Adrien Marlow siempre consideró a Kai Min-Fletcher un completo patán cuya actitud y personalidad dejaban mucho que desear. Era bruto, arrogante y un imbécil que a veces disfrutaba despreciar a los demás, justo el tipo de persona que Adrien detestaba. Por ello creyó que nunca se relacionarían. Pero entonces, en una noche de lluvia, descubrió algo inesperado: ¿Kai estaba llorando? Antes de que pudiera pensar con claridad, los dedos de su mano presionaron el botón de su cámara. Cuando el sonido alertó a Kai, Adrien no era consciente de que, en ese momento, su vida estaba a punto de cambiar… y que, quizá, también cambiaría la vida de alguien inesperado.
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Divertido por la expresión confundida de Adrien, Kai sonríe. Antes de responder, revisa el pasillo: no hay muchas personas. Pero en cuanto el reloj marque las doce, se dará el cambio de clases y los estudiantes saldrán de los salones. A Kai no le conviene quedarse en ese sitio.
—Hablemos en otro lado —dice, dando media vuelta hacia la salida—. Conozco un buen lugar.
Sin esperar respuesta, Kai se adelanta. A Adrien no le sorprende que lo haga; cada vez que habla con él es así: Kai dice algo, y acto seguido se tiene que hacer porque sí. ¿Tanto le gusta tener el control? Otro día eso lo habría molestado, pero hoy quiere conversar con Kai. Quiere darse la oportunidad de entenderlo. Desde el viernes ha estado pensando en ello, y esa es otra de las razones por las que quiere repetir la sesión de fotos.
Luego de colocarse la correa de la cámara, Adrien lo sigue. En otra ocasión volverá para repetir la fotografía que fue arruinada por su culpa. Tan pronto se posiciona a su lado, sus ojos no dejan de observarlo. "¿Por qué está vestido así?" No imaginó que Kai podría pasar tan desapercibido. En el camino, nadie le presta atención; se mezcla perfectamente con los demás estudiantes, lo cual es extraordinario, considerando lo mucho que Kai suele resaltar.
—Me vas a perforar el cráneo —comenta—. ¿Acaso quieres devorarme con la mirada?
Lo último lo dice con un toque de sarcasmo. Kai espera una reacción por parte de Adrien: tal vez que se exalte, se avergüence o se enfade. Sin embargo, eso no ocurre. En cambio, Adrien profundiza su expresión pensativa.
—¿De verdad es así? ¿Eso es lo que parece cuando te miro? —pregunta en voz alta—. ¿Es por eso que el viernes te fuiste?
Ese día, Adrien estuvo concentrado en el resultado de las fotografías y no se detuvo a pensar, sino hasta después, en la presión que pudo haber sentido Kai. Las fotos no eran obscenas, pero sí transmitían cierto toque sensual. Adrien no sabe de qué forma sus ojos lo observaban en aquella ocasión. Tal vez, mientras Kai posaba sintiéndose expuesto, su mirada fue demasiado intensa como para manejarla. Y por mucho que Kai se lo diga, Adrien no puede ver sus propios ojos sin un espejo. Por eso quiere confirmar con él cómo se supone que lo mira.
La espalda de Kai se tensa, sin haber esperado que Adrien lo confrontara. Entonces, agarra la visera de su gorra y la baja aún más, cubriéndose el rostro. Adrien no deja pasar este gesto; recuerda que el viernes también evitó que lo viera. Sabe que sus preguntas son demasiado directas, pero incluso si resultan vergonzosas, quiere saber.
Mientras espera una reacción, de pronto se le cruza otra idea: “¿Por qué se cubre? ¿Qué quiere ocultar?” Inconscientemente, siente la tentación de quitarle la gorra y averiguarlo.
—Deja de hacerte el inocen…
Kai no termina la frase, porque en ese instante Adrien sostiene la gorra y la alza. No lo suficiente como para retirársela, pero sí lo justo para poder verlo directo a los ojos. Como están a la par, no le resulta difícil: con levantar un poco la gorra, basta. Adrien finalmente descubre el rostro de Kai, y lo que ve lo deja impactado.
..."Él está... sonrojado."...
