No soy una mujer que siga reglas o estereotipos, odio que pretendan gobernarme.
A mis cuarenta y tres años soy la soltera más feliz que existe, no tuve hijos por elección propia. No consideré que para sentirme mujer debería ser madre.
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¡Me vas a dejar morir!
Flor Inés Villamizar
A las 2 de la tarde recojo a Gaby, como de costumbre. Necesito salir de la rutina. La invito a ir al salón de belleza y al spa. ¡Tengo que relajarme y sentirme bella! Este día en especial lo amerita.
Estoy sintiendo que los años me alcanzan, comienzo a pensar en lo cruel que es envejecer sin nadie a mi lado.
Creo que mi cumpleaños llego con depresión. Ver Arthur sería bueno.
Ingresamos al spa, mi cuerpo realmente necesita ser consentido. Gaby me hace reír y por más que quiero ignorar su parecido con Yuly es inevitable. Tienen la misma chispa y su sonrisa es única.
Solicito que nos decoren las uñas con el mismo diseño. Por un momento mi mente regresó al pasado, viendo a mi hermana tomar los esmaltes de mamá pintando nuestras uñas.
—¿Flor, cómo te parecen? Quedaron perfectas para mi concepto, pero tú eres la clienta dí algo mujer—dice Astrid, la estilista quién me trajo de vuelta al presente y habla sin parar. —Es hermosa la pequeña. ¿Te conozco hace cuántos años y nunca me dijiste que tenías una hija? Incluso me pareció escucharte decir que no querías hijos. Observo a Gaby es indudable que tiene aires a mí.
Me enloquece no saber la razón, pero hoy me prometí aislar de mi cabeza todas las preguntas y disfrutar el día. Mañana dejaré de dar rodeos y enfrentaré a René.
Vamos en busca de vestidos, le dije que los escogiera, realmente tiene un muy buen gusto, escoge los vestidos azul cielo en tafetán con cinturón a tono.
Mi vestido con escote jardinero con manga corta y escote corazón largo a mitad de pierna. El de la pequeña malcriada, vestido cargaderas anchas ceñido y corte en cintura con falda recogida y cinturón.
La pequeña, que ya no es el demonio, me pidió que le ayudara a elegir ropa interior, elegimos conjuntos sencillos, pero también unos conjuntos sexis, finos y delicados, ella está viviendo su cambio de niña adolescente.
También me pareció ideal. Que lleve brillos naturales para sus labios, le ayudarán a mantenerlos hidratados. Al igual que un perfume y cremas para su rostro y cuerpo. Son cositas simples que toda mujer debe tener.
Nuestro día de tregua como lo llamamos fue fantástico, me cuenta que me llama la reina del hielo, yo le dije que es la pequeña malcriada. Nos carcajeamos.
Estando juntas y sin teléfono, la noción del tiempo paso. Olvide por completo la invitación de Arthur.
Tengo que regresar a la oficina, necesito unas carpetas y recoger el móvil que Amalia me había comprado. No puedo seguir incomunicada con el mundo.
Mi sorpresa es grande al encontrar en la sala de espera a Arthur. Nunca espere que esté aquí.
Tan pronto me ve, se acerca como todo el don Juan que recuerdo. Un hombre elegante. Todo en él, muestra riqueza y poder, el Graff Diamonds Hallucination de su muñeca quizás valga unos 50 millones de dólares, es un reloj que incorpora una variedad de diamantes, de colores y distintas formas.
Su traje de diseñador realizado a la medida. Su aspecto siempre pulcro.
A sus cuarenta y cuatro años, es uno de los hombres más guapos y deseados, su fortuna es incalculable. Sus ojos grises, su cuerpo trabajado, esas pequeñas canas que se asoman en su cabello lo hacen ver más interesante.
Su perfume único, exclusivo y varonil que derrite.
Él es de Italia, de la ciudad Milán, donde la industria de la moda se mueve con mayor fuerza. Es el dueño de la segunda multinacional textilera.
Lo conocí en el desfile de modas de Milán en el segundo año de mi separación de René. Él de inmediato comenzó a tratar de conquistarme, pero no estaba en mis planes una relación.
Cada año que pasaba perdía más las esperanzas del regreso del amor de mi vida. Cuando Karla me contó de que se había casado y que sería padre, mis esperanzas murieron. Aun así, tarde tres años en formalizar una relación con Arthur.
Como mujer estúpida que aún creía en el amor eterno, espere que en el día de mi boda con Evans, René pareciera cuando preguntaran si alguien se oponía. Pero eso solo sucede en las novelas, en la vida real solo existe el olvido.
Mi matrimonio con Arthur Evans, magnate del mundo textil y bajo la presión de una familia y una sociedad por un heredero, culmino antes de cumplir los tres años.
Ya con 37 años y con la madurez suficiente para aceptar que nuestro matrimonio no era lo que esperábamos, que mi reloj biológico había corrido y no me sentía en la capacidad de ser madre. Él, por su parte, acepto que su amor por mí no era suficiente para renunciar a hacer padre, así que sin rencores dijimos adiós.
Sé que se casó a los seis meses de nuestra separación con una mujer de alta sociedad, mucho más joven que yo. Que tiene dos hijos y que su matrimonio era un completo tormento, hace muy poco que se separó.
Las malas lenguas hablan que su esposa no pudo contra mi fantasma, pero vaya uno a saber.
Durante los seis años que llevamos separados nos hemos encontrado en algunas pasarelas de la moda donde a duras penas nos saludamos. Siempre busco respetar las relaciones de pareja. Razón por la cual nunca más permití que me hablaran de René, corría el riesgo de irlo a buscar.
—Bella donna. (hermosa mujer) Estás espectacular, cada día te ves más bella —dice Arthur, con su acento italiano.
—Buenas noches, Arthur perdona, salí y el tiempo se fue volando —me excuso, odio ser impuntual.
—Lo importante es que estás aquí y aun la noche es joven.
—Flor recuerda que prometiste ayudarme a adelantar los trabajos del colegio —me dice Gaby, cruzándose de brazos sin disimular su molestia. —O ¡me vas a dejar morir con mis tareas!…
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