Una luna perdida. Un alfa maldito. Una marca que arde más fuerte que la sangre.
Cuando el reino de Nyra Veyra cae ante la brutal invasión de los clanes lobo, ella se convierte en botín de guerra. Sin títulos, atrapada en un templo de piedra, solo le queda su cuerpo… y un fuego desconocido que empieza a despertar bajo su piel.
Pero hay algo que ni ella ni su captor esperaban:una Marca antigua arde en su vientre. Una conexión salvaje la une a Varkhan, el alfa más temido del norte.
Y él está dispuesto a reclamar lo que el destino le ha entregado. Con placer. Con sangre. Con colmillo.
Entre rituales, deseo y magia dormida, El Alfa y su Presa es una novela de romance oscuro, brujería ancestral y erotismo salvaje, donde el mayor enemigo no siempre es el que te encierra… sino el que arde dentro de ti.
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Capítulo 18 – El nombre entre los clanes
El amanecer se colaba por las rendijas del techo como un hilo dorado que aún no se atrevía a tocar del todo la piedra. El templo despertaba en silencio, como si se preparara para algo más grande que el día.
Nyra estaba sentada junto al fuego, envuelta en una manta. Su mirada fija en las llamas, ausente, profunda.
Varkhan entró sin anunciarse.
Ella no se giró.
—¿Cuánto sabías? —preguntó con voz baja.
—Desde el momento en que te vi… supe que había algo en ti que no me era ajeno. Algo que dolía.
—¿Pero sabías que era yo?
Varkhan se sentó frente a ella. La luz del fuego les acariciaba los rostros. Él respiró hondo.
—No quería saberlo. Porque si lo aceptaba… recordaba también lo que hice.
—Me mataste. Y yo te traicioné.
Él cerró los ojos, con la mandíbula tensa.
—Sí.
Nyra no lo dijo con reproche. Lo dijo como quien recoge una piedra antigua del suelo y la sostiene al sol por primera vez.
—Y aún así me has amado. Incluso cuando no sabías si volvería a hacerlo.
—Te maté porque otros te iban a destrozar. Porque tú me lo pediste. Porque no pude salvarte. Y no he dejado de pagar por ello desde entonces.
Ella se acercó despacio. Se arrodilló frente a él. Lo tomó del rostro con ambas manos.
—He recordado. La traición. La promesa.
—¿Y qué sientes ahora?
—Que esta vez no me traicionaré a mí misma.
Varkhan apoyó su frente contra la de ella.
—Entonces esta vez, moriremos juntos o viviremos para verlo arder todo.
—Juntos —susurró Nyra.
Y el fuego entre ellos no quemó. Calentó.
El sol ya estaba alto cuando los cuernos de guerra sonaron.
Los clanes llegaban.
Desde el norte, los Lomos Grises; desde el sur, los Hijos del Humo Viejo; del oeste, los Siete Colmillos; y del este, los Lobos de Bruma. Cada uno traía un alfa, un sanador, y dos testigos.
La gran sala del consejo fue despejada. En el centro, la losa sagrada. A su alrededor, los emblemas tallados en piedra: la llama, la luna, la garra y el agua.
Varkhan estaba de pie en el extremo norte, con Nyra a su derecha.
Ella vestía de oscuro. El cabello trenzado en forma de corona. Sus marcas aún visibles, pero con una dignidad que ninguna cicatriz podía borrar. Caminaba con el mentón alto, las manos firmes.
Varkhan, por su parte, no la miraba como si fuera una aliada.
La miraba como si fuera un milagro.
Cuando todos estuvieron en sus lugares, el silencio cayó como una capa espesa.
El primero en hablar fue el Alfa de los Lomos Grises.
—Han traído a una bruja al centro del consejo.
Varkhan respondió con voz grave:
—He traído a mi luna.
—Una luna marcada con sangre.
—Y también con fuego.
Hubo murmullos.
Entonces, Varkhan se giró hacia Nyra. Le tendió la mano. Ella la tomó sin dudar.
—Esta mujer no solo ha sobrevivido a una muerte y un renacer. No solo ha sido consagrada como hechicera del clan. Ha traído de vuelta un nombre perdido. Ha despertado el fuego dormido bajo nuestras piedras. Y lo ha hecho sin temor. Con dolor, sí. Pero sin rendirse.
Nyra habló entonces, por primera vez:
—No vengo a pedir permiso. Ni a rogar aceptación. Estoy aquí porque la tierra me llamó. Porque la Trama me recordó. Y si alguien teme lo que soy, que se aparte. No he venido a obedecer. He venido a arder.
El silencio fue absoluto.
Todos estaban mirando a Nyra.
Entonces, uno de los líderes se levantó. Era la Alfa de los Lobos de Bruma. Una mujer alta, de piel pálida y ojos profundos.
—Que la Tierra la haya elegido no significa que no debamos vigilarla.
Nyra se adelantó un paso.
—Entonces vigilad. Pero os advierto: lo que observa demasiado el fuego… termina consumido por él.
Un murmullo de aprobación recorrió el salón.
Varkhan sonrió, apenas. Y sin pensarlo, sin preocuparse por los ojos que lo veían, tomó la mano de Nyra y la llevó a sus labios.
—Eres mía —dijo, solo para ella—. Y me da igual si el mundo tiembla por ello.
—Que tiemble —susurró ella.
Después del consejo, los clanes salieron en procesión. Nadie se atrevió a cuestionar más. Nadie osó acercarse con hostilidad. Algunos se inclinaron. Otros simplemente bajaron la cabeza.
Varkhan y Nyra caminaron juntos por los pasillos del templo, flanqueados por Kate, Samuel y Mairen.
—Lo hiciste —le dijo Varkhan en voz baja.
—Lo hicimos —respondió Nyra.
Y cuando estuvieron solos, la besó contra la piedra, sin palabras. Ella lo sostuvo, esta vez sin miedo. Su cuerpo aún recordaba el dolor, pero su alma ya no huía de él.
Esa noche no hubo fuego en el altar.
Porque ya ardían ellos.