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PERTENECES A MI

PERTENECES A MI

Status: Terminada
Genre:Completas / Mi novio es un famoso
Popularitas:3.2k
Nilai: 5
nombre de autor: Deanis Arias

Perteneces a Mí

Una novela de Deanis Arias

No todos los ricos quieren ser vistos.
No todos los que parecen frágiles lo son.
Y no todos los encuentros son casualidad…

Eiden oculta su fortuna tras una apariencia descuidada y un carácter sumiso. Enamorado de una chica que solo lo utiliza y lo humilla, gasta su dinero en regalos… que ella entrega a otro. Hasta que el olvido de un cumpleaños lo rompe por dentro y lo obliga a dejar atrás al chico débil que fingía ser.

Pero en la misma noche que decide cambiar su vida, Eiden salva —sin saberlo— a Ayleen, la hija de uno de los mafiosos más poderosos del país, justo cuando ella intentaba saltar al vacío. Fuerte, peligrosa y marcada por la pérdida, Ayleen no cree en el amor… pero desde ese momento, lo decide sin dudar: ese chico le pertenece.

Ahora, en un mundo de poder oculto, heridas abiertas, deseo posesivo y una pasión incontrolable, Eiden y Ayleen iniciarán un camino sin marcha atrás.

Porque a veces el amor no se elige…
Se toma.

NovelToon tiene autorización de Deanis Arias para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 18 – Detrás del espejo

El sobre era negro. Sin remitente. Sin marcas. Solo el nombre de Eiden escrito a mano en una caligrafía fina, elegante, y, sin embargo, inconfundiblemente fría.

Lo encontró en la puerta del apartamento, sellado con un adhesivo plateado. Ayleen lo vio antes que él. Lo tomó sin avisarle. Lo llevó a su oficina. Cerró la puerta con llave.

Dentro, solo una hoja.

“No importa cuánto cambies.

No importa cuánto aprendas a caminar con el pecho en alto.

Recuerda esto:

Un perro nunca deja de ser un perro.

Y los que protegen a perras…

tarde o temprano, también terminan mordidos.”

No estaba firmado. Pero ella conocía esa forma de escribir. Esa forma de herir sin decir nombres.

Era un mensaje de advertencia. Pero no para Eiden.

Para ella.

Eiden notó el cambio desde que ella volvió a la sala. No era visible, pero era como si una sombra más se hubiera instalado en la habitación.

—¿Todo bien?

—Sí.

Mentira.

—¿Salimos a cenar esta noche? —preguntó él, buscando romper la tensión.

—No puedo —dijo Ayleen rápidamente—. Tengo algo pendiente con Helena.

—¿Quieres que te acompañe?

—No.

Otra mentira.

Él no insistió. Pero lo sintió. Sentía que se alejaba otra vez. Que el espacio que tanto trabajo le costó construir ahora se le deslizaba entre las manos.

Pero esta vez… no iba a rogar.

Samantha tenía frente a ella una copia del mismo sobre.

Solo que el suyo no era una advertencia.

Era una instrucción.

“Si no puedes separarlos, destrúyelos desde adentro.

Usa la verdad.

Usa el pasado.

Y si eso falla… usa el dolor.”

Sonrió. Y marcó un número que había jurado no volver a marcar.

—Hola, Silvia.

Necesito que le digas a tu sobrino que su madre…

no murió por accidente.

Eiden se sentó en el banco de la plaza donde solía ir de niño con su madre. Hacía años que no visitaba ese lugar, pero esa mañana se sintió empujado. Como si algo lo llamara desde lo más profundo de su memoria.

Silvia, una tía lejana por parte de madre, lo esperaba con un termo de café en las manos. No hablaban desde el entierro. Se abrazaron con una cortesía frágil.

—Pensé que no vendrías —dijo ella.

—No sabía si debía.

—Alguien insistió en que lo hiciera.

Eiden frunció el ceño.

—¿Quién?

—No importa. Lo que sí importa… es que tu madre no murió en un accidente.

El aire pareció congelarse.

—¿Qué?

—Ella trabajaba para una firma legal que hacía lavado de dinero. Un cliente importante… del sur. Intentó denunciar irregularidades. A los días… su auto estalló. Dijeron que fue un fallo del motor.

Eiden palideció.

—¿Estás diciendo que la mataron?

—Estoy diciendo que alguien se aseguró de que no hablara. Y esa firma… tenía conexiones con la familia Rivas.

Silencio.

Una eternidad en segundos.

—¿Estás diciendo que el padre de Ayleen…?

—No digo nada. Solo te paso lo que alguien no quería que supieras.

Eiden se levantó con el corazón latiendo como un tambor dentro del pecho.

—¿Por qué ahora?

—Porque alguien más quiere que recuerdes de dónde vienes…

antes de decidir a dónde perteneces.

Mientras tanto, Ayleen estaba en su habitación. La hoja negra seguía sobre la cama, abierta, gritándole lo que no se atrevía a leer en voz alta. Sabía que venían por Eiden. Sabía que su padre no lo tocaría directamente.

Pero sabía también que había otros que no se detenían ante nada.

Llamó a Helena.

—Prepara el equipo. Quiero saber quién está detrás de los sobres.

—¿Vas a pelear?

—No.

Pausa.

—Voy a protegerlo.

Incluso si eso significa… alejarlo.

Eiden llegó al apartamento con las manos temblando.

Ayleen lo esperaba en la sala, de pie, como si supiera que vendría así. Con la hoja negra sobre la mesa. Con los ojos abiertos, pero el alma cerrada.

—¿Sabías lo de mi madre? —preguntó él, sin rodeos.

Ayleen lo miró. No con miedo. Sino con una tristeza tan profunda que dolía más que la traición.

—No.

—Tu padre…

—No es mío en todo lo que hace. Ni en todo lo que decide.

—Pero es tu sangre.

—Y tú eres mi verdad.

Eiden apretó los puños. Caminó hasta ella. La sostuvo del rostro.

—No puedo vivir entre tu cama y su sombra.

No puedo amarte con una mano en mi espalda y la otra apuntando a mi pecho.

Ayleen parpadeó. Una sola lágrima le bajó por la mejilla.

—Entonces vete.

—¿Qué?

—Vete, Eiden. Antes de que este mundo que me pertenece…

te arrastre a un lugar donde no sabrás si me amas o me odias.

Él no se movió.

—¿Esto es por lo que pasó con mi madre… o por lo que te dijeron?

—Es por todo.

Es porque si te quedas… yo no podré protegerte.

Y si me quedo contigo… voy a destruirnos.

Eiden salió esa noche sin mirar atrás. Pero tampoco sin llevarla en el pecho.

Y Ayleen, cuando la puerta se cerró, cayó de rodillas al suelo.

No gritó. No lloró fuerte.

Solo se abrazó a sí misma como si pudiera contener la herida que acababa de abrir.

Helena la encontró minutos después.

—¿Lo perdiste?

—No.

Lo salvé.

Samantha vio a Eiden salir del edificio desde su auto, estacionado a una cuadra.

Sonrió con satisfacción.

—Ahora sí, querido.

Ya no eres suyo.

Y ahora puedo destruirte… como quise desde el principio.

1
Yesenia Pacheco
Excelente
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