CADA DÍA

...[Creerle]...

La luz tenue de la habitación se filtraba a través de las persianas, creando líneas doradas que se deslizaban sobre las paredes desnudas. Llevaba horas sentada en el mismo lugar, con las piernas encogidas contra mi pecho y los pensamientos golpeando mi mente sin descanso.

El silencio entre Areu y yo era distinto ahora. No era el silencio cómodo de dos personas que se entienden sin palabras, ni el vacío tenso de una pelea reciente. Era el silencio de dos mundos que colisionaron, dejando escombros por todas partes.

¿Cómo se supone que debo sentirme?

Miedo. Eso era lo que más predominaba. No solo por lo que me había pasado, sino porque ahora sabía la verdad. Areu no era solo el hombre por el que me había enamorado. Era alguien peligroso, un mafioso. La palabra retumbaba en mi cabeza como un eco constante.

Y, sin embargo, ahí estaba. A metros de mí. No huyendo. No tratando de mentirme. Solo… esperando.

Me obligué a respirar hondo. El pecho me dolía por la tensión acumulada, y los moretones en mi piel ardían como un recordatorio de lo frágil que me había vuelto de un segundo a otro.

Finalmente, me levanté. Mis piernas temblaron un poco, pero me mantuve firme. Areu estaba de pie junto a la ventana, con la mirada fija en la oscuridad exterior. No me vio acercarme, o tal vez sí y simplemente no dijo nada.

Me detuve a su lado, sin saber por dónde empezar.

—¿Mi papá? —pregunté al fin, rompiendo el silencio. Mi voz sonó más débil de lo que quería, pero al menos no tembló.

Areu giró lentamente la cabeza hacia mí. Sus ojos verdes, normalmente llenos de una arrogancia sutil, estaban apagados, cargados de preocupación.

—Está bien, —respondió con calma, pero firmeza—. Alexander habló con él. Le contamos la verdad… no todo, solo lo necesario para que entienda.

Sus palabras me aliviaron un poco, aunque el nudo en mi garganta no desapareció.

—¿Y Samay?

Un destello de culpa cruzó por su rostro.

—Está bien también. Alexander se encargó de explicarle la situación. Está preocupada por ti… mucho.

Asentí, sintiendo las lágrimas acumulándose otra vez. Me odiaba por eso. No quería llorar frente a él, no otra vez.

El silencio volvió, pero Areu fue quien lo rompió esta vez.

—No quiero que nos alejemos, —dijo, su voz grave, pero con un dejo de vulnerabilidad que rara vez mostraba—. Ahora más que nunca quiero estar cerca de ti. No puedo permitir que te pase algo de nuevo. No me lo perdonaría.

Me volví hacia él, buscando en su rostro algo que pudiera anclarme. ¿Cómo podía decir esas palabras con tanta facilidad después de todo?

—No puedes protegerme de todo, Areu, —susurré—. Incluso cuando intentaste hacerlo, terminé aquí… rota.

Él se acercó un paso, luego otro, hasta que estuvo frente a mí. No me tocó, como si supiera que aún no estaba lista.

—Pero puedo intentarlo, —murmuró—. Y lo haré, Katherine. No porque sienta que es mi deber. Lo haré porque eres lo único en mi vida que se siente real. Lo único que importa.

Sus palabras se clavaron en mi pecho, derritiendo parte del hielo que había crecido alrededor de mi corazón.

Me dejé caer en el sofá, agotada, tanto física como emocionalmente. Areu se sentó a mi lado, dejando suficiente espacio para que no me sintiera presionada, pero lo suficientemente cerca para sentir su presencia.

—¿Cómo es tu mundo, Areu? —pregunté de repente, sin mirarlo—. El verdadero. No el que me mostraste.

Él guardó silencio por un momento, luego suspiró.

—Oscuro, —admitió finalmente—. Lleno de decisiones que nadie debería tener que tomar. Pero también lleno de lealtad… y traición. No hay grises. Solo blanco o negro. Vida o muerte.

Tragué saliva, sintiendo que cada palabra era un golpe más a la imagen que había creado de él.

—¿Alguna vez pensaste en salir de eso?

Se rió suavemente, sin humor.

—No es algo de lo que puedas salir. Es parte de mí. Como un tatuaje que no se borra. Pero contigo… por un tiempo, quise creer que podía haber algo más. Algo diferente.

Me quedé en silencio, procesando todo.

Finalmente, me giré para mirarlo.

—No sé cómo hacer esto, —admití—. No sé cómo estar con alguien que vive en un mundo donde la violencia es la norma. Pero… tampoco sé cómo alejarme de ti.

Su mandíbula se tensó, y por un segundo, vi al hombre peligroso que era. No el amante apasionado ni el empresario carismático. Sino al hombre que podía destruir un mundo con solo una orden.

Y, aun así, mi corazón latía por él.

Areu se inclinó un poco, acercándose lo suficiente para que pudiera sentir su aliento en mi piel.

—No voy a dejar que te alejes, —susurró—. Podrías odiarme, podrías temerme… pero seguirás siendo mía. Porque yo ya soy tuyo, Katherine, incluso si eso me mata.

Mis labios se encontraron con los suyos antes de que pudiera pensar en lo correcto o lo seguro. Nos besamos con desesperación, con rabia y necesidad. No era amor dulce ni ternura. Era algo más primitivo, más crudo.

Cuando nos separamos, ambos respirábamos con dificultad.

Me apoyé en su pecho, dejando que su calor me envolviera.

—No sé qué va a pasar, —murmuré.

Areu me abrazó con fuerza, como si al hacerlo pudiera alejar el peligro.

—No importa, —susurró contra mi cabello—. Lo enfrentaremos juntos.

Y, por primera vez en días, me permití creerle.

Aunque, en el fondo, sabía que lo peor aún estaba por venir.