de escapar...
Ese pensamiento parecía ser a lo único que podía aferrarse como su esperanza para escapar de esa pesadilla.
En el pueblo, en la posada donde Serena trabajaba, las horas transcurrieron con una inquietud creciente. Había pasado ya la hora en la que siempre llegaba, puntual como un reloj, y Sonia empezó a mirar la puerta una y otra vez, con la esperanza de verla entrar.
—Qué raro… —murmuró para sí, mientras limpiaba unas tazas—. Serena nunca se retrasa…
La hora de la salida llegó y no había señales de ella, entonces la puerta se abrió de golpe.
Era Shakan. Su mirada fría recorrió el lugar, buscando de inmediato a la muchacha.
—¿Dónde está Serena? —preguntó sin rodeos, con ese tono áspero que solía usar cuando algo lo inquietaba.
Sonia parpadeó, sorprendida.
—No ha venido… —respondió, con cierta vacilación.
Shakan frunció el ceño.
—¿Acaso te avisó que faltaría?
—No. Pero… tal vez le surgió un imprevisto —dijo Sonia, aunque en su voz había un matiz de duda que no pudo ocultar—. Serena es muy responsable, nunca ha faltado sin avisar antes.
Un silencio pesado se extendió entre ambos. Sonia apretó las manos contra su delantal, tratando de convencerse con sus propias palabras.
Shakan, en cambio, permaneció inmóvil un instante. Luego salió de la posada sin decir nada más, sus pasos firmes resonando contra las piedras de la calle. Caminó en silencio, perdiéndose entre los callejones que poco a poco se teñían con la penumbra de la tarde.
Su expresión permanecía dura.
— ¿Acaso te has metido en un problema, Serena? Tendré que averiguarlo...
que pasará 🤔 todavía falta mucho por qué regrese su salvador.
y este loco pervertido autoritario y con una madre loca y permisiva. no podra salvarse de lo que quiera hacer este loco.😭😭😭😭😭😭😭😭
Todos sus planes acaban de esfumarse como un débil suspiro.