No es un sonrojo pronunciado, pero Adrien, que tiene buen ojo para los detalles, se da cuenta del leve rubor. Pronto siente cómo Kai aparta su mano con un movimiento rápido. Recuperando la gorra, Kai se la reacomoda hasta que es imposible volver a ver el reflejo de sus ojos grises. Su sonrojo también desaparece. El ambiente se vuelve extrañamente pesado.
—Perdón —dice Adrien, desconcertado por su propia acción.
Siente que acaba de hacer algo malo. No controló sus impulsos; no es propio de él hacer lo primero que le viene a la mente. Pero, si tiene que ser sincero, más que culpa hay un sentimiento que no sabe cómo definir. Ver a Kai sonrojado, por alguna razón, le pareció… lindo.
¿Lindo? ¿Por qué lindo? ¿Es esa la palabra correcta? No tiene sentido. El concepto de lindo no es algo que le quede a Kai. De hecho, no le va para nada. Debe haber algo mal con su cabeza. De lo contrario, no entiende cómo pudo pensar —aunque fuera por un breve segundo— que Kai es lindo. Ni siquiera a sus más fieles admiradoras se les cruzaría por la mente algo así. Todos opinan que es sexy, no lindo. Sin mencionar que ha visto a muchas personas sonrojarse a lo largo de su vida. Una más no debería marcar la diferencia.
..."Creo que acabo de volver a ver algo que… no debía."...
Después de eso, ninguno comentó nada ni dijo palabra al respecto. Solo siguieron caminando hasta llegar al lugar que Kai había mencionado: una jardinera a la que accedieron por un largo pasillo angosto entre dos edificios. Sorprendentemente, casi no hay nadie. La jardinera está bien cuidada; incluso tiene una fuente funcional en el centro. Adrien también nota que, al fondo, hay otro edificio con un cartel en letras doradas que dice: “Posgrado”. Al leerlo, entiende de inmediato por qué en esta parte del campus hay tan pocas personas.
—Finalmente —Kai se quita la gorra y los lentes falsos al tiempo que deja escapar un suspiro de alivio.
—¿Por qué estás vestido así? —pregunta Adrien, prefiriendo cambiar de tema. Presiente que, de todos modos, no obtendrá respuestas si sigue presionando—. Dudo que alguien pueda reconocerte.
—¿Y cuál crees que es el punto?
—¿No quieres que… te reconozcan? —Adrien entrecierra los ojos—. Pensé que amabas recibir toda la atención posible.
—Obvio que sí, soy demasiado bello para este mundo. Sería un pecado no recibirla —ya ha vuelto a su tono jocoso. En ese caso, el asunto de la gorra no fue para tanto. La culpa que sentía Adrien se disipa al oírlo—. Pero eso no significa que quiera gente siguiéndome las veinticuatro horas del día. No podría concentrarme en clase si escucho gritos y halagos cada cinco minutos.
Eso explica por qué nadie en la facultad pudo localizarlo cuando preguntó por él. Ahora lo entiende: si se lo propone, Kai puede mantener un perfil bajo. Como cuando una celebridad se disfraza para no ser reconocida por sus fans. Admite que es increíble que un estudiante universitario haya llegado a ese nivel de popularidad.
—No lo esperaba —dice Adrien, sonriendo mientras intenta imitar el aire de superioridad de Kai—. ¿Y está bien que me hayas revelado tu "identidad secreta"? ¿Qué tal si se lo digo a todos?
—No lo harías. Tú no eres de esos —responde Kai con seguridad, mientras se sienta en la orilla de la fuente—. De lo contrario, ya habrías esparcido el rumor de la noche en la que me viste llorar.
El agua de la fuente cae con un ritmo constante. Adrien rememora los eventos de aquella noche. Si no hubiera ocurrido, probablemente no estaría aquí hablando con Kai. De no haber sido testigo de sus lágrimas, aún lo seguiría catalogando como un patán arrogante sin sentimientos. Sí, Kai tiene una personalidad complicada, pero ahora Adrien es consciente de que esconde mucho más de lo que deja ver en la superficie.
Lamentablemente, descubrirlo no es tan fácil como levantarle la gorra. Incluso… puede que, al final, nunca llegue a entenderlo del todo.
—¿Eso significa que confías en mí? No deberías. Recuerda que soy tu acosador —bromea Adrien, siguiéndole el juego.
Bien dice un viejo dicho: si no puedes con ellos, úneteles. Kai suelta una sonora carcajada.
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