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Lo Que Debía Permanecer Oculto

Lo Que Debía Permanecer Oculto

Status: Terminada
Genre:Romance / Época / Fantasía épica / Edad media / Completas
Popularitas:798
Nilai: 5
nombre de autor: MIS HISTORIAS

Kaela Norwyn nunca buscó la verdad. Pero la verdad la encontró a ella.
Tras la muerte de su madre, Kaela inicia un viaje hacia lo desconocido, acompañada por un joven soldado llamado Lioran, comprometido a protegerla… y a proteger lo poco que queda de un apellido que muchos creían extinto. Lo que comienza como un viaje de descubrimiento personal, pronto se transforma en una carrera por la supervivencia: antiguos enemigos han regresado, y no todos respiran.
Perseguidos por seres que alguna vez estuvieron muertos —y no por decisión propia—, Kaela y Lioran desentrañan un legado marcado por pactos silenciosos, invocaciones prohibidas y una familia que hizo lo impensable para mantener a salvo aquello que debía permanecer oculto.
Entre la lealtad feroz de un abuelo que nunca se rindió, el instinto protector de un perro que gruñe antes de que el peligro se acerque, y el amor contenido de un joven

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Capitulo 18

La noche caía lentamente sobre el Vado Gris. Afuera, las luces del patio se encendían como luciérnagas ordenadas, y el aire fresco traía consigo el murmullo lejano del arroyo. Kaela, ajena a todo, seguía revisando las inscripciones ceremoniales con la paciencia de quien se prepara para algo sagrado.

Lioran no estaba tranquilo.

Encontró a Eldran en la galería norte, afilando una daga con gesto mecánico. Su rostro, como siempre, parecía tallado en piedra, pero sus ojos no dejaban de moverse. Cuando notó la presencia del joven, no dijo nada. Solo lo miró… esperando.

—Necesito hablar con usted. A solas.

Eldran asintió sin una palabra y lo condujo a su despacho. El mismo que olía a tinta, cuero y decisiones antiguas. Cuando cerró la puerta, Lioran se quedó de pie frente a él, como un soldado que no lleva armadura… solo verdad.

—Quiero pedirle permiso —comenzó—. Para estar con su nieta. No como sombra, ni como compañero de causa. Como alguien que la ve, la escucha, y la ama. Quiero caminar con ella. En serio. Oficialmente.

Eldran lo miró en silencio unos segundos. Luego, entrecerró los ojos con un gesto entre sospecha y picardía.

—¿Y vienes aquí a pedirme eso? Así, directo, sin vino ni presente… ni soborno?

—No me pareció necesario sobornarlo —respondió Lioran con calma.

—¡Una lástima! —replicó Eldran, fingiendo pesar—. Me habría encantado una buena botella de hidromiel por tu culpa.

Lioran sonrió apenas.

—¿Entonces…?

—Entonces me niego —dijo el anciano con tono grave. Pero antes de que Lioran pudiera responder, Eldran alzó una ceja—. Me niego a negarlo. Porque aunque no me guste del todo lo que eso implica… veo cómo la miras. Y cómo ella te mira a ti. No soy tan viejo como para ignorar eso. Tienes mi permiso. Pero no pienses que eso te exime del juicio permanente de este viejo cascarrabias y de su perro celoso.

Lioran bajó ligeramente la cabeza, en señal de respeto.

—Gracias. Pero antes de que lo acepte del todo, quiero decirle algo que casi nadie sabe. Algo que nunca le he contado a Kaela.

Eldran se enderezó. Dejó la daga sobre la mesa.

—Habla.

—Mi nombre completo… no es Lioran de Vanthar. Ese es el apellido de mi abuela. El que adopté cuando lo perdí todo. En realidad, soy el último hijo de la Casa de la Lanza Plateada.

Eldran entrecerró los ojos. Su cuerpo se tensó.

—La casa que custodiaba el paso de las Tierras Altas. Los guardianes del Norte…

—Los que fueron masacrados —confirmó Lioran—. En la traición del Tratado de Lirhal. Mis padres, mis tíos, mis primos, hasta los más pequeños… todos fueron asesinados durante la llamada “reunión de reconciliación”.

