Hace años, Ilán le mintió a su exmarido, Damon, diciéndole que el bebé que había dado a luz había muerto. Lo hizo por la profunda decepción que sentía hacia él, quien lo había abandonado en el momento más vulnerable, cuando estaba a punto de dar a luz.
Ahora, Ilán se ve obligado a enfrentarse nuevamente a Damon, ya que su hijo/a necesita desesperadamente un donante de médula ósea.
¿Cómo reaccionará Damon al descubrir que su hijo/a sigue vivo y está gravemente enfermo debido a la enfermedad que padece?
—Cásate conmigo otra vez, Ilán —dijo Damon, su voz impregnada de autoridad, mientras las feromonas alfa llenaban la habitación, abrumando a Ilán con una mezcla de tensión y deseo reprimido.
—Acepto... —respondió Ilán, conteniendo la respuesta instintiva de su cuerpo al poder que emanaba Damon—, pero después de que quede embarazado y dé a luz, nos separaremos.
El aire cargado de feromonas hizo que la atmósfera se volviera insoportable, incrementando la tensión entre ambos...
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18
—Te lo he dicho, concéntrate en cuidar y acompañar a Gio. ¡Deja que otros se encarguen de la pastelería! —gruñó Damon, listo para salir al trabajo tras pasar un rato jugando con su hijo.
El alfa estaba visiblemente tenso, su aroma impregnaba la habitación con una mezcla de autoridad y frustración. Solo quería que Ilán, su omega, pasara más tiempo con Gio para que su hijo no se sintiera tan solo, como lo había expresado durante la mañana.
—No, Damon —respondió Ilán, con firmeza—. No puedo confiarle la pastelería a otra persona.
La fragancia dulce y obstinada de las feromonas de Ilán flotaba en el aire, como una declaración silenciosa de su resolución. Damon frunció el ceño, sus ojos brillando de enojo.
—¡Eres tan egoísta! —espetó Damon, su voz se volvió más áspera, cargada de una ira contenida—. ¡No puedes distinguir lo que es más importante en tu vida! ¡Recuerda que la salud de Gio es lo primero! Si algo le llega a pasar a mi hijo, ¡la culpa será solo tuya!
Damon dio media vuelta, dispuesto a marcharse, dejando que sus palabras cayeran como un martillo sobre Ilán. El omega apretó los puños, temblando de rabia mientras sus ojos se llenaban de un brillo peligroso.
—¡Espera! —gritó Ilán, alcanzando a detenerlo por el brazo—. ¿Dices que soy egoísta? ¿Cómo puedes hablar así? ¡¿Acaso sabes que la pastelería es mi único medio de sustento?! Si confío el negocio a alguien más y lo pierdo, ¿de dónde vamos a comer?
Damon giró lentamente, su mirada intensa atrapó la de Ilán. El aire entre ellos se cargó de tensión cuando Damon respondió con voz grave y autoritaria.
—De mí. —La simple respuesta de Damon resonó en la habitación como un eco—. Ilán, estamos casados. Todo lo que necesitas, lo que Gio necesite, es mi responsabilidad.
El omega negó con la cabeza, su expresión llena de dolor y frustración.
—Sí, por ahora. Pero, ¿qué pasará cuando nos separemos? —dijo Ilán, con un tono que mezclaba amargura y resignación.
Damon permaneció en silencio por un momento, y luego, con un gesto inesperado de ternura, tocó suavemente la mejilla de Ilán, sus feromonas calmándose mientras trataba de suavizar el ambiente.
—No tiene que haber una separación —murmuró Damon, con una voz que, por un breve instante, dejó entrever la vulnerabilidad que intentaba ocultar—. Dame una oportunidad, solo una, para que este matrimonio funcione. Por Gio, por su felicidad.
Tomó las manos de Ilán entre las suyas, sus ojos rogando por algo más que una simple tregua. Pero el omega apartó las manos bruscamente, su expresión cerrada, sus labios temblando con palabras que eran como dagas.
—¡No! —dijo Ilán con una fría resolución, sacudiendo la cabeza—. No puedo, Damon. Para mí, este matrimonio solo existe para curar a Gio. No hay nada más.
El rechazo fue tan directo y certero que dejó a Damon paralizado. Ilán, sin decir más, se dio la vuelta y salió del cuarto sin siquiera mirar atrás, dejando a Damon en medio de un vacío que no sabía cómo llenar.
Ilán caminó rápidamente hacia la habitación de Gio, sus pasos ligeros sobre el suelo de madera. Al llegar, lo vio sentado, concentrado en colorear con la ayuda de su cuidadora.
"¿Soy realmente egoísta?" se preguntó en silencio, sus ojos llenándose de incertidumbre mientras observaba a su pequeño.
Sabía que Damon tenía razón en cierto modo, tal vez debería confiar la pastelería a alguien de confianza para poder pasar más tiempo con Gio. Pero en lo que respectaba a la oportunidad de salvar su matrimonio, Ilán no podía ceder. Las cicatrices del pasado eran demasiado profundas, las heridas que Damon había dejado en su corazón no podían curarse con palabras. El amor que alguna vez había sentido, ahora no era más que cenizas dispersas.
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—¡Te dije que lo hicieras bien! —gritó Damon, arrojando un montón de papeles sobre el escritorio del aterrorizado empleado de finanzas.
El ambiente en la oficina estaba cargado de una tensión sofocante. Las feromonas de Damon inundaban el espacio, intensas y dominantes, un claro reflejo de su irritación.
—S-sí, señor, lo siento... —murmuró el empleado, temblando bajo la mirada furiosa de su jefe.
—¿Qué estás esperando? ¡Fuera de aquí! —gritó Damon, su voz grave retumbando en la habitación.
El empleado salió corriendo casi tropezando, dejando tras de sí un rastro de miedo palpable. En cuanto la puerta se cerró, el silencio volvió a reinar en la oficina, roto solo por el sonido de Damon exhalando pesadamente, frotándose el rostro con las manos, como si tratara de ahuyentar la rabia que lo consumía.
Zack, su mano derecha, observaba desde el rincón, su semblante preocupado. Sabía que Damon no estaba enfadado solo por el trabajo. Había algo más, algo que lo corroía desde dentro.
—¿Qué está pasando, señor? —preguntó Zack con cautela, acercándose un poco—. Está más irritado de lo normal.
Damon suspiró profundamente, sus hombros tensos, antes de dejarse caer en su silla. Sus ojos se alzaron hacia el techo, como si las respuestas a sus problemas estuvieran escritas en algún lugar entre las luces del despacho.
—No sé cómo lidiar con Ilán —confesó Damon, su voz baja, casi resignada—. El odio que siente hacia mí parece estar enraizado en su alma. No importa lo que haga, siempre hay una barrera, una pared que no puedo derribar.
Las feromonas de Damon se volvieron más pesadas, una mezcla amarga de frustración y tristeza. Zack, aunque no sabía mucho sobre asuntos del corazón, entendía que su jefe estaba atrapado en una tormenta emocional que no podía controlar. Permaneció en silencio, respetando el momento, sin saber qué decir.
Zack observaba con atención, preguntándose cómo un alfa tan fuerte como Damon podía verse tan vulnerable. Sabía que las heridas de su matrimonio no eran fáciles de sanar, pero también sabía que Damon no era de los que se rendían. El desafío ante él era mayor que cualquier negociación o empresa que hubiera manejado antes.
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