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5. Mágica graduación y triste Despedida.
Edward Green se estiró como un gato en el sofá, gimoteando por los dolores musculares que le embargaban. Ni siquiera recordaba con claridad los sucesos del día anterior. Se sentó masajeándose la nuca, apretó los ojos cerrados y luego los abrió, encontrándose con la afable sonrisa de su padre ofreciéndole una taza de café. Podría ser que todos esos días fuesen una pesadilla, Carrie no había sido desflorada, él no fue atracado, y su padre nunca se fue de viaje.
Frunció el entrecejo y miró a su papá.
—¿Qué, dónde…? —Tenía tantas preguntas que no sabía por cuál comenzar.
—Acabo de regresar, hijo —explicó Tom—. Estaba por despertar a tu hermana, la ceremonia de graduación es dentro de dos horas y después tiene que arreglarse para la fiesta. Por cierto, ¿quién de los dos irá con ella?
Edward se quemó la lengua con el café.
—Respecto a eso, papá —se removió incomodo en su asiento. ¿Cómo le diría que la inocencia de su hermanita fue robada mientras estaba bajo su cargo?—. Carrie metió un desconocido a la casa y… se aprovechó de ella, pasaron la noche juntos.
A Tom se le cayó su taza de las manos.
—Debes estar bromeando.
—No —susurró Edward—. Los vi, papá —se puso inmediatamente de pie, alzando el puño—. Pero lo he capturado, lo tengo disecándose en el sótano como la rata bastarda que es.
Tom se incorporó ajustándose las gafas. Se quitó el mandil verde y palmeó la espalda de su hijo.
—Las cosas no se resuelven de esa manera, hijo.
—Tienes razón —Edward bajó la mirada—. Primero debí golpearlo hasta dejarlo moribundo y luego el diálogo.
Tom asintió, retirándose a la cocina para recoger una cuchara de madera. Edward agarró una figurilla de porcelana y ambos se juntaron en el pasillo. ¡Defenderían el honor de Carrie!
Ante la puerta del sótano, Tom rodeó con un brazo los hombros de su hijo.
—Hagamos que tu madre se sienta orgullosa de nosotros.
Edward gruñó en asentimiento, abriendo la puerta de una patada.
Los hombres bajaron las escaleras como una estampida de bestias furiosas dispuestas a acabar con todos a su paso. Buscaron al maldito casanovas por cada rincón, debajo de cada piedra y cubeta, sin embargo no encontraron nada.
Edward alzó la figurilla de porcelana, apuntando de nuevo a la puerta.
—¡A la habitación de Carrie! —gritó, seguramente mientras él yacía inconsciente en el sofá, el muy imbécil había manipulado a su hermanita para que se revolcaran otra vez.
Llegaron al segundo piso, ejecutando el mismo procedimiento. Los hombres se quedaron boquiabiertos al descubrir a Carrie durmiendo sola en su recamara, abrazando a un osito de peluche. Tom se llevó una mano a la cadera y amenazó a Edward con la cuchara de madera.
—Yo veo muy bien a tu hermana. ¿No habrán sido alucinaciones tuyas? No es la primera vez que inventas estás cosas, Edward.
—No, papá. Yo lo vi, te lo juro —tartamudeó, cerrando la puerta de la habitación—. Cuando Carrie despierte…
—Cuando Carrie despierte y esté lista para marcharse, la llevaremos a la escuela —gruñó emprendiendo camino a su habitación por medio de zancadas. Azotó la puerta y Edward dio un respingo—. ¡Deja de alucinar y comienza a arreglarte!
Edward se cruzó de brazos, echando un último vistazo dentro de la recamara.
Todo se veía normal, pero él estaba seguro de que no era así. En la noche se infiltraría en la fiesta de Carrie y traería a rastras a ese sujeto ante su padre. Luego, lo matarían entre los dos. El oscuro secreto de la inocencia perdida de Carrie, quedaría en familia.
...XXX...
Carrie se aseguró de que los disturbios hubiesen terminado en su casa para abrir la ventana de su habitación, indicándole a Aidan que podía salir de su escondite. Él brincó desde la rama de un árbol, siendo ayudado por Carrie a subir por la ventana. En cuanto se hubieron asegurado de que se encontraban fuera de peligro, se echaron a reír.
—Me siento mal por engañar a papá —Carrie dijo recobrando la cordura.
Aidan apoyó la cadera en un escritorio blanco.
—Pues yo no, tu hermano me las debía.
Carrie soltó una risita maliciosa.
—Es que papá está en todo su derecho de desconfiar, no es la primera vez le hago esto a Edward.
El chiste se terminó para Aidan con esa confesión.
—¿A qué te refieres?
Carrie se miró los zapatos, sonrojada.
—Bueno, mi ex-novio solía entrar por la ventana algunas veces.
Aidan frunció el entrecejo, pasando una mano por el alfeizar de la ventana.
—Creo que antes de marcharme, le pondré barrotes a tu ventana para que nadie vuelva a entrar por aquí.
Carrie se rió, abrazándolo por la espalda.
—Que egoísta eres —gimoteó—. No te basta con abandonarme sino que además quieres que muera célibe. Deberías unirte a la causa de Edward.
Aidan se volteó, llevándosela consigo al cuarto de baño.
—Mientras yo esté aquí, no lo serás; prefiero no pensar en lo que sucederá después —gruñó. No le gustaba el instinto posesivo que había desarrollado en esos días, era desesperante imaginar a Carrie en los brazos de otro.
La empujó a la regadera con la ropa todavía puesta, dejando correr el agua caliente mientras cerraba la puerta de cristal atrás de él.
—¿Qué haces? —chilló Carrie despegándose la camisa empapada del cuerpo.
Aidan la miró con sus ojos ámbar centelleantes de lujuria, acorralándola en una esquina, Carrie lo trastornaba gravemente.
—Te enseñaré a ser precavida, no es bueno traer extraños a tu habitación —la besó.
Carrie no encontró escapatoria alguna, ni modo, se atendría a las consecuencias.
—Pues déjame decirte que, soy bastante rebelde y me encantan los extraños —bromeó, provocándolo.