En un mundo devastado por un virus que desmorono la humanidad, Facundo y Nadiya sobreviven entre los paisajes desolados de un invierno eterno en la Patagonia. Mientras luchan contra los infectados, descubre que el verdadero enemigo puede ser la humanidad misma corrompida por el hambre y la desesperación. Ambos se enfrentarán a la desición de proteger lo que queda de su humanidad o dejarse consumir por el mundo brutal que los rodea
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Capitulo 17
Estoy con Inha, quien dibuja concentrada mientras yo la ayudo a mezclar colores y le doy ideas. Es sorprendente lo inteligente que es y la rapidez con la que aprende. A veces, me deja perpleja pensar que esta pequeña haya salido de mí, tan llena de vida y creatividad.
El sonido de la puerta principal rompiendo el silencio de la tarde nos distrae. Facundo aparece en el marco, su figura recortada por la luz tenue del atardecer que se filtra desde afuera. Está visiblemente cansado, con los hombros algo caídos, pero cuando nos ve, una sonrisa genuina ilumina su rostro. Cierra la puerta detrás de él, dejando fuera el frío del exterior.
- ¡Papi! -grita Inha con alegría, tirando sus lápices al suelo mientras corre hacia él para abrazarlo.
Sus risas llenan el espacio mientras él se inclina para recibirla en un abrazo que parece eterno. Recojo los lápices del suelo, pero mi mirada se queda fija en la escena frente a mí.
"Que tire todos los lápices que quiera", pienso. Verlos así, abrazados, me hace sentir que todo por lo que hemos luchado, todo lo que hemos perdido y soportado, ha valido la pena.
El abrazo dura más de lo normal. Facundo cierra los ojos mientras la envuelve con fuerza, como si temiera que alguien pudiera arrebatársela. Algo en su expresión me inquieta.
- ¿Estás bien, amor? -pregunto, mi voz suave pero cargada de preocupación. En el tiempo que llevamos juntos, he aprendido a leerlo mejor que nadie; sé cuando algo lo tiene intranquilo.
Facundo abre los ojos lentamente, como si regresara de un pensamiento profundo. Me mira, sonríe y sube a Inha en sus brazos, acercándose a mí. Me besa con ternura y luego apoya su frente contra la mía.
- Estoy mejor que nunca, cielo -responde mientras acaricia mi mejilla con su mano libre.
Inha interrumpe el momento bajándose de sus brazos y corriendo hacia la mesa para agarrar su dibujo.
- ¡Papi, mira! -dice emocionada, mostrándole su obra de arte.
Facundo toma el dibujo, estudiándolo con atención antes de sonreír.
- Aquí está mamá, aquí estoy yo... y aquí estás tú con la casa. -Señala cada figura con cuidado, pero luego arquea una ceja
- ¿Y esta ventana redonda? No tenemos una ventana así.
- Me gusta más esa ventana redonda -responde Inha con entusiasmo.
- Me encanta, hija. Serás una gran artista, mucho mejor que yo. Dibujas muy bien. -Le devuelve el dibujo mientras le revuelve el cabello con cariño.
Lo observo atentamente. Su sonrisa es cálida, pero hay algo en su mirada, un atisbo de preocupación que no desaparece. Lo conozco demasiado bien.
- Sigue con tu dibujo, linda. Yo voy a preparar la cena -dice, besándola en la frente antes de dirigirse a la cocina.
Me quedo unos segundos mirando a Inha, que vuelve a concentrarse en su dibujo, antes de seguirlo. Facundo saca los utensilios y comienza a picar cebolla con movimientos precisos. Me acerco por detrás, colocando una mano en su espalda.
- Cielo, te conozco. Algo te está afectando. ¿Pasó algo serio en la reunión? -le pregunto con suavidad.
Él se detiene. Sus manos, siempre firmes, tiemblan ligeramente al dejar el cuchillo sobre la tabla de cortar. Mira hacia la ventana por unos segundos, como si buscara respuestas en el paisaje del exterior, antes de mirarme a los ojos.
- No es nada... Parece que un grupo de animales salvajes anda por la zona. Quizás pumas. Hay que estar alerta, eso es todo.
Su voz es convincente, pero su mirada no. Algo me dice que no me está diciendo la verdad, aunque decido no presionarlo. Sé que cuando no me cuenta algo es para protegernos, y eventualmente lo hará cuando sea seguro.
Le rodeo la cintura con mis brazos, apoyando la cabeza en su espalda mientras vuelve a picar cebolla y la coloca en la olla al fuego.
- ¿Quieres que pele las papas mientras cortas la carne? -le ofrezco.
- No, cielo. Descansa. Hoy tuviste que darles clases de defensa a los jóvenes y demás. Además, me toca cocinar a mí hoy.
- No me molesta ayudarte -digo, relajándome en su espalda.
- Tranquila. Oh, por cierto, ¿cómo te fue hoy con los chicos?
- Bien. Aprenden rápido, aunque todavía les falta adaptarse al entorno. Eso vendrá cuando hagan sus primeras exploraciones.
Facundo sonríe, mirándome por encima del hombro.
- Con una maestra como tú, seguro lo lograrán. Eres increíble para adaptarte a cualquier situación.
Seguimos conversando mientras él corta la carne y guarda los huesos para un caldo. Luego de un rato, regreso con Inha para ayudarla a guardar sus cosas de dibujo. Más tarde, los tres jugamos a las cartas mientras la comida se termina de cocinar. Facundo y yo solemos dejar que Inha gane, aunque a veces él lo hace a propósito para molestarla.
Cuando la cena está lista, nos sentamos a la mesa. Facundo siempre logra que cada plato tenga un sabor especial, una calidez que me hace sentir en casa, incluso en medio de un mundo lleno de incertidumbre. Mientras comemos, me cuenta anécdotas de su infancia, de cómo empezó a cocinar a los 12 años para ayudar a su familia.
Después de cenar, lavo los platos mientras Facundo lleva a Inha a lavarse los dientes y la acuesta. Termino justo cuando él sale de su habitación, cerrando la puerta con cuidado.
- Se quedó dormida. Parece que jugó mucho hoy -dice con una sonrisa.
- No paró ni un segundo -respondo, suspirando cansada.
- Menos mal que tiene una gran madre -me dice mientras me rodea la cintura con sus brazos.
- Y un gran padre también.
Nos besamos con ternura, un momento solo nuestro, lejos de las preocupaciones. De pronto, él arquea una ceja al mirar detrás de mí.
- ¿Y esa flor?
Me giro para ver una maceta en la mesada, con una flor del pensamiento de un profundo color violeta.
- Ah, ¿te gusta? Me la dio Carla. Está cultivándolas. Me dijo que estas flores soportan temperaturas muy bajas.
- Es bonita, pero tú me gustas más -susurra, besándome el cuello con suavidad.
Me relajo en sus brazos, dejándome llevar por su calor. Esa noche, entre besos y caricias, somos solo él y yo, como si el mundo exterior no existiera. Esos momentos de amor y pasión me dan la esperanza de que todo lo que tenemos perdurará, que podremos ver a nuestra hija crecer y construir su propia familia algún día.
Cuando finalmente nos dormimos abrazados luego de una noche intensa, siento que estoy en el lugar más seguro del mundo. En sus brazos