—…la masacre de los Valles del Norte —dijo Eldran, terminando por él, la voz cargada de memoria amarga—. Nunca pensé escuchar a uno de ustedes con vida.

—Yo tampoco —admitió Lioran—. Me salvé solo porque estaba afuera, con los caballos. Cuando regresé, todo ardía. No quedó nadie. Cambié mi apellido, entré al servicio como caballero, y me oculté de todo. No porque tuviera miedo… sino porque ya no tenía nada por qué luchar.

Eldran no interrumpió. Solo escuchaba.

—Hasta que conocí a Kaela —continuó Lioran, bajando la voz—. Ella me devolvió el propósito. Desde que la vi… y aunque me resistí, me gustó. Su fuerza. Su voz. Su forma de mirar el mundo. Así que dejé a mis compañeros. Dejé mis misiones. Me quedé. Por ella.

Y en ese instante:

rasp, rasp.

Un sonido rasguñó la base de la puerta.

Eldran giró apenas la cabeza y bufó una carcajada.

—Eso fue Niebla. Ha estado ahí desde que entraste. Escucha como si le pagaran.

—Escucha mejor que la mitad del reino —murmuró Lioran.

Eldran se sentó finalmente.

—Entonces dime, muchacho. ¿Qué piensas hacer con todo esto?

Lioran se enderezó. No dudó.

—Serle fiel. A ella. A su llamado. Y también… a una promesa que me hicieron hacer cuando era niño.

—¿Qué promesa?

—Que, aunque perdiera mi casa, no perdiera los principios. Mi madre solía decirme: “el mundo puede arder, hijo, pero tú llegarás limpio al altar”. Y yo… quiero que ese principio siga vivo. Quiero que Kaela sea la única. Que nuestra historia empiece sin manchas. Que no seamos recuerdo, sino esperanza.

Eldran lo miró largo rato. Esta vez sin ironía. Sin sarcasmo.

—Entonces no solo eres digno de mi nieta. Eres digno de un linaje que creíamos perdido.

Lioran respiró hondo.

—No tengo mucho más que ofrecer que mi palabra. Pero esa palabra… es todo lo que me queda.

Eldran se levantó. Apoyó una mano sobre el hombro del joven.

—Eso es más que suficiente. Tienes mi bendición. Y… mi respeto.

Ambos se quedaron en silencio un momento.

Del otro lado de la puerta, Niebla suspiró ruidosamente, como cerrando un capítulo.

Y quizás, en algún lugar del cielo, una antigua lanza brilló una vez más.

**

El atardecer cubría el Vado Gris con tonos dorados y violetas, como si el cielo también quisiera guardar silencio por lo que estaba a punto de ocurrir.

Kaela se encontraba en uno de los jardines laterales, sentada sobre una manta junto a una fuente silenciosa. Leía sin mucha atención, su mirada perdida entre líneas de un texto que conocía de memoria. Lioran la encontró allí. El ritmo de su andar era diferente. No traía sombra en la espalda, ni espada en la mano. Solo el peso de lo no dicho.

—¿Tienes un momento? —preguntó.

Ella levantó la vista, sonriendo de inmediato al verlo. Esa sonrisa que solo le ofrecía a él.

—Siempre. ¿Qué pasa?

Lioran se sentó frente a ella, doblando una pierna bajo la otra.

—Quiero contarte lo que aún no sabes. No es fácil para mí, pero si te lo oculto un día más… me parecería deshonesto.

Kaela cerró el libro y se acomodó, atenta.

—Adelante.

Él inspiró hondo.

—Ya sabes que soy el último de la Casa de la Lanza Plateada. Sabes de la promesa que hice: guardar mi cuerpo para el matrimonio, como hicieron mis padres. Pero hay algo más que no te he contado. Algo que cargué en silencio.

Ella asintió, con los ojos fijos en él.

—Mi familia… toda mi familia —continuó—, no murió por enfermedad ni por el paso del tiempo. Fue una emboscada. Una traición disfrazada de alianza.

Kaela frunció levemente el ceño.

—¿La traición del Tratado de Lirhal?

—Sí. Aquel día, invitaron a mi casa a una supuesta negociación de paz. Mi padre, mi madre, mis tíos, mis primos, los escuderos más jóvenes… todos fueron envenenados durante la cena. Nadie sobrevivió.

