**Sinopsis**
En un mundo donde la biología define roles y los instintos son incontrolables, dos hombres de mundos opuestos se ven atrapados en una ardiente atracción. Leon, un alfa dominante y poderoso empresario, ha rechazado el amor… hasta que Oliver, un omega dulce y sensible, entra en su vida como asistente. Lo que comienza como un deseo prohibido pronto se convierte en una intensa relación marcada por celos y secretos. Cuando verdades devastadoras amenazan con separarlos, deberán enfrentarse a su pasado y decidir si su amor es lo suficientemente fuerte para desafiar las estructuras que los mantienen apartados. ¿Están dispuestos a arriesgarlo todo por un futuro juntos?
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Capítulo 18: La Llamada del Instinto
Oliver caminaba sin rumbo, sus pies se movían por el sendero del bosque, pero su mente estaba al borde de la confusión. Cada paso que daba resonaba en su interior como un eco de dolor. La cabaña y el lago pronto se desvanecieron de su vista, pero nunca de su mente: Leon, con su mirada intensa y esa risa que había sido como música para sus oídos. Sin embargo, ahora esa música se sentía como una melodía rota.
A su alrededor, el silencio del bosque parecía tener peso. Las hojas caídas susurraban historias de amores pasados y de corazones en guerra. Oliver buscaba claridad, pero el caos en su corazón lo llevaba más profundo en la confusión. Al final del día, solo había una pregunta que repetía en su mente: ¿Era realmente lo correcto apartarse de Leon?
Se dejó caer sobre un tronco caído, la corteza rugosa hundiéndose contra su piel mientras sus sentimientos resonaban dentro de él. El pasaje de tiempo se volvió indeterminado y, aunque los rayos del sol se filtraban a través de las copas de los árboles, sentía que la oscuridad lo envolvía.
—¿Qué estoy haciendo? —preguntó en voz alta, como si el bosque pudiera arrojarle respuesta. Pero solo el canto lejano de un pájaro contestó, ajeno a su angustia.
En la cabaña, Leon se encontraba en un pantano emocional, aferrado a los recuerdos de Oliver, las risas y los susurros compartidos entre las sombras de la noche. Con cada pulso de su corazón, la culpa se convertía en un ladrón que se llevaba lo que más atesoraba. Su mente se repetía el mismo mantra de arrepentimiento, una condena personal por no haber tenido el valor de abrirse.
—Soy un idiota —susurró para sí, apoyando la cabeza en sus manos, sintiendo el peso de las decisiones no tomadas. Jayce, su amigo más cercano, había estado a su lado en tantas ocasiones; era el que conocía sus debilidades y sus secretos. Ahora mismo, los necesitaba más que nunca, pero había una verdad que sabía que no podría compartir con él.
Sin embargo, un llamado ancestral comenzaba a emerger en su interior, una necesidad primordial que no podía ser ignorada. Tenía que encontrar a Oliver; su cuerpo lo sabía, y el instinto era más fuerte que el miedo.
Con determinación, se levantó y buscó sus botas. Cada movimiento estaba cargado de la sensación de perder algo valioso, pero no podía dejar que eso lo detuviera. Mientras atravesaba el bosque, la memoria del camino que habían recorrido juntos lo guiaba.
Oliver continuaba perdido en sus pensamientos, mientras su mente tambaleaba entre la necesidad de estar con Leon y el deseo de proteger su propio corazón. La imagen de su risa, de sus gestos, de su vulnerabilidad lo atormentaba. Sintió un nudo en el estómago, como si una parte de él lo llamara. Era un tira y afloja de emociones, y su instinto le decía que necesitaba regresar.
—¿Qué pasa con nosotros? —murmuró a sí mismo, la angustia dibujándose en sus rasgos. La verdad era que su amor por Leon tampoco podía ser ignorada. Sin pensar, Oliver se levantó y comenzó a caminar de vuelta, siguiendo los trazos de un camino que se dibujaba bajo sus pies.
Mientras tanto, Leon, con el impulso de su deseo y la urgencia de su instinto, seguía el sendero que creía que lo llevaría de nuevo a Oliver. Cada paso se sentía como un regreso al hogar, aunque temía que el hogar ya no existiera. A medida que avanzaba, su corazón latía con fuerza, un tambor que marcaba el ritmo de su viaje emocional.
Las sombras del bosque comenzaron a alargarse a medida que el sol descendía. Ambos hombres estaban en un trance, siendo guiados por un hilo de conexión invisible que parecía unirlos en una danza entre el deseo y el temor. Olvidaron las dudas y las mentiras; habían aprendido a amarse, a tocarse sin medir las repercusiones.
Finalmente, Oliver llegó al claro donde se encontraba la cabaña. Desde la distancia, pudo distinguir la silueta de Leon. Su corazón lanzó una voltereta en su pecho; el miedo y la esperanza lo embargaron. Leon se detuvo y miró a su alrededor, las hojas crujían bajo sus pies y, en ese momento, su mirada se topó con la de Oliver.
El mundo se detuvo.
—Me perdí —dijo Oliver, su voz temblorosa, y a pesar de la tristeza en sus ojos, había un destello de deseo que no podía negar. Lo necesitaba.
Leon, respirando con dificultad, dio un paso más cerca. Las palabras no eran necesarias; sus cuerpos ya sabían lo que querían. Los dos hombres se encontraron en el centro del claro, el aire entre ellos cargado de la tensión no resuelta.
—Lo siento tanto —dijo Leon, la culpabilidad brotando de su corazón. —Nunca debí dejar que las sombras de mi pasado nos separaran. No quería que te alejaras.
Oliver, sintiendo el dolor en la sinceridad de las palabras de Leon, se acercó más. —Todo lo que quiero es poder ser feliz con esto… con nosotros. Pero no puedo seguir si no soy capaz de confiar.
—Te necesito —replicó Leon, su voz apenas audible, pero impregnada de una autenticidad que resonaba en su interior. Extendió su mano, buscando el contacto. —Te necesito más que nunca. No quiero perder lo que tenemos.
Oliver dudó un instante, pero todo el amor que había sentido por Leon a lo largo de su relación, toda la pasión que había desgastado sus corazones, lo empujó más cerca. Tomó la mano de Leon, y la conexión fue como un ancla, como una chispa de esperanza que reemplazaba toda la tristeza acumulada.
—Entonces seamos libres —respondió Oliver, sintiendo el amor arrullándolo. —Seamos libres para conocernos realmente, sin muros, sin mentiras.
La entrega de ambos fue instantánea. Con un movimiento, Leon atrajo a Oliver hacia él, y sus cuerpos se encontraron en un abrazo ardiente. El cuerpo de Oliver se sintió cálido y familiar, como un refugio. Mientras se abrazaban, todos los miedos se desvanecieron y dejaron espacio para el deseo y la vulnerabilidad.
—Lo prometo —susurró Leon entretos ojos, mientras sus labios se encontraban. El roce de sus bocas era suave al principio, pero pronto se transformó en una necesidad apremiante. Era como si un torrente de emociones estuviera fluyendo entre ellos, recuperando el tiempo perdido.
Las sombras del bosque parecían desvanecerse a medida que el amor y la verdad comenzaban a brillar en sus corazones. Fue un momento suspendido en el tiempo; los dos amantes se aferraron uno al otro, Tierra y cielo, cada latido resonando con la promesa de lo que aún podía ser.
En esa conexión pura, supieron que, aunque su camino no estaría exento de desafíos, estaban listos para enfrentarlos juntos. Al final, el amor siempre había sido más fuerte que el miedo, y ellos estaban listos para rendirse a esa verdad.