Se detuvo. Bajó la mirada.

—Nadie, excepto yo. Estaba en los establos entrenando. Cuando regresé, el silencio ya se había instalado como un manto. Todo estaba… muerto.

Kaela se quedó inmóvil. Sus labios temblaron ligeramente antes de hablar.

—¿Lioran… por qué nunca me lo dijiste?

—Porque durante mucho tiempo, ni yo sabía cómo ponerlo en palabras. Porque si lo decía, lo revivía. Y porque no quería que tú me miraras con compasión. No lo habría soportado.

Ella se cubrió la boca con una mano, los ojos vidriosos. El aire se llenó de una tensión tan densa que se podía oír el eco de los latidos.

—Tomé el apellido de mi abuela —añadió—. Vanthar. No por vergüenza… sino para sobrevivir. Entré al ejército, me volví caballero. No para honrar a nadie, sino para no olvidar cómo resistir. Y entonces… te conocí.

Kaela dejó caer la mano sobre el regazo. Su mirada era intensa, dolida.

—Y me mentiste —dijo. No fue un grito. Fue algo peor: una decepción silenciosa—. Todo este tiempo… luché contigo. Dormí junto a ti. Compartimos caminos, heridas, dudas… ¿y aún así no confiaste en mí?

Lioran tragó saliva.

—Kaela, no fue falta de confianza. Fue miedo. De perder lo único real que tenía desde que sobreviví.

—¿Y crees que eso no duele?

Ella se levantó. Dio un paso atrás. Y por un segundo, Lioran sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies.

—Yo te abrí todo, Lioran. Incluso partes de mí que no entendía. Y ahora vienes con esto. Como si fuera… un dato adicional.

—No… —susurró él—. No es eso. Eres todo para mí.

—¿Y si ya no quiero seguir con alguien que me oculta cosas? ¿Y si ya no creo en lo que dices?

Lioran dio un paso adelante.

—Entonces aceptaré lo que decidas.

Silencio.

Un suspiro tembló entre ellos.

Y luego…

Kaela estalló en una carcajada.

—¡Ay, por favor! ¡Tu cara! ¡Te lo creíste todo!

Lioran se quedó congelado.

—¿Qué…?

—¡Era una broma! —rio ella—. ¡Lioran, casi te arrodillas con desesperación! ¡Parecías un cachorro asustado!

Él parpadeó dos veces. Luego frunció el ceño.

—¿Tú… me hiciste esto?

—¡Claro que sí! —rió, limpiándose una lágrima de tanto reír—. ¡Nunca te había visto tan trágico! ¡Fue perfecto!

—Eso no fue gracioso —murmuró él, herido en el orgullo—. Fue cruel. Una burla emocional.

—Fue justicia —respondió ella, abrazándolo—. Ahora sabes cómo se siente estar del otro lado.

Él suspiró, pero finalmente sonrió. Le rodeó la cintura.

—¿Sabes qué? Me gustas incluso cuando me torturas.

—Y yo te quiero, incluso cuando ocultas tu nombre.

—¿Entonces estamos bien?

—Claro que sí. —Se inclinó hacia él—. Solo no me ocultes nada más… o juro que Niebla tendrá tu rastro antes del amanecer.

Como si lo hubiera escuchado, un suave rasguño en la piedra se oyó a la distancia.

Ambos giraron. Nada. Pero sabían que él estaba allí.

Como siempre.

Lioran le tomó la mano.

—Esta noche… quiero compartir algo contigo.

—¿Una revelación más?

—No. Un picnic.

Kaela entrecerró los ojos.

—¿Eso es una metáfora?

—No. Es literal. Pan. Fruta. Galletas robadas. Tú. Yo. Nada más.

Kaela sonrió. Esta vez, sin sarcasmo.

—¿Y Niebla?

—Lo soborné con una pata de cordero para que nos deje solos.

—Acepto —dijo ella—. Pero más te vale no volver a mencionar nada trágico… o yo te haré otra broma. Peor.

Lioran rió.

Y entre bromas, heridas cerradas y una cita bajo la luna, algo nuevo nació esa tarde:

Un amor que, habiendo sido probado, sabía exactamente por qué valía la pena quedarse.

 

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